En el inicio del largometraje Simone (S1m0ne, 2002), la actriz principal de una película (interpretada por Winona Rider) se va abruptamente del estudio a mitad de rodaje cuando descubre que su caravana es unos centímetros más baja que otra, cuando la suya, según el contrato, debía ser la más grande. En dicho contrato aparecían cláusulas tan extravagantes como que no debe de haber gominolas de cereza a la vista, que en cualquier lugar en el que entre debe de haber siete paquetes de tabaco (tres de ellos abiertos), que haya un jacuzzi personalizado a menos de ochenta pasos de su camerino, y que, siempre que viaje, su niñera le acompañe en primera clase (hay que añadir que el personaje, en realidad, no tiene hijos).
En esta ficción, el director de la película, Viktor Taransky, interpretado por Al Pacino, se encuentra con un gran problema, puesto que, a riesgo de una demanda, no puede utilizar nada de lo grabado por la protagonista huida, y el estudio no quiere seguir apostando por un proyecto en el que ninguna gran actriz querrá trabajar como sustituta. El subterfugio aparece de forma imprevista cuando un inventor que conoció años atrás, en un congreso sobre el futuro del cine en el que había presentado la ponencia “¿Quién necesita a los humanos?”, le ofrece la aplicación Simulation One, que no es ni más ni menos que un sistema de lo que hoy conocemos como “realidad aumentada” (en realidad, la palabra fue acuñada en 1990 y ya existían diferentes soluciones tecnológicas en esa década, pero el concepto no se llega a utilizar en toda la película).
Taransky crea virtualmente a Simone (contracción de SIMulation ONE), que aprende, mediante inteligencia artificial, el oficio de la interpretación a partir de un banco de vídeos de películas, de tal manera que podemos observar cómo se instruye con actrices tan reconocidas como Lauren Bacall, Meryl Streep, Jane Fonda o Audrey Hepburn, entre muchas otras a las que va seleccionando cuidadosamente su creador, sin que nadie sospeche del engaño, y sin que la intérprete a moldear proteste o exija nada, evidentemente. La debutante actriz virtual llega a protagonizar dos películas con las que gana un Premio Óscar ex aequo (con ella misma) y, a pesar de no ser vista en público y ser reticente a realizar entrevistas, los periodistas se encargan de falsear su pasado y proclamar diferentes romances y noticias, lo que la convierte en habitual de las portadas de las revistas y periódicos más importantes del momento… de alguien que no existe y del que todo es inventado, bien por su creador, bien por los medios de comunicación.
Simone (2002) está escrita, dirigida y producida por Andrew Niccol, justo después de realizar la misma labor en su ópera prima Gattaca (1997) y de escribir el guion de El show de Truman (The Truman Show, 1998), con las que forma una involuntaria trilogía sobre la mentira y la manipulación. Niccol fue, una vez más, un visionario de lo que podría suceder en un futuro que, en realidad, ya está aquí. Los hechos narrados en la película es uno de los motivos de la huelga de actores de Estados Unidos que comenzó el viernes 14 de julio de 2023, ante el temor que no se les necesite o se explote su talento a cambio de nada. De hecho, se unían a la huelga de guionistas, con la que ya llevaban dos meses de movilizaciones, en la que uno de los aspectos a reivindicar era, también, el impacto de la inteligencia artificial en su profesión. En Simone, Taransky expone la situación de una manera que invita a la reflexión: «Nuestra capacidad de hacer un fraude es mayor que nuestra capacidad de detectarlo».
Unos años después, de nuevo, la ficción se adelantaba a la realidad. En la película El congreso (The Congress, 2013), con guion y dirección de Ari Folman, el estudio de cine Miramount (que parece una contracción de los estudios Miramax y Paramount) le ofrecen a la actriz Robin Wright, que se interpreta a sí misma como si fuera un personaje real, la posibilidad de escanear su cuerpo y su capacidad de expresión para poder realizar películas digitales en el futuro, manteniéndola joven y participando en otro tipo de películas con las que no se siente cómoda, como películas de acción o de ciencia ficción. Como contrapartida, no podrá volver a trabajar como actriz nunca más.
La actriz, de 44 años en ese instante, protagonista de éxitos tan memorables como La princesa prometida (Princess Bride, 1987) o Forrest Gump (1994), ya no tiene la juventud de esa época ni puede presumir de una carrera brillante por las malas decisiones al elegir un nuevo proyecto (impresiona ver cómo se lo dicen a la cara de la propia actriz, por utilizar referencias de películas y resultados reales, como cuando se queda parada mirando su rostro del póster de su primera película), por lo que no está en disposición de exigir nada con su edad actual. La presión de su agente (gran papel de Harvey Keitel), la aceptación por parte de otros artistas en una edad similar, una situación familiar complicada por la enfermedad de su hijo (en la película tiene una enfermedad degenerativa que le dejará sordo y ciego en pocos años), y la perspectiva de un futuro incierto profesionalmente al aproximarse a la cincuentena, le lleva a aceptar el trato, eso sí, con condiciones: que el acuerdo sea solo de dos décadas y que su avatar virtual tenga poco más de treinta años siempre. A cambio, renuncia completamente a su imagen y a las decisiones artísticas sobre las producciones en las que participe. Y a trabajar de actriz, claro.
La película The Congress inauguró en 2013 la Quincena de Cineastas, sección independiente del Festival de Cine de Cannes, en la que el director ya había competido en su sección oficial con su anterior trabajo: Vals con Bashir (Vals Im Bashir, 2008). Las dos películas guardan un cierto paralelismo en lo que hace referencia a la noción de la pérdida de identidad, pero, en este caso, se añade la promesa de la inmortalidad. Al menos, de la inmortalidad de su avatar, que se perpetuará con la imagen joven de una treintañera. En palabras del responsable del estudio, interpretado por un soberbio Danny Huston: «Todo cambia. Muy pronto, la estructura que tanto queremos ya no estará. La estructura alrededor del actor, los agentes, los representantes, las caravanas, las drogas, la coca, las depresiones, las rupturas, los amantes, los escándalos sexuales, los incumplimientos de contrato, los guiones insufribles, la depresión posfracaso, no hacer la promoción, pedir perdón… todo eso va a desaparecer… Queremos escanearte y ser los dueños de la propiedad llamada Robin Wright… Queremos a la Jane de Forrest Gump».
The Congress se divide en dos partes completamente diferenciadas. En la primera de ellas observamos a la actriz reflexionar sobre la decisión a tomar y, una vez escogida, todo el proceso de digitalización, lo que nos muestra de forma evidente que no solo están escaneando su cuerpo, sino también su talento, su expresividad y su capacidad de interpretar. La segunda parte de la película sucede veinte años después, una vez finalizado el primer contrato, en la que la actriz (con 64 años), se dirige al estudio (que ahora tiene el significativo nombre de Miramount-Nagasaki, este último correspondiente al de una farmacéutica que se ha unido a la empresa cinematográfica). La reunión es singular, puesto que se produce en una especie de mundo virtual al que se accede mediante una sustancia química que le suministran. A partir de ese instante, la segunda parte corresponde a una película de animación prácticamente en su totalidad.
Para esta segunda parte, el cineasta se inspira libremente en uno de los grandes clásicos de la literatura de ciencia ficción, en concreto en el libro Congreso de Futurología (Kongres futurologiczny, 1971), de Stanislaw Lem (1921-2006), publicado en castellano por Alianza Editorial, con traducción de Melitón Bustamante (una labor destacada en una obra plagada de neologismos). Ese mundo virtual donde se celebra el congreso y donde tiene la reunión la actriz no tiene nada que ver con el que pudimos ver en la película Matrix (1999), por ejemplo, sino que es producto de las sustancias alucinógenas que contiene el líquido que le suministran justo antes de llegar, como sucedía en la historia original de Lem (aunque en ese caso, el protagonista se contaminaba de forma involuntaria).
En su novela, el escritor polaco imagina una dictadura química global dirigida por unos pocos gigantes de la industria farmacéutica, que fabrican sustancias que pueden controlar nuestras emociones, como el amor, el deseo o el miedo, haciendo a la gente feliz y desinhibida artificialmente, perdiendo la noción de la realidad, sustituyéndola por una realidad percibida. Aunque el protagonista descubrirá que no todo es tan idílico como parece. Con estudios de medicina en la especialidad de psicología, Stanislaw Lem es uno de los grandes autores universales de la ciencia ficción, con una clara vocación de anticipación. Como en la película, el protagonista del libro también reaparece veinte años después para encontrarse con una población alienada debido a las drogas, ajenos a los problemas que dos décadas atrás había provocado incluso ataques terroristas, todos ellos relacionados con la superpoblación del planeta, que es uno de los temas del congreso científico. La lucha de los activistas es contra las soluciones propuestas por los diferentes gobiernos, que ya se pueden imaginar que eran contundentes, limitando las libertades individuales.
En la película The Congress, después del gran éxito de los largometrajes del avatar de la actriz Robin Wright, cuando el responsable del estudio le propone un nuevo contrato veinte años después, le añade una nueva opción: la posibilidad de que autorice a que exista una sustancia química que permita, literalmente, convertirse en ella. Y Robin Wright, en primera instancia, acepta. Como en la novela, existe una droga para cada antojo que tenga cada persona, sea lo que sea en lo que se quiera convertir, si la compañía tiene los derechos, claro. Por ejemplo, la sustancia dantina hace que te sientas como si realmente hayas escrito La divina comedia.
El cambio de opinión de la actriz a posteriori de firmar, cuando considera que las personas no deberían de convertirse en «productos» será el detonante de una serie de vicisitudes entre el mundo real y el mundo imaginado en las alucinaciones. En la película, el ataque terrorista será realizado por los rebeldes opuestos a dichos avances tecnológicos en la industria farmacéutica.
Ari Folman introduce a su actriz protagonista en el lugar en el que se celebra el Congreso de Futurología imaginado por Lem, pero, en su caso, el recurso psicotrópico le sirve para criticar un tipo de cine que podríamos denominar como post-Avatar, planteando preguntas sobre si genera al espectador el mismo entusiasmo al ver los actores virtuales que no tienen que tener ni siquiera su propio rostro (bueno, como ocurre en Avatar, 2009, de James Cameron, por ejemplo). El espectador se convierte en consumidor (de la droga) y, posteriormente, en partícipe del espectáculo, al alucinar que es uno más del relato o, incluso, puede ser el actor o la actriz protagonista. Los avances tecnológicos contribuyen a la deshumanización de la sociedad que, alienada, no percibe la realidad de lo que está sucediendo, mientras las corporaciones farmacéuticas se enriquecen aportando la producción necesaria para mantener el sistema.
El proyecto de la película se desarrolló entre 2008 y 2013. Los más de cincuenta minutos animados se realizaron a mano con el trabajo de alrededor de 200 dibujantes de ocho países, más de 60.000 dibujos en total. Lo que le sucede a la versión animada de la actriz Robin Wright (que incluso podrá ver en el hotel del Congreso a algunos aficionados que han tomado la droga asociada a ella y se han caracterizada como la protagonista de la saga Robin Robot Rebel), se inspira en lo que le sucede al personaje del libro original, que necesitará de una adaptación más próxima al texto de Lem, un reto al que el director Ari Folman desistió a pesar de ser una ilusión suya desde su época como estudiante de cine. Como el lector del libro, el espectador también asiste desconcertado ante todo lo que va sucediendo, para comprender, finalmente, las decisiones de sus protagonistas al final de la historia.
En el fondo, la película The Congress funciona como un homenaje a la forma clásica de hacer cine, como una crítica a la realidad diseñada por los medios de comunicación y la manipulación de la sociedad, trasladando la alegoría de una dictadura comunista del libro, a la dictadura de la industria del entretenimiento (significativo ver la sociedad que se encuentra la actriz cuando decide volver al mundo real). La película también funciona como un grito de auxilio en un sector que en 2023 se levanta ante algunas de sus profecías.
En Simone, cuando la productora de las películas del estudio cinematográfico descubre el fraude y la manipulación de su director con la virtual actriz falsa, su reacción es significativa: «¿Por qué hacer solo un personaje cuando puedes hacer todo el reparto?». Pues, no lo sé, Rick…