A lo largo de estas semanas mi intención, bien clara, es la de diseccionar el barrio de las Viviendas del Congreso Eucarístico. Desde estas páginas, de las pocas en prensa donde Barcelona va más allá del centro, he insistido en cómo la construcción e idea de este barrio se enmarca en una excepcionalidad histórica, olvidada en muchos aspectos y bien visible por su morfología.

De la misma destaqué, analizándolos, sus cuatro cuerpos centrales, de una arrogancia más que prepotente en relación a los barrios colindantes, marcados por una trama horizontal rota por el recién llegado, quien, sin embargo, no pudo desarrollar toda su ambición, al estar condicionado por la supervivencia de la masía y los terrenos de Can Ros, algo agravado por una frontera natural irrompible pese a los deseos de urbanistas y arquitectos.

De este modo, existe un quinto elemento en las coordenadas del Congrés, marcado por la finca rural y la Riera d’Horta. En este espacio, el entramado horizontal no prevalece, pero se mantiene hasta cierto punto por la extensión de la calle de Pardo, si se quiere la prueba esencial para verificar cómo la obra de Soteras Mauri, Pineda Gualba y Marqués Maristany es una perversión en toda regla, porque une lo nuevo con lo viejo sin anomalías de ningún tipo.

Quinto cuerpo de las Viviendas del Congreso Eucarístico; en verde la calle de Pardo.

Can Ros ha sobrevivido, y su uso para la comunidad sólo puede arrojar un balance positivo por su reconversión en restaurante acompañado de un área deportiva y un par de establecimientos educativos, más o menos recientes.

Al lado de todo este póker figura un lugar indeciso, condenado por las recientes administraciones a una perpetua metamorfosis. Cuando lo inauguraron, el 2 de abril de 1964, coincidiendo con la celebración de los muy franquistas “Veinticinco años de paz”, fue una demostración de clasismo urbanístico, y durante algunos decenios fue conocido como el Casino de los pobres.

Se trata del Canódromo de la Meridiana, en su momento el más preciado de una ciudad aficionada durante la primera posguerra a las carreras caninas, pues antes de la aparición de nuestro protagonista vieron la luz dos establecimientos parecidos. En 1950 se cortó la cinta del multiusos Pabellón Deporte, delimitado por las calles de Llançà, Sepúlveda, Gran Vía y Vilamarí, con fachada en las tres primeras. Un lustro después llegó el turno del efímero Canódromo de Loreto, resistente cerca de la plaça Francesc Macià, por aquel entonces dedicada a Calvo Sotelo, hasta 1962, cuando su muerte preparó el testigo para su sucesor en los márgenes.

El Canódromo de la Meridiana antes de su actual remodelación. | Jordi Corominas

El diseño de esta instalación deportiva para el ocio de las clases más desfavorecidas se encargó a un arquitecto muy atento a los detalles y con una serie de contribuciones nada desdeñables para la capital catalana de la segunda mitad de siglo. Hablamos de Antoni Bonet Castellana, autor, entre otras piezas reconocibles y reconocidas, del Edificio Mediterráneo en Consell de Cent; la horrible Torre Urquinaona en la homónima plaza, y la excepcional La Ricarda, caballo de batalla en el debate sobre la ampliación del aeropuerto, iniciativa muy bien vista y apoyada por el actual alcalde, quien el otro día dijo querer gobernar a pie de calle, sin por lo demás pisarla, algo muy meritorio.

La vela de Bonet Castellana, miembro del estudio de Le Corbusier y montador de la fuente de Calder para el pabellón republicano de la Exposición Universal de París en 1937, devino en un periquete símbolo de este extrarradio. Su artífice, un hombre intachable al considerar su labor desde una totalidad humanística, empleó hormigón y tela asfáltica para esa joya vertical, repleta de espectadores en sus primeros compases, cuando las perreras de Santa Coloma de Gramenet acogieron a más de setecientos galgos, única raza española, para las competiciones celebradas en el recinto, tales como catorce campeonatos nacionales.

Pasados los años, quedó atrás el esplendor de dieciséis duelos diarios entre galgos por culpa del aumento de la tasa de apuestas y el fervor partidario de proteger la integridad de los animales contra viento y marea. El Canódromo cerró sus puertas para siempre el 22 de febrero de 2006. Antes, quien escribe, tuvo la oportunidad de pasar una tarde de miércoles junto a unos amigos, atraídos no tanto por la nostalgia, sino por la lectura de Charles Bukowski y la posibilidad de transcurrir unas horas surrealistas entre personajes carpetovetónicos y bebidas alcohólicas a precio de saldo.

Obras en el Canódromo de la Meridiana. | Jordi Corominas

Tras su adiós, llegó el instante de pensar en el futuro, contemplándose una opción muy en boga a lo largo de nuestro siglo, lo que no significa en absoluto éxito ni aplicación real de los propósitos. Al ser un inmueble protegido a nivel patrimonial, lo urdido por Bonet Castellana era casi intocable y se decidió fundar un centro de arte contemporáneo centrado en el apoyo a artistas emergentes.

El experimento salió rana y, en vez de caer en la amnesia, debería servir como ejemplo de la pésima gestión municipal con relación a su mensaje de descentralizar el arte. Otras propuestas similares, pienso en el Espronceda Center o en el Piramidón de la Pau, venden muy bien de cara a la galería sin haber logrado acercar al perezoso barcelonés fuera de su habitual radio de acción.

El Canódromo de la Meridiana. | Jordi Corominas

Lo único bueno de todo este desaguisado fue quitar la pista y ofrecer, tal como habían solicitado más de una treintena de grupos de vecinos, la plaza a la ciudadanía. Hoy en día, el Canódromo se ha rebautizado como Ateneo de Innovación Digital y Democrática, algo muy propio de la pasada administración, tan partidaria de vaciar el lenguaje de significado con vocablos echados a perder por culpa de su petulancia.

¿Qué quiere decir eso de Innovación Digital y Democrática? En ocasiones, por razones de estudio sobre el terreno, paso bastante por su perímetro; creo que a los habitantes del barrio toda esa palabrería les da bastante igual y están bastante más preocupados por cómo terminará la remodelación de la plaza, a concluir en 2024. Antes de la misma era muy agradable ver cómo el vecindario había hecho suyo el inmenso rectángulo. Nadie duda de cómo retomarán ese empoderamiento, pero por ahora luce un solar con una canasta de baloncesto, pues la base para el mañana, al menos eso intuyo, se inspira en el cambio de la plaça Sóller, un equipamiento intergeneracional de excelentes propósitos y un descuido imperdonable, pues en toda esta dirección de lo público muchos de sus gestores suelen olvidar que es la ciudadanía quien define el uso de los espacios.

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