Para Ramón Lobo el periodismo era “publicar noticias, tocar las pelotas a los poderes públicos y privados, dar contexto de lo que sucede, explicar el mundo que nos rodea, ser útiles y merecer que paguen por lo que publicamos”. Así lo dijo en 2012 en el libro Queremos saber: Cómo y por qué la crisis del periodismo nos afecta a todos. Y así lo ha defendido toda su vida.
Con una vocación por la profesión desde los 14 fue corresponsal de guerra durante 20 años en los Balcanes, Chechenia, África, Irak y Afganistán. Lobo falleció víctima de un cáncer de pulmón que le diagnosticaron hace un año. “Tengo un problema médico llamado cáncer, una palabra que mucha gente teme pronunciar, pero yo la pronunciaré porque así me siento acompañado. No tengo miedo a decirla” anunciaba el pasado octubre en el programa A vivir que son dos días de la Cadena Ser.
Ramón Lobo es la personificación de un periodismo basado en la veracidad, la vocación por los hechos y la sensibilidad. “Era un obsesivo con el periodismo que se aleja de los hechos, del debate y se va hacia las emociones, las críticas y el dogmatismo”, asegura el periodista Bru Rovira. Lobo representaba un periodismo que era, pero cada vez lo es menos. “Vivimos sentados en una gigante rueda virtual. El exceso de información no jerarquizada, no comprobada, es otra forma de manipulación. Un mundo acelerado que mata a la lectura, al pensamiento crítico. El objetivo no es ser el primero en tuitear una banalidad, en publicar una mentira”, reflexionaba en Queremos saber: Cómo y por qué la crisis del periodismo nos afecta a todos (2012). La frontera entre opinión e información se ha difuminado. La digitalización ha sometido a los lectores a un sobreconsumo, la inmediatez amenaza la calidad de la profesión y el servicio público se pierde. Según Rovira, “él diría que el periodismo debe ser abierto, abandonar el dogmatismo y la batalla ideológica y recuperar la ética”. Lobo tampoco pretendía cambiar el mundo. “Yo aspiro a informar a la sociedad, que es quien debe cambiarla”.
Una carrera de independencia y dignidad
Aunque nació en Maracaibo (Venezuela) en 1955, creció en una Madrid del régimen y de Transición donde decidió ser periodista para “fastidiar” a su padre que era militar y franquista. Comenzó su carrera profesional en el Heraldo de Aragón. En 1986 entró en el diario Expansión y pasó por Cinco Días, la Gaceta de Negocios y fue jefe de internacional del extinto El Sol. Uno de los corresponsales de guerra que ha marcado en la segunda mitad del siglo, cubrió durante dos décadas conflictos para el diario El País. Despedido en el 2012 en un ERE, junto a otros 129 compañeros continuó su trayectoria profesional como freelance en medios como elDiario.es, Jot Down, InfoLibre o El Periódico. “He perdido dinero, pero he ganado prestigio. Es curioso: la forma en que salí de El País me dio un sello de independencia. Nunca me hubiera ido del periódico ni renunciado al sueldo. Pero no moví ni un dedo para que me sacaran de la lista. No intenté hablar con nadie. Hubo tres razones. Si yo salía, metían otro; era sólo una copia, yo estaba en la cabeza de alguien que podría hacer más listas, y en tercer lugar, no sabía si era bueno o malo. Dejé que todo fluyera”.
También publicó libros como El héroe inexistente (Aguilar, 1999), Isla África (Seix Barral, 2001), Cuadernos de Kabul (RBA, 2010), El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol (Libros del KO, 2012) , El día que murió Kapuściński ( Círculo de Yeso, 2019) y Las ciudades evanescentes (Península, 2020) y estaba preparando un último antes de morir donde reflexionaba sobre la muerte de su madre y la propia. Su carrera profesional ha sido reconocida con los premios Cirilo Rodríguez (2002), Intercultura en la Convivencia en Melilla (2005), José Manuel Porquet (2010) y el Premio del Club Internacional de la Prensa (2013).
Con vocación y compromiso social, se adaptó a la digitalización del periodismo y logró miles de seguidores en Twitter donde se convirtió en un agitador político y cultural, un crítico, dispuesto a cambiar el país en el que vivía. Desde la izquierda pero sin compromisos partidistas. Como explicaba en Todos náufragos, “soy un superviviente dañado de un doble maremoto, el familiar y el colectivo, que asoló España entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975 y del que todavía no nos hemos recuperado”.