Como por todos es sabido, sin que esté Rubiales de por medio, esta semana la Biblioteca García Márquez del barrio de Sant Martí de Provençals ganó el premio a la mejor del mundo tras derrotar a homólogas de Australia, Eslovenia y China.

Parecía la crónica de un galardón anunciado si atendíamos el runrún local. Al fin y al cabo, los detalles siempre son importantes, el edificio de SUMA Arquitectura quizá quede como uno de los legados en la materia del anterior consistorio, si bien el concurso se adjudicó, paradojas, en los compases finales del mandato del alcalde Trías.

La Biblioteca García Márquez. | Jordi Corominas

No es la primera vez que escribo sobre la García Márquez. Fui antes, durante y después de los días posteriores a su inauguración. Desde fuera sugiere mil matices, pero se notaban mucho las prisas por cortar la cinta, pues no estaba bien ensamblada, ergo sin terminar.

Su interior tenía un gran problema, como si hubiéramos desempaquetado un pedido de IKEA y todo oliera a nuevo. El espacio es muy luminoso, fotogénico y bien distribuido porque proporciona un respiro a los usuarios. Jamás hay horror vacui, o quizá lo hay siempre porque el conjunto es omnipresente, como si el lector/usuario fuera el decorado y no al revés.

Uno de los reclamos de esas jornadas era la especialización en literatura sudamericana del lugar, algo bastante sorprendente a tenor de las pocas estanterías con libros de esas latitudes.

En una nota de la web municipal se recoge una declaración de intenciones más notable pese a su silenciamiento. La García Márquez quiere recoger la memoria de los barrios de Sant Martí de Provençals, la Verneda i La Pau.

Esta idea es importante si empezamos estas reflexiones desde lo local hasta lo global. El distrito de Sant Martí es gigantesco, pero tiene sus divisiones forjadas por la Historia. La de Sant Martí de Provençals junto a la Verneda i La Pau tiene su lógica. Sería un acierto si la Biblioteca deviene un eje de presente que atesore el pasado, aquí común por las viviendas sociales de los polígonos, fundación de lo contemporáneo en una zona antaño rural.

Sant Martí desde el puente de Calatrava. | Jordi Corominas

El hecho de ser una Biblioteca aglutinadora no parte sólo de este trazo más o menos escondido de su decálogo. Ojalá prospere. En Barcelona, existen cuarenta bibliotecas públicas para sus setenta y tres barrios oficiales. Aquí la crítica de esas treinta y tres ausentes es facilona y no se ajusta del todo a verdad, porque en este catálogo hay muchas que se sitúan en la cercanía de varios barrios, como puede ser la de la Zona Nord y hasta la Mercè Rodoreda del Baix Guinardó.

A mi parecer, el premio debe ser para la red de Bibliotecas de la Ciudad, generadoras de consenso y siempre más aprovechables. Eric Klinenberg, autor de Palacios del Pueblo (Capitán Swing) se entusiasmó con la García Márquez. Lo entiendo desde sus tesis de estos centros como algo más que una colección de libros, pues muchos espacios para la ciudadanía consiguen mejorar la incomunicación hasta tejer comunidades más fuertes.

Interior de la Biblioteca García Márquez. | Jordi Corominas

Eso es irreprochable. Al americano le falta la visión de quién pisa las calles. La García Márquez puede ser un vector del área, un distrito dentro del distrito, de Sant Martí de Provençals y la Verneda La Pau por una cuestión también vinculada con las distancias.

Tomaremos como quilómetro cero la Biblioteca la Sagrera-Marina Clotet en el 9 del carrer de Josep Soldevilla. Dista 1,7 quilómetros con la de Vilapicina i Torre Llobeta, dos quilómetros con la del Camp de l’Arpa-Caterina Albert, un quilómetro y seiscientos metros con la García Márquez y mil doscientos metros con la Ignasi Iglesias-Can Fabra, en Sant Andreu.

Todas estas bibliotecas nutren a lectores de barrios colindantes y muchas de ellas, tanto por su diseño como por la amabilidad de las propuestas, son vértices en sus barrios. En este sentido, cuando entras en la García Márquez, sobre todo durante las semanas posteriores a toda la publicidad institucional, asemejaba más a una plaza refugio climático, con vecinos de todas las edades bien cobijados de la solana.

Entrada de la Biblioteca García Márquez. | Jordi Corominas

Otra crítica, que yo mismo he realizado en más de una ocasión, es la de su coste, cifrado según algunas fuentes en quince millones de euros. Este dinero bien podría haberse repartido en mejorar centros ya existentes o en construir más de nuevo cuño sin dar tanto valor al tamaño, algo que aportaría a la ciudad un mayor número de bibliotecas al estilo de la de Montbau, especializada en crónica negra.

En estos casos, diría en cualquiera, siempre hay paradojas. Antes mostrábamos como la García Márquez y otras de su ramo pueden englobar a usuarios de muchas barriadas, pero estas también ganarían si la portentosa red creciera más en teselas para completar los mosaicos.

Los quince millones, sea como sea, no están mal invertidos, pero es lícito cuestionar si esa cantidad podía enhebrar otro tipo de lenguaje no desde un sitio concreto, sino con un horizonte más amplio, de toda Barcelona.

Interior de la Biblioteca García Márquez. | Jordi Corominas

La García Márquez no supuso ningún vuelco en el barrio de Sant Martí de Provençals, donde el PSC revalidó su victoria de 2019. Bien comunicada podría ser punta de lanza para exaltar la variedad arquitectónica de la barriada, con nombre del gran pueblo independiente de Barcelona hasta 1897, algo constatable desde su puerta.

Desde la misma se observa el diálogo con una de las entradas de la manzana de les casas Cases Comella, inauguradas por Carmen Polo durante el primer lustro de los cincuenta y de estética y soluciones muy inspiradas en las del Fascismo italiano.

La charla entre ambas piezas es maravillosa. Los límites del barrio de Sant Martí sumarían a esta causa una pluralidad compuesta por el puente de Calatrava, las viviendas sociales y el complejo del parque, meollo de la población original con la iglesia y las masías de Can Cadena, Ca l’Arnó y Can Planes.

La ludoteca Ca l’Arnó. | Jordi Corominas

Uno de los peligros que sólo el tiempo desvelará es si el icono gentrificador también expulsará a los vecinos fuera de Barcelona. Este es uno de los choques a la positividad de los proyectos de los Comuns, pues, salvo la súper illa del Eixample, su modelo de pacificación sostenible también tiende a gentrificar, sin por ahora haber dado con una tecla mágica para revertirlo.

En cambio, un año sí es válido para emitir diagnósticos desde la experiencia, como el de la cuenta Defensem Biblios Bcn, a la que desde luego no puede acusarse de oportunista, pues su veredicto es del 15 de febrero de 2023, con motivo de la concesión del Ciutat de Barcelona a la García Márquez.

Entre su desgrane de defectos figura el escaso personal, la pobreza del fondo, inutilidad de muchos espacios vendidos como lo más de lo más, exceso de escaleras, poco silencio y mobiliario en absoluto adaptado a las personas mayores.

A todo esto, se añade sin mucha dificultad el coste del mantenimiento de la estructura. El éxito de la García Márquez es muy BCN porque los flashes fulguran con destellos que eclipsan las carencias, privilegiándose un detalle para enmascarar lo restante.

La Biblioteca García Márquez una semana antes de su inauguración. | Jordi Corominas

Mientras se descorchaban botellas, la Biblioteca Ramón d’ Alós-Moner, en la rambla de Prim del mismo distrito, cerraba en plena ola de calor por un problema climático. Muchos vecinos se mascaban la tragedia desde el anterior estío. En un barrio con una renta per cápita bajísima, un centro cívico o un espacio para la lectura son imprescindibles, más aún cuando las temperaturas se vuelven infernales.

El otro día me salió sin pensar una frase muy pura y clara. Los Comuns eran Amélie, la precursora del mundo de Instagram y colores contrastadísimos para chutarnos mejor la dopamina, siempre con palabras de caramelo y una sonrisa en los labios.

La hegemonía de este código lingüístico en ciertos sectores de la sociedad casa muy bien con la súper illa del Eixample o la misma García Márquez. Ejecutar estos proyectos jamás es negativo, pero tras los fastos toca conservar, un verbo capital en esta tesitura porque la transforma en bucle: se puede mejorar desde pequeñas intervenciones o mejoras de lo existente.

Interior de la Biblioteca García Márquez. | Jordi Corominas

Pero en Barcelona la Historia local, qué cosas, ambiciona entroncarse con la internacional desde sus ciclos, por eso cada Ayuntamiento debe entregar unas medallas a la supuesta posteridad. No sé si la García Márquez durará en el elenco de iconos. La Jaume Fuster de Lesseps también soñó con ingresar en ese club no tan abundante, quedándose a medias.

Una ciudad federal tiene algo de neoplatónico con eso que del uno vas al todo y del todo al uno. Las bibliotecas son una red ejemplar y el foco en una galardonada debería ser un acicate para brindar recursos a las otras, asimismo conjugándose esa doble línea entre centros que son ejes de zona con otros más específicos de proximidad.

La instantaneidad de una victoria nubla los matices y el mapa. Un triunfo de este calado de poco sirve si no invita a una reflexión desde la totalidad barcelonesa, pues si tanto irradia la García Márquez debería ser un faro no sólo desde la estética y la ética del presentismo.

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