El otro día hablaba con mi madre sobre cómo determinadas calles consiguen obsesionarme. Una de ellas, por si no lo han notado, es la actual Alexandre Galí, sobre todo por su forma definitoria de frontera entre barriadas, clave para comprender el entramado vertical de la zona conocida como las Viviendas del Congrés Eucarístic.
La base de un empecinamiento suele conllevar sucesivos interrogantes a medida que se amplía el conocimiento mediante el paseo y el análisis. En Alexandre Galí, las viviendas no son de altos vuelos y muchas de ellas se configuraron con la noble intención de animar el comercio de proximidad, algo logrado con carnicerías, camiserías y una notable abundancia de talleres mecánicos, a los que se añadieron panaderías y otro tipo de negocios prácticos para la ciudadanía.

No se logró, tampoco creo se pretendiera, una autosuficiencia, aunque sin embargo el ímpetu del final del Franquismo, fruto de las ganas de crecer de los pobladores para mejorar tanto en Cultura como en condición social, hizo de la calle un lugar capaz de resumir la energía de su época, quien sabe si más tarde mancillada por los mensajes democráticos, imprescindibles y con una pátina negativa por el cambio de paradigma, con los márgenes más desplazados en la acción política, mejorándose su aspecto y perpetuándose la imposibilidad del ascensor social.
Alexandrí Galí, pese a su importancia, no deja de ser un ente en sí mismo. Para vertebrarlo con relación a su conjunto, devino una vía con gran actividad asociativa, conjugada con la inevitable participación del Obispo Modrego, quien el 20 de septiembre de 1963 inauguró en el número 48 la Escuela de Formación Profesional Intensiva de la Joven, Nuestra Señora de la Merced.

El centro, con mucha publicidad en prensa hasta mediados de los setenta, debió entrar de pleno en las tendencias clericales propias del Concilio Vaticano II, hasta constituir un precedente de los aires laicos de los años sesenta, cuando la mujer poco a poco superó su rol supeditado al hombre durante milenios.
Modrego quería imprimir a la escuela el sello católico, imaginamos a la antigua, lo contrario de su realización, con talleres para conseguir el título en dependienta de comercio, hostelería o delineante, ampliándose con los años los cursos con opciones especializadas en instrucción al personal, planificación y cronometraje, legislación laboral, ortografía, redacción, dietética, puericultura y matemáticas.
En los setenta, la entidad, auspiciada por el Fondo Nacional de Protección al Trabajo, debió volverse mixta, o al menos eso puede deducirse por el léxico de sus anuncios. Esto era un paso hacia la normalidad propia de un país democrático, modificándose ciertas dinámicas a partir de ese instante.

Antes, también en 1963, nació en la misma Federico Mayo la peña congresista Landajo, encuadrada en la tradición deportiva del barrio. Organizó conferencias, como una de noviembre de ese mismo año dedicada a la grandeza y servidumbre del deporte, y consiguió atención de los medios monográficos para con este nuevo opio del pueblo, conmemorándose sus aniversarios con fotografías de sus eventos, la mayoría de ellos torneos contra el equipo de las Viviendas del Congreso, con muchas ganas de aparecer en estas páginas.
La otra agrupación deportiva era el club de ajedrez del número 24, con solvencia a la hora de ser partícipe en competiciones, hasta dejar el local para celebrar las eliminatorias, o proponer conferencias, como la del maestro rumano Gheorgiu en febrero de 1974, año donde la polémica en la calle surgió por su relación con otros espacios cercanos, como el passeig de Maragall.
Una mezcla entre lucha vecinal y lógica contemporánea impuso al Ayuntamiento la extensión de la línea 4 del metro barcelonés, la amarilla para sus usuarios. Así, un poco de golpe y porrazo, el 74 asistió al corte de la cinta de muchas estaciones. Una de ellas debía ser, y así fue, la de Maragall, causante de problemas de aparcamiento en Federico Mayo, según un vecino por favorecer a los autobuses de las cocheras, pues era un sinsentido vetar a los vecinos dejar su coche como quien dice en la puerta de casa al no existir obras en nuestra protagonista.
La muerte del Dictador relanzó otras asociaciones, como la misma del Congreso, sita en el número 20 de Federico Mayo, pletórica entre debates políticos, como uno en junio de 1976 sobre la inminente ley de Reforma Política, y obras de teatro, no en vano en octubre de 1981 los espectadores del barrio pudieron asistir a una representación de Medea en su versión catalana de Carles Riba.

Como comentaba, la Democracia activó el modo pausa en esa riqueza. En mi infancia y adolescencia tuve cierto contacto con el barrio del Congreso. Iba desde el Instituto y todo me parecía más bien gris, apagado, como si fuera un lugar a la espera de luz. Esta ha llegado de modo paulatino, quizá por el mismo ecosistema interno de los lugares, pues ante la desidia municipal por la periferia, una cosa es embellecer y la otra reflexionar sobre sus habitantes más allá de la estética, la autogestión suele ser hegemónica.
En 2008 ese fundirse con la época volvió a irrumpir en los periódicos, esta vez en la crónica de sucesos. La madrugada de Reyes, unos vecinos de Alexandre Galí llamaron a la policía para informar que su compañero de piso había llegado malherido. El chico, originario de Marruecos, falleció minutos después, desmontándose la trama fabricada por sus asesinos, una pareja española con quien dividía el apartamento.
Este hecho criminal no tuvo seguimiento posterior, algo muy habitual en la prensa, donde toda delincuencia de periferia queda relegada si se la paragona con la del centro urbano. Del extrarradio suele escribirse para mal, y por eso los casos de crónica famosos de esta geografía suelen tener aspectos moralizantes. Si son cotidianos, siempre significativos pese a su pequeñez, suelen caer en el pozo del olvido, mimetizándose con el tratamiento de los márgenes en cualquier circunstancia.