Como es normal, ahora que afrontamos los últimos compases de la serie dedicada al barrio de las viviendas del Congreso, aflora la nostalgia y surge una memoria de los paseos realizados durante toda una vida, pues las Barcelonas, como quien dice, primero se escriben a pie para luego plasmarse en el folio.

Esta cierta melancolía aparece por una cuestión primordial. Ahora puedo caminar los lugares y tener su mapa en mi interior, pero al principio, sin verbo, mis huellas son los de un explorador que husmea y escarba para comprender.

Por eso me hace gracia recordar un paseo no tan lejano, quizá de junio, donde me propuse cruzar todo el barrio sin pisar Felipe II a partir de sus conexiones internas, lográndolo sin mucha dificultad entre pilotes y aberturas de sus cuatro cuerpos.

Los he mencionado muchas veces a lo largo de estas semanas, desmenuzándolos de abajo a arriba, cuando esa tarde lo hice justo al revés. Desde el inicio de Felipe II me adentré en el primero hacia los jardins de Massana, así llamados porque con anterioridad un empresario con este apellido tuvo una fábrica de ladrillos, tal como consta en los mapas.

Jardines de Massana | Jordi Corominas

No he podido averiguar poco o nada de la misma, así como del espacio, durante muchas décadas innominado al ser reconocible por un elemento simbólico desde el cielo: una cruz ejemplar para ratificar por enésima vez el origen del polígono vertical y vanguardista de los años cincuenta del siglo pasado, gran y prodigiosa resaca del evento ecuménico celebrado en 1952 y olvidado hasta por la letra pequeña de nuestra Historia.

He pasado mil veces por els jardins de Massana. En ocasiones, me gustaría no tener la maleta tan cargada de datos y conocimientos para sorprenderme de manera distinta. En esa época de aprendizaje básica me fijaba en otros detalles y un prejuicio de periférico hacia la periferia me hacía ver los edificios que los configuran como pobres, un error garrafal al interpretarlos como si la ciudad fuera unitaria en su evolución edilicia y estética, cuando, no me cansaré de repetirlo, es una suma de estratos y sedimentos forjada por los siglos.

También supongo que me apabullaba toparme con ese verde, privado solo si renunciabas a visitarlo, pues tiene entradas para dar y tomar. La cruz sutil e imponente jamás se percibe porque el rectángulo se ha convertido en una gloria muy bien aprovechada por los vecinos.

Vista de los Jardins de Massana | Jordi Corominas

La iconografía cristiana quería representar el triunfo de la fe hasta ser engullida por el nuevo opio del pueblo. Desde 1958, el actual primor concebido para cumplir con el lema de Sol, Aire y Vegetación devino el campo de fútbol del Club Deportivo de las Viviendas del Congreso, con instalaciones en otro interior de manzana, los jardins de Vèlia, en el límite del barrio con la riera d’Horta, antesala hacia el barrio de la Jota.

En 1983, una información municipal registra los Massana como campo de fútbol de las viviendas del Congreso. Quien quisiera acercarse tenía, como ahora, un buen surtido de líneas de transporte público a su disposición.

El problema es que, al menos desde 1977, el estadio de los márgenes, una prueba perfecta de cómo la ciudadanía suele hacer suyos los sitios, iba camino de cambiar de tercio porque todos los residentes ya habían pagado sus cuotas para ser propietarios y deseaban terminar con el monopolio del deporte rey.

¿Qué pretendían? En esto, nada es casual, también eran unos precursores. La mezcla entre desatención municipal y ambición particular quiso transformar el terreno de juego en una zona privada para aparcar los coches, completada con unas ligeras barreras para impedir a los foráneos estacionar su vehículo. Si lo hacían, todo estaba planificado al milímetro, debían pagar un pequeño montante económico.

Ese sueño privatizador estaba muy bien orquestado, a diferencia de las medidas en la contemporaneidad de nuestro Ayuntamiento, con afición a sacarse de la manga plazas de aparcamiento al aire libre cuando no sabe qué hacer con los descampados.

El caso más claro, entre otras cosas por mi machaconería, es el del torrent de Lligalbé, a buen seguro divertido de ver estos días de lluvias torrenciales tras tanta sequía, pues nada hay más cretino que montar un parking en el paso de un curso fluvial sin asfaltar.

Imaginemos que la vecindad hubiera impuesto sus designios. El barrio del Congrés se hubiera visto perjudicado en su idea global desde su meollo. Por suerte, en 1985 el Consistorio dirigido por Pasqual Maragall tomó cartas en el asunto y mató dos pájaros de un tiro con el desmantelamiento del balón y las ruedas para corroborar lo público de Massana.

En rojo, la cruz de los Jardins de Massana

Han pasado casi cuarenta años y se han producido otras metamorfosis benéficas. Hoy en día, estos jardines no son impecables porque nada lo es, pero juntan distintos aspectos muy atractivos para cualquiera. Me encanta ver sus aberturas desde el pas de Sant Tarsici por la ubicación de las terrazas, donde las personas en charla y risa son el preludio a otras en el verde. Los niños juegan, los adultos leen o los vigilan mientras los más mayores discurren en un silencio a la nada de una inmensa contaminación acústica, anulada por el interior de isla, uno de los mejores de toda Barcelona porque fue concebido como tal.

Si un anuncio me calza el término Vida como leitmotiv suelo apagar el televisor, ocurriéndome lo mismo con la famosa frase para definir todos los dones de un país centroamericano. Sin embargo, creo que en el Congrés la trilogía de Sol, Aire y Vegetación podría ser Vida, sin más, al ser majestuoso andar y poder asistir a muchas facetas de la misma en poquísimos metros cuadrados.

Ese viernes por la tarde penetré en els jardins de Massana desde el carrer de San Pasqual Bailón y la danza se enhebraba en pisos. En la puerta hacia Massana un niño corría vete a saber hacia dónde, mientras un señor reposaba en un balcón ajeno a las circunstancias de los alrededores.

Ellos son conscientes de los jardines de Massana, cuya gran delicia es el desinterés de muchos en colarse donde, a priori, nadie les llama. Nadie debe hacerlo porque la ciudad es de todos y el mañana, con toda probabilidad, de los curiosos y sapientes.

Share.
Leave A Reply