Probablemente este 28 de junio, día del orgullo LGTBIQ+, lo sentimos muy internamente y lo expresamos en el espacio público de una forma aún más significativa de lo que años atrás hemos hecho.
La razón, bien comentada y recomendada en las últimas semanas: el lugar de poder institucional en el que se encuentra, hoy, la extrema derecha en varios territorios del Estado. Y la inquietud, el temor, la angustia, que genera vislumbrar el espacio que el odio de sus postulados y prácticas puede llegar a tener en la vida social.
Deshacer los avances construidos durante décadas desde las organizaciones que luchan por vivir vidas dignas y más libres de personas LGTBIQ+ es una de las grandes banderas ondeadas por la derecha fundamentalista.
Como en otros rincones del mundo hemos visto, en momentos de malestar social; de malestares que tienen que ver en muchos casos debido a condiciones materiales más precarias; con la incertidumbre y con la carencia de expectativas e imaginarios de justicia compartida y equidad esperanzadores, la derecha extrema aprovecha para movilizar desde el miedo: desde el miedo a perder lo que, para algunas personas, se convierte en la única “seguridad” que les queda.
Nos referimos a lo que tiene que ver con la familia, entendida de forma tradicional y, ciertamente, muy limitada ante lo que es la diversidad familiar real. Hace unos días llegaba la noticia de que aquí al lado, en Italia, el gobierno ultraconservador intenta que las madres no gestantes dejen de constar como madres en las actas de nacimiento de los hijos de parejas lesbianas. Es una muestra de la voluntad primaria de dar marcha atrás que define a la derecha fundamentalista que cada vez tiene más presencia en los parlamentos de los territorios europeos.
Aquí, Vox, ha intentado vetar la bandera del orgullo desde el minuto cero allá donde ha podido. Esto, en un plano simbólico. En un plano más operativo, tienen el cuerno puesto en impedir la coeducación y la educación sexoafectiva. Saben que el cambio, a pesar de tener mucho camino por recorrer, ya tenía entonces semillas plantadas.
Aceptar que lo que siempre ha sido de una manera -discrimiantoria, violenta- también se tambalea, cuesta asumir, toca miedos y creencias profundas, y así es instrumentalizado por partes como Vox. La regresión es vendida como seguridad mientras que los progresos del feminismo y el movimiento de personas trans, lesbianas, gays y bisexuales son presentados como riesgos por una mayoría social; riesgos por su orden, el orden que presentan como natural cuando es una construcción patriarcal.
El orden que defiende la extrema derecha -la que dice defender la vida defendiendo que las mujeres no accedan a un aborto seguro, mientras les da igual que entonces nos juguemos la vida para hacerlo igualmente; la que niega la necesidad de prevenir la violencia LGTBIfóbica; la que invisibiliza la profundidad del machismo que nos atraviesa las vidas- no tiene nada de natural. Nada es natural en la desigualdad y la violencia que genera su orden.
Su orden es el orden retrógrado que considera que hombres y mujeres nos definimos por oposición y como complementos. El orden que se fundamenta en el binarismo y en la heterosexualidad intrínsecas. El orden ciego en la diversidad real. La diversidad que no va de ideología. Que es tan palpable, tan vivida, tan real como humana.
Nos encontramos en un momento histórico en el que mantener este orden ha salido de los márgenes, de nuevo, en el Estado. Estas creencias opresoras se traducen y traducirán en decisiones políticas, desde las instituciones. En este escenario nos encontramos y en ese escenario el orgullo toma un sentido profundo, este año, de nuevo.
Hace décadas que organizaciones y entidades comprometidas con el feminismo y, como no puede ser de otra forma, atentas y activas por los derechos de las personas LGTBIQ+, trabajamos para vivir vidas más equitativas sin esconder quiénes somos, sin autolimitaciones ni limitaciones externas. Hace décadas que podemos identificar todos los pasos que necesitamos hacer adelante para vivir vidas libres de la LGTBIfobia en todos los ámbitos de la vida: de las calles y los espacios de ocio a los educativos y a los servicios básicos, como la salud y los laborales.
A pesar de que el contexto hace difícil no ver que, ahora mismo, el riesgo inmediato es dar pasos atrás y ver cómo derechos ganados son amputados, no debemos perder de vista los pasos que sabemos que están pendientes de dar. Y tampoco perder de vista el orgullo de ser; el valor social de ser como somos en todas partes, y de acompañarlo colectivamente exigiendo plenitud de derechos y compartiendo colectivamente, socialmente, ese orgullo de diversidad. Diversa como la vida misma es.