El territorio de nuestros paseos a lo largo de las siguientes semanas es el barrio de la Jota. Lo podríamos delimitar de la plaça de Virrei Amat -aunque yo prefiero ponerle frontera en Arnau d’Oms- a la Meridiana, y de la riera d’Horta al paseo de Fabra i Puig.

Su introducción muestra, sin muchos problemas, cómo es una identidad propia, con una morfología creada desde la particularidad de su origen urbanístico. Sin embargo, al ser una especie de limbo, la historia no lo respeta, situándolo en Nou Barris cuando, más allá de su personalidad, la zona siempre perteneció a Sant Andreu.

Para rizar el rizo, en la arbitraria división de los setenta y tres barrios, se incluye en el magma absurdo de Vilapicina y Torre Llobeta.

Can N’Arnés y la iglesia antigua de Vilapicina. | Jordi Corominas

Para que nadie se lie, voy a recapitular un poco. El barrio de la Jota no existe como tal en los papeles municipales. La nueva división en Distritos de 1984 lo enmarcó en Nou Barris. Uno de los redactores de esa conferencia de Berlín condal, hicieron con los barrios como las potencias con las colonias, fue Josep María Huertas-Clavería, un maestro indudable, con capacidad de contradecirse y meternos en laberintos.

En Tots els barris de Barcelona, anterior a la división de 1984, Huertas no da mucho espacio a los terrenos de la Jota, si bien le suscitan un debate para el futuro, donde los ubicaría en un distrito propio junto al barrio de Porta, ambos antaño parte de Sant Andreu del Palomar.

Esta propuesta de Huertas conecta bastante con mi idea de dar administración propia a los barrios. Más tarde se desdijo, pues los distritos engloban demasiados en Nou Barris o Horta-Guinardó, generándose una falsa unidad, imposible de entender con el actual estilo de gobierno, más difícil si cabe porque cada barrio es una realidad en sí misma, afín con sus vecinos más inmediatos.

Por otro lado, la traición de Huertas es que, siendo conocedor de cómo la Jota es de Sant Andreu, la colocara en Nou Barris. Lo mismo acaeció con Vilapicina, cuando ni una ni otra pintan nada en ese distrito.

Huertas también habla de la Jota como Vilapicina baixa. La discusión es muy específica, por lo que intentaré formular un nuevo croquis.

La calle de la Jota. | Jordi Corominas

El paseo de Fabra i Puig fue durante siglos el camino de Santa Eulalia, junción entre los pueblos de Horta y Sant Andreu del Palomar. Más o menos a su mitad está el complejo de Vilapicina, con su iglesia, el hostal de Ca n’Artés i la vieja masía de Can Basté.

Este núcleo irradió con una pequeña barriada, a lado y lado del camino de Santa Eulalia. A la izquierda, la calle de Vilapicina devino el central. A espaldas del templo, la referencia era el camí de Sant Iscle.

Este barrio tenía, antes de las Agregaciones de 1897, sus dinámicas, distintas a su mal llamado tramo inferior, con inicio en la plaça de Virrei Amat, en ese instante agrícola con tímidos intentos de urbanización al lado de la masía de Can Sitjà.

La Jota nacería aquí, con otra llave en su mitad, la masía de Can Garrigó, cuya propietaria en 1901, María Ángeles Puig España, cedió sus parcelas para urbanizar, erigiéndose en reina de la Jota, porque la marquesa de Castellbell sólo la imitó en 1926, completándose el rompecabezas.

La plaza de Garrigó. | Jordi Corominas

Este barrio de Sant Andreu ahora es Nou Barris y nadie lo reivindica como cuerpo con entidad personal e intransferible. En toda esta disquisición el director de orquesta es la Barcelona de finales de los ochocientos. Los pueblos del Llano se veían acuciados a nuevas urbanizaciones para acercar la inevitable integración con la Metrópolis, modernizándose a raíz de su auge industrial y el incremento poblacional.

En Sant Andreu, el último cuarto del siglo XIX supuso una revolución, emprendiéndose un sinfín de proyectos, entre ellos, el de la rambla de Santa Eulalia, de Fabra i Puig por la ilustre familia de empresarios, más tarde aliados con los escoceses Coats.

El imperio fabril de Sant Andreu nos susurra mediante el nomenclátor. La Jota se delimita de la riera d’Horta a Fabra i Puig. No obstante, algo fijado en la solicitud de María Ángeles Puig España, su artería de arterías debía ser la Letra Y de sus planos, una prosecución de Escocia, impedida hasta los años sesenta por la supervivencia de la masía de Can Garrigó.

La calle de la Jota hacia la Meridiana. | Jordi Corominas

Quizá por eso la calle de la Jota, aragonesa en su diccionario callejero y simple letra en la planificación, cobró un brillo aún vigente. La interrupción de Escocia hizo de esta vía, en la actualidad una de las delicias de Barcelona, un valor en alza para sus habitantes.

En la petición de 1901, Puig España y sus asesores tienen claras las marcas de su propuesta. La Riera d’Horta, la masía de los Castelbell y la rambla de Santa Eulalia. Los firmantes mencionan su conciencia de poder ser atractivos gracias a la proliferación de industrias de peso en los aledaños, como los talleres de RENFE, la Hispano-Suiza o la Fabra i Coats.

En esa obcecación por lo fabril hay una semilla de mañana. A mediados de los años veinte la Jota se llenó de pasajes, muchos de ellos desde una perspectiva cooperativista, como los de l’Esperança y el Arquitecte Millàs, sin olvidar el de Santa Eulàlia, una de las joyas de la corona.

El barrio corroboró su mayoría obrera, ampliada de su raíz en el cruce de la calle de la Jota con Pardo, donde había una fábrica de Silicona y otra de productos químicos, acompañadas en riera d’Horta con Orense, una calle hoy sólo insinuada, del Laboratorio General del Doctor Borrell.

Mapa de la zona 1. Masía de Can Ros 2- Can Garrigó 3- Can Sitjà 4. Plaza Maragall 5- Talleres de la RENFE 6- Hispano Suiza 7. El Guinardó 8- Torre Llobeta. En blanco el torrent de la Guineu, en azul gris el Paseo de Maragall, en marrón Els Quinze, en rojo el barrio dels Indians, en lila Garcilaso, en verde el barri de Salvador Riera,, en gris el camí d’Horta a Sant Martí, en naranja Concepción Arenal, en azul marino la riera d’Horta, en negro la Meridiana, en amarillo el passeig de Fabra i Puig, en azul oscuro el torrent de Piquer.

Hay tres guindas en este pastel introductorio. La Jota en su entramado se corresponde con la del barrio de Salvador Riera y els Indians. La indefinición en bautizar sus calles, además de dar nombre al conjunto, hizo que algunas de ellas se denominaran Acàcies o Manigua, hallándose separadas de su matriz por las tierras de Can Ros, después configuradoras del Congrés, fractura de esa junción.

La segunda seria la riera d’Horta. Por justicia, es una de las puertas de la Jota. Su largo intervalo, sobre todo a nivel constructivo, que le divide de Escocia es un limbo dentro de otro. Para los ojos y la mente, nuestro barrio protagonista se perfila desde Escocia y sus vistas hacia las arboledas de Emili Roca, Malgrat o Santapau.

El sur de la Jota no existe en el pliegue de 1901 de María Ángeles Puig España. Concepción Arenal, carretera de Barcelona a Sant Andreu, quedaría relegada por el ferrocarril y la ruta de Granollers a la capital catalana, la Meridiana para nosotros. Desde el cruce de esta avenida, el debut de la Jota y su homónima calle sugieren un destello de esplendor con villas de un modernismo tardío, de barrio.

Para terminar, no está de más un imprevisto giro de guion. En la Jota hay una plaza, que por no ser precisa ni siquiera es de Can Carrigó, sino sólo de Garrigó. Es un ágora donde debería sentarme más para sacar conclusiones sobre su vivacidad e interacciones. José María Quadras y de Caralt era heredero del legado de María Ángeles Puig España, la lenta urbanizadora. Presentó una demanda porque, según él, el espacio de la plaça del Garrigó era suya, no del Ayuntamiento. En 1996, un juzgado barcelonés le dio la razón. No he dado con más artículos y la tontería me recuerda un poco a la denuncia de Barcelona Oberta, un poco de ganar por mis cojones y el abolengo.

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