
Si ahora mismo hiciera un listado de lo que me preocupa como ciudadano, estoy seguro de que muchos lectores compartirían, al menos, una parte significativa del resultado. A ver, lo voy a intentar, y el orden es aleatorio. Me angustia vivir en una sociedad injusta; me preocupa un modelo económico cambiante que atormenta a la gente para llegar a fin de mes por el encarecimiento de los precios; me angustia que no se dedique a la educación y la sanidad públicas todos los recursos que harían falta para que sean de calidad; me atribula un sistema político que cada vez produce más desafectos y que emplea muchos recursos en cosas inútiles, como una procesión de asesores en muchos partidos, cuando llegan a la Administración, que suelen ser miembros de segunda fila; me turba el cambio climático y sus consecuencias, que ya sufrimos (oleadas de calor y sequías más intensas que nunca); me inquietan los muertos innecesarios, por suicidio o por violencia machista; me molesta que la ciencia en España sea la cenicienta de los presupuestos y también que su endogamia la haga ineficaz; me quita el sueño una deuda pública que no hace más que crecer y que condicionará a las generaciones futuras; me mortifica que niños y niñas sean objeto de sufrimiento por acoso en las escuelas; me fastidia que no sean los más preparados los que nos gobiernen a todos los niveles y, sobre todo, temo el avance de la extrema derecha en toda Europa.
Ahora que los parlamentarios deben elegir un presidente del gobierno español, lo que, necesariamente, requiere un pacto entre diferentes, he escuchado con atención las condiciones que unos y otros ponen sobre la mesa. Las hay identitarias (como el uso del catalán en los parlamentos o permitir un nuevo referéndum); otras son para cerrar heridas (para los que están acusados judicialmente o los que han marchado fuera, como si todos los catalanes no mereciésemos una amnistía de unos y otros por lo que nos han hecho sufrir); también las hay totalmente personales (como las de Podemos, que ahora condicionan un apoyo a Sánchez a cambio de que Irene Montero siga siendo ministra); algunos ponen como condición las infraestructuras (como Cercanías, aunque no hablan del aeropuerto); incluso algunos piden apoyos al propio Sánchez para desmontar el sanchismo, algo muy absurdo, o están dispuestos a pactar con los que no creen en la Agenda 2030, la violencia machista o la memoria democrática y además critican a quiénes quieren pactar con los que no tienen otro objetivo que ser independientes, como si unirse a fachas fuese mejor que ir con independentistas.
Si cruzamos mi lista (que espero que sea la de más de uno) con la hecha con las preocupaciones públicas de los políticos, no es necesario utilizar herramientas estadísticas demasiado complejas para darse cuenta de que no existe ninguna correlación significativa. Mis preocupaciones van por un lado y los diputados que deben pactar parece que van por otro. Las condiciones del pacto no pasan por un programa que permita mejorar nuestra sociedad o corregir los principales problemas que tenemos. Son puramente instrumentales: puesto que necesitas mi voto, te apretaré tanto como pueda para que finalmente me des lo que siempre me has negado, al menos hasta hace cuatro días. Con este mecanismo, la Convergencia de Pujol consiguió de Aznar la desaparición de los gobiernos civiles y de la Guardia Civil de las carreteras catalanas. Ahora los tiempos son otros, y en lugar de competencias se buscan más bien compensaciones a supuestos agravios históricos.
Esta falta total de sintonía personal con lo que se dice en los medios de comunicación hace que, desconcertado y pasmado, me reserve cualquier opinión de cómo acabará todo. Dado que nada puedo hacer, esperaré resultados para valorarlo. Sin embargo, quiero soñar y me gustaría escuchar cómo se pelean por mejorar la calidad del aire en las grandes ciudades y evitar así un exceso de mortalidad, para impulsar con decisión la transición energética y reducir el uso de combustibles fósiles, para adaptarnos a la próxima sequía que vendrá (si es que conseguimos salir de ésta), para reducir el consumo energético aunque sea energía verde, para disminuir la huella de carbono, para conservar los valiosos ecosistemas de nuestro país, para recuperar espacios degradados, para conservar y mejorar el paisaje, etc. En definitiva, para hacer todo lo que nos permita luchar contra el cambio climático, que es una amenaza cierta (y probablemente, la peor) a la que nos enfrentamos como sociedad.
Evidentemente, pediría muchos más compromisos a quiénes deben pactar, pero de momento me conformaría con éste.