Hace unos meses publicamos un artículo sobre cómo analizar la propiedad de los medios de producción en el contexto del teletrabajo. En ese artículo señalamos que este nuevo modo de trabajar ha incentivado un cambio laboral, a día de hoy nos encontramos con que muchas trabajadoras se han vuelto propietarias de los medios de producción (ordenadores) y de los gastos asociados a su trabajo (conexión a Internet, electricidad o disponibilidad de un espacio para trabajar). Así pues, esta normalización del teletrabajo ha hecho que el análisis del mercado laboral en términos de propiedad cambie. Ya no son las empresarias quienes cubren estos costes, sino las propias trabajadoras. La trabajadora ahora paga por trabajar. Además, esta situación condiciona de manera directa su actividad sindical. Reducir la posibilidad de establecer relaciones personales entre trabajadoras hace que se articule de una manera más pobre una posible defensa de sus derechos desde una vía organizada. Los dos argumentos previamente mencionados fueron los principales ejes de análisis para entender las implicaciones económicas y sociales del teletrabajo. En este artículo profundizaremos sobre por qué nos ha acabado convenciendo socialmente el teletrabajo e introduciremos el concepto del falso mito de la conciliación familiar.

Actitud ante el teletrabajo

En una encuesta realizada en 2020 se analizó la actitud de las trabajadoras españolas ante el teletrabajo. La cámara de comercio de España estimó que la primera ventaja identificada por las trabajadoras era la reducción del tiempo de desplazamiento, seguida del ahorro en gastos personales y la posibilidad de pasar más tiempo con la familia. Los principales puntos negativos eran el aislamiento social, las líneas grises entre tiempo personal y laboral y la sobrecarga de trabajo.

Este resultado podría indicar que el teletrabajo permite a la trabajadora disponer de su tiempo con mayor flexibilidad. Aunque lo parezca, esa conclusión no acaba de ser del todo cierta y debe ser analizada con cautela. Al no existir un espacio específico donde realizar la tarea laboral, todo lugar y tiempo es susceptible de ser aprovechado para trabajar. De hecho, si nos alejamos de la romantización que se ha hecho en torno a la figura del nómada digital, lo que acabamos encontrando es que los límites del entorno familiar y el espacio laboral se acaban difuminando. Así pues, lo que en un primer momento parecía una ventaja para las trabajadoras puede convertirse en una carga. Ahora nos encontramos en un escenario en el que no solo las trabajadoras pagan por trabajar, sino que además alargan sus jornadas laborales y son más propensas a trabajar fuera del horario pactado. La desconexión digital, que ya era difícil antes de la generalización del teletrabajo, ahora lo es aún más si no queda estipulada su logística en el contrato laboral. Si siempre estamos disponibles, o debemos estarlo, a un mensaje, un mail o una videollamada, nunca vivimos, solo trabajamos o esperamos a que nos toque trabajar.

Desde las instituciones se pueden impulsar una serie de iniciativas para paliar estos efectos indeseados en torno al teletrabajo, y para garantizar que sea una práctica beneficiosa para un mayor número de personas. Como hemos mencionado, uno de los principales beneficios percibidos por las trabajadoras es la reducción de los tiempos de desplazamiento. Una problemática especialmente grave en nuestro país, ya que el transporte público sufre de retrasos estructurales.

Desde las instituciones municipales se pueden crear, adaptar y promocionar espacios públicos para que quien lo desee pueda teletrabajar fuera de casa, pero no especialmente lejos de su lugar de residencia. A día de hoy hay quienes pagan una cuota de un espacio de co-working o acuden a cafeterías, con su debida consumición incluida, para trabajar. En esta situación vemos el mismo patrón previamente mencionado: las trabajadoras pagan por trabajar. La separación de espacios es clave para que quien trabaja pueda ejercer su trabajo de la mejor maera posible. No siempre es fácil encontrar espacios en el hogar para separar la vida familiar de la vida laboral, por este mismo motivo el tipo de políticas municipales mencionadas ayudarían a solventar esa problemática. La creación y promoción de lugares públicos de trabajo posibilita a las trabajadoras realizar su jornada en su lugar de residencia cuando lo deseen, reduciendo los tiempos de desplazamiento, pero sin comprometer sus espacios personales. Además, promocionar estos espacios puede beneficiar el encuentro de la comunidad y limitar el aislamiento social.

El falso mito de la conciliación

Uno de los argumentos que más se ha utilizado para justificar la vigencia del teletrabajo es que permite compaginar de forma más eficiente y equitativa las distintas tareas del hogar con la vida profesional. Por ejemplo, si los dos miembros de una pareja trabajan, cualquiera de los dos puede llevar y traer a los hijos e hijas al colegio sin que eso suponga una barrera en su desempeño laboral. No obstante, en la práctica lo que se observa hasta el momento es que las mujeres siguen asumiendo más el rol de cuidadoras que los hombres. Ese “nuevo tiempo”, que no se gasta en desplazarse, es empleado para realizar las tareas domésticas y no se reparte de manera equitativa. Una vez más, son las mujeres las que soportan más carga de trabajo en casa y,  debido a la interiorización de los roles de género, son también las mujeres las que paralizan más su jornada laboral para hacerse cargo de menores y mayores en su familia; para acompañar a alguien al médico o para realizar gestiones administrativas o bancarias. Así pues, la estructura patriarcal de nuestra sociedad tampoco escapa de esta nueva lógica del mercado laboral y en consecuencia, la idea de que la conciliación familiar puede mejorarse gracias al teletrabajo no es nada más que un mito. De hecho, se puede agudizar aún más en entornos donde el teletrabajo se haga costumbre.

No se trata simplemente de la distribución desigual de las tareas del hogar, sino de analizar la estructura social que la legitima. Una explicación a la brecha de género laboral es la división de la naturaleza del trabajo entre hombres y mujeres. En parejas leídas como heterosexuales, las mujeres suelen aceptar trabajos a media jornada y los hombres a jornada completa, es decir, que la principal fuente de ingresos y en consecuencia el trabajo más importante, es el masculino. Bajo esta lógica, la mujer es la que se puede permitir cuidar mientras trabaja. Si existe esta división de tipo laboral, queda claro qué género renuncia a trabajar más, pero aunque no exista, puede darse la situación en la que sea la mujer, por valores asociados al género que haya interiorizado, quien cuide mientras trabaja. La consecuencia que se deriva de esta situación es que la mujer limita más su carrera profesional que el hombre y si no está dispuesta a ello, debe reducir el tiempo que le dedica a otras actividades, como por ejemplo el descanso o el ocio.

Tal y como mencionamos en el artículo pasado, nuestro objetivo no es destruir el teletrabajo, sino analizarlo de la manera más completa posible. Ante las consecuencias que planteamos en este escrito una posible solución pasa por una estructuración más clara de los límites de la jornada laboral y una creación de espacios públicos de proximidad que permitan separar el lugar de trabajo del lugar donde se desarrolla la vida personal de cada individuo. Esta propuesta se basa en la implementación de medidas claras sobre horarios y tareas laborales, sabiendo que la ausencia de dichas normas hace que en muchos casos se repliquen patrones sociales ligados a los roles de género.

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