
El inesperado adelanto de las elecciones generales se acerca a su desenlace: mientras el bloque de la investidura recupera algo de margen, la oposición lidera las encuestas. El gobierno saca pecho por su gestión de la legislatura más difícil en décadas (covid, guerra, inflación, clima…), pero no acaba de convencer a un electorado de izquierda desencantado. Sánchez, sin embargo, se muestra confiado en el apoyo de su mejor aliado: el régimen del 78. ¿Se pueden ganar hoy unas elecciones por defecto?
Los tres triunfos del PSOE
En la historia del 78 en adelante el PSOE ha alcanzado el poder en tres ocasiones. La primera, en 1982, tuvo lugar tras el 23F y marcó la consolidación definitiva del régimen democrático. Hasta 1996, tras una prórroga inesperada en 1993, Felipe González, en mayoría o con el apoyo de CiU y PNV, dominó la política de un país que se integró y homologó a las democracias occidentales.
En 2004, el PSOE regresó al gobierno contra todo pronóstico. El intento de instrumentalización del atentado del 11M se volvió contra el PP y aupó a un imprevisto Zapatero que sorprendió a la izquierda con medidas como retirar las tropas de Iraq o el matrimonio homosexual. Sin embargo, incapaz de afrontar la crisis de 2008 por la izquierda como había advertido el 15M, Zapatero perdería las elecciones que él mismo había convocado un 20N.
Solo a la tercera lograría vencer el eterno aspirante Rajoy. Pero no por méritos propios, sino por deserción masiva del apoyo a Zapatero. El bipartidismo experimentaría entonces una tendencia a la baja que llegaría a su mínimo histórico en las generales de noviembre de 2019. Juntos, PSOE y PP no sumarían uno de cada dos votos (48,81%).
En 2018, no obstante, el PSOE volvería al gobierno por tercera vez. Gracias paradójicamente al fin del bipartidismo, fue posible la primera moción de censura exitosa de la democracia. El PSOE volvía al poder casi obligado por sus competidores, de la mano de un cuestionado Pedro Sánchez y con el grupo parlamentario más reducido desde la Transición (apenas 85 escaños).
Desde entonces, no obstante, el PSOE ha seguido un guión tan previsible como eficaz: favorecer el retorno a la normalidad institucional para que el régimen metabolice su crisis de los Años Diez. Sánchez entendería mejor que sus adversarios el agotamiento de la movilización en las calles y la ventaja que esto suponía para el PSOE. Gobernar como si nada hubiese pasado favorecería a un tiempo su recuperación y el desgaste de sus adversarios; los beneficiarios del Procés y el 15M.
Vencer sin convencer: las alternativas al 78
Desde la crisis global de 2008, el PSOE se había visto sorprendido por fuerzas novedosas. Ante la crisis de régimen los socialistas solo podían fiar su futuro a la combinación de los errores ajenos y la fortaleza de las instituciones. Contra el cálculo de quien aspiraba a superar el marco constitucional, el régimen se probó a todas luces más fuerte que sus alternativas.
En el vector de crisis catalán, la DUI marcaría el punto de inflexión. Hasta entonces el independentismo había mantenido una doble carrera: en su propio campo, CiU intentaba salvar su papel de partido bisagra en Madrid y alternante bipartidista en Catalunya. ERC y CUP celebraron con entusiasmo el momento que tanto habían esperado: el fin del “ara no toca” de Pujol.
Hacia afuera, sin embargo, se abría una carrera sin otra solución de continuidad que el enfrentamiento directo con el Estado. Precipitaron su ruina y de paso se llevaron por delante al partido que había crecido en reacción al secesionismo: Ciudadanos. No es de sorprender que el PSC haya vuelto a liderar la oposición en Catalunya y haya recuperado Barcelona.
Por su parte, las formaciones nacidas del 15M también cometieron un error fatal al no medir bien el calado de la crisis de régimen. Aunque en diciembre de 2015 la alianza de fuerzas articuladas por Podemos consiguió en apenas un año ponerse a solo un 1,4% del PSOE, a partir de ahí no supo adaptarse a las instituciones. En lugar de seguir el guión de éxito escrito por Syriza, Iglesias Turrión prefirió optar por el sueño del sorpasso eurocomunista al PSOE.
El resultado es conocido: en 2016, al coaligarse Podemos e IU en UP, se perdió más de un millón de votos. En la disputa interna se impusieron las tesis de Iglesias y a partir de ahí la caída en picado solo salvaría los muebles gracias a forzar el primer gobierno de coalición con Sánchez.
Pero para entonces las condiciones institucionales ya no eran las de 2015. Iglesias Turrión tuvo que conformarse con una proporción ministerial menor a la que podría haber obtenido y sin carteras centrales en el Estado. Solo uno de sus ministerios dispondría de presupuesto y equipo: el ministerio de Yolanda Díaz tras el cual se dejaba notar el peso sindical de CC.OO.
El #23J: ¿vuelta a la crisis o restauración?
Las generales previstas a finales de 2023 eran una derrota anunciada hasta que Sánchez apostó por el todo o nada. Al adelantar la fecha no solo pilló con el paso cambiado a la oposición. También sorprendió a sus socios de coalición e investidura. La apuesta tiene una doble salida: si sale bien, continuará el gobierno de coalición; si sale mal, el PSOE se asegura un grupo parlamentario con el que acomodar las pérdidas del 28M a la espera de la alternancia.
El 23J llega, pues, en un momento clave para superar la crisis de régimen… o hacer que se vuelva endémica: por defecto el régimen favorece la regeneración del bipartidismo. Pero está por ver si esto es posible sin institucionalizar de algún modo, ni que sea transitoriamente, los gobiernos de coalición. Hoy por hoy nadie cuenta con un gobierno del PSOE o del PP en solitario. Menos aún con la gran coalición o el gobierno del partido más votado. Nada de ello encaja en el régimen por defecto del 78, aunque lo pida Felipe González (o a su pesar).
Pero tampoco encajan (al menos de momento) los gobiernos de coalición como una solución estable sin que las formaciones de los extremos clausuren de manera definitiva el horizonte antagonista abierto por la crisis de régimen. En este punto, Sumar y Vox no tienen igual dependencia de la movilización. Mientras que la primera opción se remite al 15M, la segunda se remite a la clausura definitiva de su horizonte.