Cuando hablamos de las regiones agrupadas bajo la denominación Norte y Este de Siria (NES), una de las proclamas que más atraen la atención forastera es la llamada construcción de una sociedad ecológica. En nuestro país también tenemos conceptos que parecen hacer referencia al mismo paradigma: la transición ecológica, el capitalismo verde, la neutralidad de carbono, la agenda 2030, entre otros. Quien más quien menos, todos los gobiernos del llamado primer mundo se han reunido para convertir la ecología en uno de los grandes ejes de las políticas públicas. Sin embargo, cuando en el NES la Administración Autónoma habla de ecología social como uno de los tres pilares de su acción de gobierno (los otros son la liberación de la mujer y la democracia directa), su significado no podría caer más lejos del nuestro.

¿Qué se entiende por ecología en el Norte y el Este de Siria?

La ecología social es un paradigma filosófico que se basa en la convicción de que casi todos los problemas ecológicos actuales se originan en problemas sociales profundos. De esto se deduce que estos problemas ecológicos no se pueden entender, y mucho menos resolver, sin una comprensión precisa de nuestra sociedad y de las dinámicas que la dominan. Hablando con propiedad, este concepto proviene eminentemente del pensador estadounidense Murray Bookchin, para quien los principios éticos de la democracia y la libertad deberían sustituir la propensión de una sociedad a la jerarquía y la dominación. Por tanto, afrontar y desafiar todas las relaciones jerárquicas y, finalmente, abolir la jerarquía, está inextricablemente ligado a la evolución hacia un modo de vida en equilibrio con las capacidades y necesidades medioambientales. Así, la ecología social busca reconstruir y transformar las perspectivas actuales tanto sobre cuestiones sociales como sobre factores ambientales, a la vez que se promueve la democracia directa.

Esta propuesta política que Bookchin expuso a lo largo de sus obras a partir de mediados de 1960 (1) fue posteriormente recogida por Abdullah Öcalan, líder del movimiento de liberación del Kurdistán, en sus escritos de defensa posteriores a su encarcelamiento en Turquía, en 1999. Öcalan buscaba aplicar la ecología social a las sociedades de Oriente Medio, que tienen características propias tanto en el ámbito de la ecología como en el de la democracia. Explicado de forma muy breve, para Öcalan el paso de la sociedad matriarcal a la patriarcal en la alta Mesopotamia de hace 5.000 años propició el surgimiento de las estructuras jerárquicas institucionalizadas, que se extendieron entre las sociedades humanas de entonces hasta nuestros estados-nación actuales. Por otra parte, en aquellas sociedades originarias la naturaleza era omnipresente; en la vida cotidiana de la gran mayoría de las personas siempre había una fuerte conexión con la naturaleza. Esta conciencia pasada de la naturaleza es reconocible en la multitud de santidades y divinidades naturales de aquellas primeras agrupaciones humanas. Para ellos, la naturaleza era la fuente principal de espiritualidad e inspiración. Sin embargo, en las sociedades capitalistas actuales, las personas que viven en los centros urbanos suelen estar débilmente conectadas con la naturaleza y entienden menos la relación y conexión con ella, el propio sentido multidimensional en la vida, que es esencial para el desarrollo de la cultura y la identidad, así como la espiritualidad. En consecuencia, la desconexión de las personas respecto a la naturaleza, añadida a la propia enajenación capitalista, explica la explotación y destrucción ecológicas actuales (2). De ahí que, al analizar las causas y soluciones en las sociedades de Oriente Medio, Öcalan siempre entrelace la problemática ecológica con el sistema político y moral en el que ésta se encuentra inmersa. Esta extensión de la ecología social dentro del paradigma del Confederalismo Democrático es la que tomó como guía la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES), desde la declaración de autonomía de los tres cantones de mayoría de población kurda (conocidos con el nombre de Rojava), en 2014.

Bajo esta perspectiva, en el NES nos encontramos ante el desarrollo de una mirada y prácticas particulares en torno a la ecología, inherentemente ligadas a la voluntad popular. La estructura confederal que comienza en las comunas de vecinos, pasando por los municipios, consejos y regiones, hasta la Administración Autónoma, con cooperativas y estructuras autónomas de mujeres y minorías étnicas y religiosas, persigue el principio de la democracia desde abajo. “Ahora, el foco está en la protección del medio ambiente. Pero es necesario aclarar el sentido de la ecología social como principio fundamental de la Administración Autónoma en el liderazgo de la sociedad: la protección del medio ambiente es una sección, una pequeña sección comparada con el liderazgo de la sociedad. Lo más importante es cómo esta sociedad se conduce hacia una vida plena, entre la gente que vive en un ámbito urbano y la que vive en la naturaleza, en un ámbito rural. Cómo organizar la economía, las finanzas, la agricultura, todo esto confluye en la ecología social bajo el pensamiento de liderazgo de la sociedad a todos los niveles. Si se dice que somos una administración ecologista, como alguien que declara el apoyo a la ecología social, se debe actuar siempre de acuerdo con esta mentalidad”, explica Berivan Omar, vice co-presidenta del Consejo de Administraciones Regionales y Medio Ambiente de la región de Jazira y miembro de la Plataforma de mujeres por la ecología. “La primera voluntad de las comunas es nuestro punto de partida [de la municipalidad]. Tienen que actuar y resolver todos sus problemas. Debería haber cooperativas. La gente, de forma autónoma, debería resolver sus necesidades y, aún más importante, tomar sus propias decisiones en vez de que lo hagan personas de fuera. Todo esto significa que este principio [de la ecología social] debería conseguirse sobre el terreno”.

Berivan Omar, vicecopresidenta del Consejo de Administraciones Regionales y Medio Ambiente de la región de Jazira. | Gerard Barrabés

Así pues, en el Norte y el Este de Siria se encuentran ante una propuesta política, no sólo en el campo de la ecología, que reclama un alto nivel de participación social en todos los niveles, así como un cambio de mentalidad. Cualquier otro escenario convertiría la llamada Revolución de Rojava en un amargo decorado democrático. Justamente, desde la Iniciativa Trenzas verdes, una asociación ecologista de la sociedad civil basada en la región de Jazira, recalcan el rol proactivo de la ciudadanía para llegar realmente a la pregonada sociedad ecológica. “El paradigma sobre el que la Administración Autónoma se construyó es una cosa, y la práctica de los responsables en la Administración es otra. Por ejemplo, muchos responsables no ven diferencia entre estos conceptos, y tampoco les dan importancia. Ésta es una crítica clara. Pero lo que hemos dicho de ir a las comunas, a los consejos, a los estudiantes, militares, profesores, significa que fuera del propio cuerpo de la AANES podemos, autónomamente, crear una sociedad ecológica. Éste es nuestro objetivo. Es normal que la AANES apoye la ecología y la desarrolle, pero a la vez muchos responsables no ven la diferencia ni la importancia. Por eso debemos criticar y hacer presión, esa mentalidad debe cambiar. Por otro lado, es con el departamento regional y las municipalidades con las que vamos a desarrollar nuestro trabajo. El nivel superior no ha alcanzado el nivel de la base. El nivel de la base es importante porque está sobre el terreno, pero el superior, como liderazgo, debería también ser activo, dar importancia a los temas ecológicos. Y especialmente en la ecología social, porque como marco teórico es muy bonito pero difícil de aplicar, hasta ahora no se ha unificado. Intentaremos y presionaremos para que suceda”, señala el portavoz de la asociación Zîwer Shexo. Sin embargo, esta hibridación entre ecología y democracia sólo ha llegado tras el estallido de una guerra civil, que ha empujado al régimen de Bashar al-Asad fuera de las regiones del norte de Siria. Su legado dictatorial no sólo ha quedado impregnado en la sociedad, sino también en la propia tierra.

Situación ecológica del NES

Tras la llegada al poder del Partido Baath en 1963, las regiones del norte y el este de Siria, especialmente en Rojava, estuvieron sometidas a un modelo económico extractivo. El régimen de los Asad dio prioridad a la máxima explotación de los recursos y a los altos índices de producción agrícola. La deforestación sistemática de los bosques permitió monocultivos de trigo en el cantón de Jazira, de olivo en Afrin, una mezcla de ambos en Kobane. Así lo recuerda Zîwer Shexo: “El gobierno sirio no permitía que se plantaran árboles. No se podían crear bosques, tampoco campos de árboles de pistachos o aceitunas; se plantaba trigo o algodón. Cosas que se podían vender en el exterior a cambio de dólares. Con esta política durante años, hubo un aprendizaje. Mi abuelo aprendió que una vez al año se labraban los campos y después descansaba en casa hasta que las plantas crecían, se segaban y otra vez a labrar. Una forma diferente de trabajar en los campos no estaba permitida, y ese era el efecto sobre el comportamiento de las personas”. La negación de la cuenca del Éufrates en Tabqa para construir la mayor presa y central hidroeléctrica de Siria, conjuntamente con las otras presas y canales a lo largo del valle del río Khabur, impulsaron la agricultura más allá de las capacidades naturales del suelo. Por otra parte, en el NES (en Jazira y especialmente en Deir ez-Zor) se concentran el 70% de los campos petrolíferos de Siria, además de gas. Según el Fondo Monetario Internacional, en 2010 el sector petrolífero aportaba el 25,1% de los ingresos del Estado sirio. Pero las refinerías de petróleo no estaban en el NES, sinó en otras regiones cercanas a Damasco. Tanto la agricultura como la extracción de combustibles fósiles fueron moldeando el entorno natural de estas regiones, orientadas a la exportación a otras regiones de Siria y el extranjero. Como es natural, los efectos de esta economía extractivista consecuentemente permearon en el medio ambiente del NES. La producción y el consumo de energía, la eliminación inadecuada de residuos y el uso masivo de productos químicos en la agricultura contaminaron rápidamente el suelo, el aire y el agua.

En paralelo al modelo económico extractivo, también se transformó la estructura social. La lenta industrialización de Siria durante los últimos 60 años supuso un proceso de concentración demográfica en grandes núcleos urbanos. De forma sistemática, la población del NES se vio obligada a emigrar y proporcionar mano de obra barata a las metrópolis sirias circundantes, como Alepo, Raqqa y Homs. Muchas personas trabajaban en la industria de procesamiento de materias primas apoyada por el régimen, justamente con materias primas provenientes de sus propias regiones de origen. Desde la perspectiva de la ecología social, esta transformación geográfico-demográfica impactó directamente en la relación tradicionalmente establecida entre naturaleza y sociedad. Se perdieron los conocimientos sociales y las prácticas de la agricultura tradicional, el cultivo de hortalizas y el conocimiento de la flora y la fauna locales. La progresiva despoblación rural supuso una enajenación de la población de su entorno natural, a la vez que la absorción de los códigos urbanos y del régimen Baath. Esta dinámica de concentración urbana se ha exacerbado en la última década. Los sucesivos combates contra el Estado Islámico y las operaciones militares turcas han incrementado las grandes aglomeraciones urbanas, más seguras y con mayores oportunidades para las decenas de miles de desplazados internos que han abandonado sus regiones de origen.

Dique de contención de la presa de Tabqa. | Gerard Barrabés

Más recientemente, la larga guerra civil que asola Siria desde hace más de una década ha transformado profundamente las dinámicas ecológicas y sociales. Al establecerse varias zonas de control bajo bandos confrontados, tanto el intercambio económico como demográfico se han interrumpido casi completamente. Este aislamiento ha sido positivo y negativo para el NES. Por un lado, la Administración Autónoma se ha convertido en soberana de sus recursos naturales y las políticas económicas, sociales y ecológicas que se aplican en las diversas regiones. Pero por otra, la falta de apoyo económico y diplomático por parte de actores externos (a excepción del apoyo militar de Estados Unidos y aliados por la lucha contra el Estado Islámico) y el severo embargo y sitio económico impuesto por los adversarios complican enormemente la puesta en marcha de políticas medioambientales, energéticas, alimentarias e industriales en el marco de una sociedad ecológica.

Zîwer Shexo denuncia, con el ejemplo del refinamiento del petróleo, el efecto que esta desafortunada combinación de guerra y embargo tiene sobre la población y el medio ambiente: “Con la guerra, los campos petrolíferos cayeron en manos del Ejército Libre Sirio (ELS) y después del Estado Islámico (EI). La quema de petróleo y su refinamiento han tenido un gran efecto en la región, se han incrementado las enfermedades. Después de un tiempo de la constitución de la AANES y la liberación de las regiones, la situación no empeoró pero, desgraciadamente, el Departamento de medio ambiente de Jazira tampoco ha logrado crear una ley para esta cuestión. Ahora ha mejorado un poco, pero no es suficiente. Existe la necesidad de que las refinerías de petróleo sigan los estándares. El 80% de los casos de cáncer de toda Siria provienen de la región de Jazira, pero allí no hay ningún hospital que trate esta enfermedad y los pacientes deben ir a Damasco. Aquí el petróleo también es extraído y se va a Homs, Hama y Damasco para refinarlo. Aquí también podría refinarse. Pero, ¿qué pasa?¿Por qué el gobierno no dejó que las instalaciones estratégicas necesarias estuvieran en las regiones kurdas? Pues porque si, después de unos años había un levantamiento, las perdería de repente. De ahí que los problemas de refinamiento desgraciadamente continúen, con gran efecto sobre el medio ambiente, y sólo se solucionarán con la ayuda de los acuerdos internacionales y los estados de Europa para refinar siguiendo los estándares. […] Es cierto que hay guerra, ataques, terrorismo del Estado turco, terrorismo del EI y embargo, pero si existe la oportunidad debemos financiar una estrategia para la energía limpia. El refinamiento de petróleo según los estándares se ha convertido en una cuestión política, no en una cuestión humanitaria. Pero el pueblo de esa región enferma y muere de cáncer. Nadie apoya el refinamiento según los estándares”. De forma general, las problemáticas sociales y medioambientales que se habían generado bajo el régimen Baath se han intensificado ahora. Los impactos de la guerra están teniendo un altísimo coste a todos los niveles.

La guerra contra natura

Hace unos años, la guerra en Siria entró en una fase de desgaste. Y la estrategia principal es ahora el colapso interno del enemigo. En este sentido, junto con la desestabilización de la seguridad interna a través de los ataques a las instalaciones de detención de los combatientes del Estado Islámico y sus familias, encontramos la ofensiva contra los recursos naturales que sostienen a la población del Norte y el Este de Siria.

El elemento principal que sostiene la vida en el NES es el agua, necesaria para las personas, la agricultura y la generación de electricidad. El mayor ejemplo de la utilización del agua como arma es la reducción del caudal del río Éufrates. Según advertían los oficiales de la presa de Tishrin el pasado mes de enero, desde abril de 2022 el caudal de agua del río Éufrates que entra en NES desde Turquía ha descendido considerablemente, alrededor de los 125 m³/s, a pesar del acuerdo Siria-Turquía de 1987, que estipula que Turquía no reducirá la cantidad de agua que fluye en Siria por debajo de los 400 m³/s. La reducción en el caudal de agua afecta tanto a las capacidades agrícolas de irrigación, como especialmente a la producción de electricidad. Las regiones de Manbij, Kobane, Tabqa y Raqqa dependen de las centrales hidroeléctricas localizadas en dos embalses artificiales, pero éstas no pueden operar a menos de 200 m³/s de agua o un mínimo nivel de agua embalsada bajo riesgo de estropear las turbinas. Sin un suministro de electricidad generada por las presas, los habitantes de estas regiones (más de la mitad de la población total del NES) dependen de la electricidad de los generadores diésel de cada barrio. En la región de Heseke, con más de medio millón de habitantes, se repite la misma situación, esta vez por el secado del río Khabour y sus canales de riego agrícola por parte de las milicias del Ejército Nacional de Siria (ENS) apoyadas por Turquía. Pero especialmente por la parada de la estación de bombeo de agua de Alouk, ubicada en Sere Kaniye, también bajo ocupación turca. Desde la invasión turca en noviembre de 2019, las milicias del ENS detienen periódicamente la estación de Alouk, que es la principal fuente de agua potable para las ciudades de Tel Tamr, Hesekeh, Shaddadi, Hawl y las zonas rurales, así como varios campamentos de refugiados. Ante la falta de agua corriente, los habitantes se ven forzados a comprar agua de camiones cisterna privados, gastando buena parte del ajustado presupuesto familiar. Pese a haber llegado a un acuerdo en el que la AANES suministraba electricidad a la zona de Sere Kaniye a cambio del agua bombeada por la estación de Alouk, hace dos semanas las autoridades de la Dirección del Agua en Heseke requerían de nuevo la intervención de UNICEF y del CICR (Comité Internacional de la Cruz Roja) para presionar al gobierno turco para que cumpla el acuerdo de la estación de agua de Alouk.

La actividad agrícola, que ha conformado la identidad de la región como parte del conocido Creciente fértil, se ha visto también alterada por varios factores. La ONG holandesa PAX for Peace databa, en mayo de 2021, que el 59% del NES (incluyendo Sere Kaniye y Teb Abyad, sin incluir Manbij y Afrin) está cubierto de cultivos, con alrededor del 15% ya sólo asociados al riego. Así, la variación de la capacidad hídrica es crítica, ya sea por la reducción del caudal del Éufrates y otros ríos provenientes de Turquía, pero especialmente por la escasez de episodios de lluvia estacional relacionada con el cambio climático. Especialmente en la región de Jazira, conocida como el granero de Siria, y en general en el NES, los campesinos han visto cómo en los últimos cuatro años se ha reducido la producción de trigo, algodón y maíz. La escasez de fertilizantes y pesticidas debido al embargo y el aumento constante de los precios también ha repercutido en la cantidad final de producto y el beneficio de los agricultores. Paradójicamente, esta escasez ha comportado un beneficio medioambiental, pues el suelo y las fuentes de agua, castigadas por el monocultivo desenfrenado, han visto cómo los niveles de agentes químicos se han reducido progresivamente. Éste sería un pequeño ejemplo más de cómo el sistema capitalista, basado en el industrialismo y el máximo beneficio, está enredado en una dinámica de toma y daca con el medio natural (y el medio social). Después de haber abandonado el cultivo tradicional ligado a la temporada de lluvias, por el monocultivo extensivo sostenido en canales hidrantes y agentes químicos, los agricultores del NES están reevaluando, por razones de fuerza mayor, los beneficios de una agricultura diversificada y más sostenible con el medio natural. Además, los sistemas de bombeo de agua freática alimentados por energía solar, en lugar de diésel, van apareciendo poco a poco en las granjas.

Conectada con el agua, la generación de electricidad es también una pieza clave en el mantenimiento de unas mínimas condiciones de vida, y en consecuencia, también un objetivo de la guerra de desgaste. Aparte de las centrales hidroeléctricas, las otras fuentes de energía son el petróleo y el gas natural. El ejemplo más palmario es la última operación militar turca sobre territorio de Siria llevada a cabo el pasado noviembre de 2022. Como recoge la ONG Syrians for Truth and Justice (STJ), los ataques del ejército turco tuvieron como objetivo infraestructuras vitales de petróleo, gas y electricidad de la región de Jazira, impidiendo así el acceso a la energía a las comunidades locales de las zonas afectadas y a millones de residentes de otros territorios sirios. Además, los ataques aéreos turcos destruyeron otras instalaciones, incluidos silos de grano y escuelas de la región. En total, los ataques de la operación militar turca mataron a cerca de 15 civiles e hirieron a otros 29 durante los primeros seis días, a los que hay que añadir 18 combatientes y 24 heridos más de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), afiliadas a la AANES.

Campos de trigo en las afueras de la ciudad de Derik, región de Jazira. | Gerard Barrabés

Aunque, como recoge STJ, el derecho internacional obliga (en este caso, a Turquía) a no privar, directa o indirectamente, a los civiles de necesidades vitales, no ha habido hasta ahora ningún tribunal ni entidad internacional que haya investigado estos ataques. Pero sus consecuencias se pudieron notar durante meses en toda la región de Jazira: una reducción drástica de la electricidad pública (esta región se abastece principalmente de la electricidad generada por la estación de gas de Suwaidiyah), así como la carencia y aumento de precio de las bombonas de gas doméstico (también provenientes de la estación de Suwaidiyah). “En el Norte y el Este de Siria, los problemas que tenemos están principalmente vinculados a la guerra. Antes de la guerra no había tantos problemas, después de la guerra han venido los problemas serios. Porque la tala de árboles ha venido con la guerra, la falta de combustible, el refinamiento improvisado del petróleo que ensucia el entorno, los cortes de electricidad… Nos vimos obligados a utilizar motores diésel para que el agua del Éufrates también estuviera cortada, el agua no llega a la central hidroeléctrica. Desde la guerra han surgido los grandes problemas”, afirma Berivan Omar, la vicepresidenta del Consejo de Administraciones Regionales y Medio Ambiente de la región de Jazira. Al mismo tiempo, la guerra ha iniciado la transición energética doméstica en Siria: en todas las regiones, cada vez se ven más placas solares en las azoteas de casas y edificios públicos, a pesar de las dificultades para importar los componentes necesarios y las tasas que algunas administraciones imponen sobre la energía solar. Desgraciadamente, sólo los sectores acomodados o con apoyo económico de los familiares expatriados pueden acceder a esta fuente de electricidad ilimitada y (con el tiempo) gratuita. Las familias pobres y las personas desplazadas deben continuar conectadas al generador del barrio, que también aumenta el precio mensual de la energía por la reducción del vecindario que financia el mantenimiento y consumo de diésel.

El embargo económico de la AANES tiene también una afectación directa sobre el estado del medio ambiente. En primer lugar, la maquinaria y los repuestos necesarios para arreglar la infraestructura de generación de electricidad son enormemente difíciles y costosos de conseguir, cuándo no imposibles. Esto significa que cuando una central eléctrica sufre una avería o un ataque, es posible que quede permanentemente fuera de servicio. Entonces se ponen en marcha los mencionados grandes generadores eléctricos diésel repartidos por cada barrio. Éstos, además de implicar un burdo consumo de petróleo pobremente refinado, también producen una continua contaminación atmosférica y acústica. El embargo es especialmente constrictor en cuanto a la vital industria petrolera (según Muhammad Bakr, asesor de la Comisión de Finanzas de la AANES, el 90% de los ingresos de 2021 provenían del petróleo). El petróleo es extraído en cientos de pozos de las regiones de Deir ez-Zor y Jazira, que debido al mínimo mantenimiento durante la década de guerra, tienen una producción muy contaminante, y en caso de avería es posible que queden también irremediablemente inutilizados por falta de repuestos. Además, la AANES se encuentra en graves dificultades para refinar el petróleo extraído, pues como se ha mencionado anteriormente, la industria estaba localizada en otras regiones que el régimen de los Asad quería favorecer. Ante esto, el petróleo es refinado improvisadamente con métodos rudimentarios, los cuales están teniendo un alto impacto medioambiental y para la salud de las poblaciones colindantes y las que trabajan directamente, o bien es transportado y vendido fuera del territorio de la AANES para ser posteriormente recomprado, ya en la forma final. Otros sectores industriales también afrontan circunstancias similares, recurriendo a métodos primitivos de procesamiento de las materias primas, puesto que no es posible importar la tecnología necesaria, o no es una prioridad. Los vertidos descontrolados y los vertidos de productos químicos y restos de los procesos industriales en los ríos y arroyos siguen siendo habituales, a pesar de las campañas de la Administración Autónoma para detener estas prácticas.

En medio de esta lucha por la supervivencia, por la permanencia, a veces es difícil encontrar un paraje idílico o descansar en el balcón de casa sin tener que soportar el ruido y el humo de los generadores, o el olor y las enfermedades infecciosas derivadas de la contaminación de las fuentes de agua. Las consecuencias de la guerra son una constante que persigue sin tregua a los habitantes de esta región. Y si bien sobrevivir es la prioridad en toda guerra, ésta está teniendo un altísimo precio para el medio ambiente. Por ejemplo, la deforestación de las pocas zonas arboladas para vender leña para pasar el invierno, o directamente como fuente de ingresos, especialmente en las zonas controladas por las milicias del ENS como Afrin, está asolando los pocos ecosistemas forestales de alto valor que quedan en el norte de Siria. También los pocos bosques artificiales que el régimen sirio había plantado en los últimos 50 años en el área de Heseke o Tabqa fueron menguando bajo el control del Estado Islámico. “Cuando el EI estaba en Tabqa lo convirtieron en la academia de entrenamiento de los cachorros del califato, para formaciones militares. En aquellos bosques muchos árboles fueron cortados y las balas impactaron en los troncos convertidos en dianas de tiro. Tampoco los regaron durante un largo período de tiempo y se secaron. Fue una combinación terrible. En la montaña de Abdulaziz [Heseke], donde estaba el ELS, muchísimos árboles han sido cortados, y se ha vendido la leña. Era un buen bosque, pero entre el 2012 y el 2016 ha sido cortado de raíz”, recuerda Zîwer Shexo. La desertización sobrevenida de esta política de guerra de corto plazo se arrastrará, en el mejor de los escenarios, a lo largo de las próximas cuatro décadas.

 

[1]Murray Bookchin, “The Ecology of Freedom: The Emergence and Dissolution of Hierarchy”

[2]Ercan Ayboga, “Ecology in Democratic Confederalism”

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