Hace cosa de un año, la escena política parecía decantada por el inevitable retorno al poder del Partido Popular. Como si se tratase del reflejo invertido del gobierno de coalición, el PP anunciaba su regreso acompañado de Vox. Los populares habían conseguido superar su crisis. Tras abocar Ciudadanos a la extinción robándole cuadros y votos, el desgaste relativo de Vox les permitía mantenerse por encima del 30% en las encuestas. El PP arrastraba al PSOE en una polarización muy similar a la de otras épocas. Las polémicas en Igualdad no auguraban nada bueno al gobierno.
Por entonces el guión de la política española parecía la crónica de una derrota anunciada: la de Sánchez y el primer ejecutivo de coalición. Sin embargo, el adelanto electoral, ligado a la aparición de Sumar, ha venido a cuestionar un destino que parecía inevitable. Tras un momento inicial de crisis, marcado por el ruido ambiente generado por las listas de Sumar, la competición virtuosa en la izquierda despegó. Ahora, el PSOE ha comenzado a remontar a paso firme y Sumar ha logrado incluso desbancar puntualmente a Vox de la tercera posición.
¿Cómo interpretar entonces este giro de guión? ¿Sigue viva la crisis de régimen a pesar del cambio de fase? ¿En qué medida altera el guión de la restauración del bipartidismo? O bien, ¿hasta dónde es, por el contrario, expresión de una discontinuidad con las tres primeras décadas del régimen?
El adelanto inesperado
El viento parecía soplar a favor de Feijóo hasta su victoria del 28M. Pero entonces, el adelanto electoral volvió a poner al descubierto las raídas costuras del 78. Lejos de volver a la armonía institucional de los buenos viejos tiempos (alternancias PSOE/PP favorecidas por CiU y PNV), volvieron al primer plano algunos aspectos controvertidos que alejan la idea de un retorno al bipartidismo por pura inercia institucional. Veamos.
De ganar las derechas, no parece que asistiremos a las alternancias continuistas basadas en el consenso del 78. Para empezar, la situación catalana todavía se encuentra muy alejada del regreso al consenso; sobre todo en ese centroderecha afectado por la corrupción de Borràs, el espectro de Puigdemont, la emergencia de Aliança Catalana y, sobre todo, el resentimiento de Trias por perder la alcaldía de Barcelona. La votación contra el ex alcalde convergent ha puesto en solfa ante los suyos la opción de retorno que había despertado su candidatura.
Por parte de PP y Vox, autoproclamados “constitucionalistas”, tampoco pinta mucho mejor el retorno al consenso del 78. Lo que se dibuja más bien se parece a una ruptura unilateral de ese consenso que la vuelta a un bipartidismo de continuidad. No es casual que el lema de precampaña haya sido “derogar el Sanchismo”. Tampoco lo son las cesiones del PP a Vox en todos aquellos ayuntamientos y comunidades autónomas donde los acuerdos eran imprescindibles para los primeros. La guerra cultural queda garantizada. El caso de Guardiola ya ha dejado claro, además, cuál es el horizonte postelectoral del PP.
Mutaciones y debilidades
Pero si a grandes trazos no existe hoy un consenso constitucional consistente sobre el que hacer pivotar alternancias bipartidistas: ¿dónde estamos? Los Años Diez pusieron el bipartidismo en cuestión con una eficacia relativa. Su éxito impugnatorio es evidente: si en 2008 PSOE y PP sumaban 83,8% y en 2011 (tras el 15M) 73,49%; en las últimas elecciones, no reunieron juntos uno de cada dos votos (48,81%). Hoy, en el mejor caso las encuestas vaticinan una recuperación en torno al 60%, aún a más de veinte puntos de lo que era habitual.
Sin embargo, los éxitos electorales de UP y Cs se demostraron efímeros cuando ambas formaciones se las vieron con el bipartidismo. Durante un tiempo intentaron articularse como bipartidismo opcional, novedoso y sin mácula de la “vieja política”. Sin embargo, en la realidad cotidiana lo cierto es que el establishment del régimen supo lidiar bien con estos jóvenes adversarios y mantener la posición. Al menos en parte, pues en la última legislatura ambos han visto cómo a izquierda y derecha mutaban sus antiguos adversarios en dos proyectos rivales: Vox y Sumar. Ambas formaciones con porcentajes similares, aunque mejor emplazada territorialmente la extrema derecha.
Ante este contexto se abren hoy dos interpretaciones posibles: por un lado, el régimen sigue metabolizando su crisis, bien que a menor velocidad y con menor eficiencia de lo que se relata en la opinión pública; por el otro, estaríamos asistiendo a una metamorfosis de más largo plazo. De acuerdo a esto, la crisis no solo va a ser duradera, sino que va a seguir produciendo un importante desgaste al régimen en tanto este no se adapte su diseño institucional a las realidades emergentes.
En esta legislatura hemos asistido, con todo, a una innovación relevante al respecto: el primer gobierno de coalición. Quizá estemos a las puertas de un segundo ejecutivo así, esta vez de derecha. Estos días escuchamos a los defensores del bipartidismo apelar a consensos para que gobierne la lista más votada (como si eso no fuese hacer crecer los extremos). En esa tensión se maneja hoy el sistema de partidos y se prueban las limitaciones del régimen. Solo el tiempo disipará qué interpretación es acertada.