Llevo demasiado tiempo sin ver la película italiana I soliti ignoti, aquí traducida como Rufufú por el influjo de la legendaria Du Rififí chez les hommes. El filme de Monicelli fue poco posterior al del inigualable Jules Dassin. Ambas se centraban en un robo planificado al dedillo con resultado dispar. La transalpina, con un reparto estelar, ha quedado en la memoria de la Bota por la exigencia de preparar ese delito de manera científica, tal como repetía cada dos por tres el personaje interpretado por Vittorio Gassman.
En el barrio de las Viviendas del Congreso Eucarístico todo se desarrolló según esos parámetros; por eso mismo casi lamento, con alguna excepción, no poder hablar mucho de personas por la omnipresencia de la estructura concebida como colofón del evento olvidado de la historia de Barcelona.
Su centro fue la plaza del Congrés Eucarístic. Lo curioso es constatar cómo fue uno de los últimos cuerpos en ser completado. Para verlo, partiremos de la masía de Can Ros en la esquina de Cardenal Tedeschini con el carrer del Cep, inicio cabal para comprender mejor cómo el meollo de la barriada es el mejor recurso para observar su progresiva civilización, casi como si volviéramos a ser niños y jugáramos con esas casitas con su función escrita en la base entre escuelas, iglesias y Ayuntamientos.

Aquí no tenemos este último, como si el clero fuera el gobernante del todo. Buena prueba de ello sería la presencia del Cristo de la Purísima Sangre en mayo de 1956 en la plaça del Congrés Eucarístic, nuestra protagonista de hoy. Fue trasladado al ágora, colmada en sus laterales por dos hileras de viviendas culminadas con emblemáticos rascacielos bicromos, desde la basílica de Santa María del Pi sólo para presidir el solemne pontifical, con el oficio a cargo de Ildebrando Antoniutti, nuncio de su Santidad en España.
El hombre de poder de todo este asunto era el Obispo Gregorio Modrego. El día de su santo, 17 de noviembre, solía usarse para divulgar noticias con relación al progreso de las obras del conjunto, no en vano la idea del mismo era clara, pero hasta 1963 no se dio por terminada la parroquia de Pío X, en realidad el núcleo duro del cuerpo del tramo imprescindible de Cardenal Tedeschini, flanqueado en sus laterales por dos edificios inusuales para acoger escuelas, cuya cinta se cortó durante en noviembre de 1959, durante la onomástica del ídolo de la diócesis.

Estos colegios hoy en día acogen a Lasalle Congrés y l’Escola Arrels. En la prensa de esas jornadas se informa de la solemne apertura de las Teresianas -para chicas-, y de una residencia para jóvenes obreros, vocablo chocante en la prensa franquista, pues siempre privilegiaron productores como supremo eufemismo.
En la misma fecha de 1960 se informa del debut de la construcción de la iglesia para contentar las necesidades religiosas de los más de quince mil feligreses de ese conglomerado, considerado por el cronista como una de las mejores ciudades del mundo, brillante en su diseño y lenta en su desarrollo pese a la presencia de infinitos trabajadores enfrascados en el proceso.
La ausencia de elementos a principio de los años sesenta se constata por una peculiar dinámica a lo largo de 1961. Los barrios sin mercados de abastos veían compensado el hecho, resuelto en Felip II a partir de 1966, con la irrupción en sus vidas periféricas de un camión supermercado con los productos indispensables para la ciudadanía. El vehículo paraba en la plaza del Congrés Eucarístic, elegida sin duda como punto neurálgico del entorno, algo redundado durante toda esa estación donde el fin de la Autarquía aún no era visible por las evidentes faltas urbanísticas en muchas zonas de la capital catalana.

¿Hemos olvidado el Ayuntamiento? No, ya hemos dicho como el clero copaba la totalidad, y además el Congreso se integraba y se integra en Sant Andreu por la proverbial y deficiente división administrativa en Distritos. Su nuevo barrio era hijo de Dios, y a él debía supeditarse en la propaganda, más amnésica cuando empezó el declive del Franquismo por, paradojas, su boom económico.
Ese factor enterró a nivel mediático a la plaça del Congrés Eucarístic por la aceleración de la historia en tan corto trecho de tiempo. De repente, toda la difusión tendenciosa de elogios no colaba ni con pegamento, y las notas locales adquirieron otro color mucho más práctico, sin apenas alusiones a tantas divinas proezas mientras la barriada veía, al fin, todo su rompecabezas sin huecos.
¿Seguro? El 12 de julio de 1969, poco antes de la llegada del hombre a la Luna y la designación oficial de Juan Carlos I como sucesor de Franco, se publicó en La Vanguardia una lista sobre las áreas verdes de Barcelona. Las del Distrito IX eran colgarse una medalla por el bagaje del Congreso Eucarístico, destacándose los más de tres mil metros cuadrados de sol, aire y vegetación en el enclave estrella de estos párrafos, bien acompañado por la plaza del Cardenal Cicognani y los interiores de las viviendas, dotados de patios magníficos para el empoderamiento vecinal, como vimos hará cosa de dos semanas.
La cuestión del transporte fue otro de los debates más comentados durante la formación del Congreso como entidad. En julio de 1959, la cronología nunca es casual, el Alcalde Porcioles y Modrego encabezaron el desfile de autoridades, encantadas de subirse a la nueva línea 5, con parada en Felip II, quizá por eso, dentro de ese unir lo que es distinto, la estación se denomina del Congrés i els Indians.

Con el subterráneo cubierto, quedaban los autobuses. En 1971 se estrenó el 71, de l’avinguda del Bogatell hasta Virrei Amat y parada en la plaça del Congrés Eucarístic, en la actualidad alfa y omega del 191 hacia Can Baró, uno de los buses más prácticos de todo el parque barcelonés.
¿Sería este número el causante de las quejas de un usuario de 1980 avanzado a su tiempo? Antonio Bonet Planas protestaba en las siempre sensacionales cartas al director porque este autobús tenía dos terminales en el ágora, algo nefasto, causa de confusión entre los pasajeros y un derroche brutal de energía, perfecta para contaminar tanto en lo acústico como en lo ambiental e inútil al entorpecer el tránsito.
Modrego, Procurador de las Cortes Franquistas, falleció de un infarto fulminante el 16 de enero de 1972, en el Colegio Jesús-María de Sant Gervasi. Al año siguiente su nombre aparecería en una de las mejores novelas sobre la posguerra, Si te dicen que caí, donde Juan Marsé lo embarulló en su invención de Carmen Broto. La cruz y la carne se aliaban en la tinta, censurada hasta 1976 en nuestro país, cuando nadie se acordaba del extinto Arzobispo, creador del Congreso sí, pero con un expediente humano de compromiso con el Fascismo que haría aconsejable explicar muy bien sus claroscuros, pues al lado de la plaza capital tiene una a su nombre, homenaje a su devoción para con los demás, quien sabe si su particular expiación por apoyar con esmero a los criminales que vencieron la Guerra Civil.