Cualquier opinión que puedas leer, oír o que te pueda explicar tu cuñado sobre Israel estará sesgada. Hay matices en esta sociedad que, por mucho que leas y por muchos años que lleves viviendo aquí, nunca podrás llegar a entender. Pero, al mismo tiempo, se da esta paradoja en la que explicar un conflicto político se hace extrañamente sencillo, porque como tú bien sabes, entender lo que quiere la extrema derecha es igual de simple en Jerusalén que en el Ripollès.

Pero empecemos desde el principio. Netanyahu es un señor de derechas que, como no podría ser de otra forma, colecciona denuncias por corrupción. Aún así, en las últimas elecciones obtuvo el apoyo suficiente para poder formar gobierno, ayudado por la derecha más religiosa y fanática. Fue una unión ideal: el primer ministro Benjamin Netanyahu (conocido popularmente como Bibi) favorecería leyes para los ortodoxos y para los asentamientos en Cisjordania, y a cambio, sus amigos de extrema derecha mirarían hacia otro lado cada vez que se mencionara alguna cosa que le pudiera llevar a la cárcel.

Entre ambos idearon una hoja de ruta para dar forma a su plan, y así nació la famosa reforma judicial. Esta reforma se compone de varias leyes que, en su conjunto, merman los mecanismos de control del poder judicial sobre el ejecutivo. Según la reforma, los jueces pueden ser elegidos a dedo por el gobierno, y éstos podrán ser sustituidos a voluntad de Bibi. Los jueces tampoco podrán decidir si el Primer Ministro está en condiciones de gobernar (esto mágicamente ha coincidido con el hecho que, recientemente, le tuvieron que poner un marcapasos a Netanyahu). En resumen: se cargan la separación de poderes y dejan que Bibi pueda salirse “de rositas” con sus denuncias y aprobar los presupuestos que los religiosos quieran para campar libremente por los territorios ocupados.

Por supuesto, este plan le pareció una locura a una gran mayoría de israelíes. Fue en enero de 2023 que todos ellos salieron  a las calles para denunciar que esta ida de olla era claramente antidemocrática. Desde entonces, han sido 30 semanas de manifestaciones multitudinarias, en las que cada sábado miles de personas han protestado para que Israel no siguiera el camino del populismo de derechas al que ya han sucumbido Hungría o Polonia.

Y aquí estamos, siete meses después, una semana después de que se haya aprobado la primera de las leyes que conforma la reforma. Con una sociedad totalmente dividida (¡aún más, y parecía imposible!) entre aquellos que luchan por conservar la democracia israelí, apropiándose de la bandera del país al grito de “nosotros somos Israel, queremos paz y democracia”, y aquellos que consideran que ir en contra de lo que votó la mayoría en las elecciones es una actitud propia de anarquistas, y que la división entre judíos sólo debilita al país y pone en riesgo su existencia.

Los israelíes a favor de que se lleve a cabo la reforma -los más religiosos y preocupados por la división de la población- son un sector que engloba desde los ortodoxos a gente menos religiosa y más tradicional. Históricamente este sector se ha sentido poco representado, y ahora temen que su voto pueda ser silenciado por un conjunto de la población que consideran rebelde y desconsiderada con las costumbres judías.

Por otro lado, los Smolanim -en hebreo y de forma bastante peyorativa “los de izquierdas”- siguen protestando ante el incremento de la violencia policial de las últimas semanas. Violencia que llega del poder y del otro 50% de la población, que a menudo cierra filas con la policía y que abiertamente enseña carteles donde se puede leer “teocracia”.

No están solos. Cuentan con las empresas del sector de High Tech que tienen base en Israel, ya que prevén grandes pérdidas si la reforma sale adelante, así como parte del sector de los reservistas, que se niegan a volver a presentar sus servicios de reserva al ejército si se aprueban nuevas leyes.

“Me han pedido escribir un artículo sobre lo que ocurre en Israel” –le he escrito hoy a un amigo de aquí por Whatsapp– “¿qué crees que es importante que explique?”. Ha tardado 30 segundos en contestarme: “Esta historia no se acaba con la aprobación de esta primera ley, esto es una guerra que va para largo y que juega a desgastar ambos bandos”.

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