Ahora que el verano comienza a marcharse, y después de aprovechar las licencias que a uno le permiten disfrutar de esta época (como comprar helado de postre o dejarse greñas), he pensado que lo mejor era hacer una parada en mi peluquería de confianza. Allí me conocen, ya que soy cliente de ese establecimiento desde hace unos 15 años, y puedo decir sin miedo a equivocarme que mi peluquero me conoce casi tanto como mi psicóloga.

Pero en estas últimas visitas he empezado a notar que mi peluquero, que siempre había estado bajo la sospecha de ser un tanto conservador en términos políticos (lo cual siempre me gustó porque me permitía mucho juego discursivo), ha empezado a radicalizar sus posiciones.

Normalmente mantenemos una charla amena y simpática, durante la cual intercambiamos opiniones sobre la situación política, económica y social. Suelo estar alrededor de 30 minutos, por lo que no podemos profundizar mucho en ninguno de los temas, pero sí hacer un amplio repaso por los titulares más comentados.

Como cabe esperar, las elecciones en Argentina y la victoria en las primarias (P.A.S.O) de la derecha libertaria negacionista de la mano de Javier Milei y de su candidata a vicepresidenta Victoria Villaruel, no nos ha sido indiferente. Tengo que aclarar -para que el lector pueda dibujar la dimensión del debate con mi peluquero- que compartimos una historia en común, ya que los dos nacimos en Argentina y emigramos a Barcelona aproximadamente en una época muy similar, luego de la “crisis del corralito de 2001”.

Pero esta vez ha sido diferente. Algo había cambiado desde la última vez que nos habíamos visto, y yo estaba a punto de descubrirlo. Ya no era un debate de dos interlocutores en un intercambio de opiniones beneficioso para ambos, sino todo lo contrario. Envalentonado por la reciente victoria, a lo largo de su monólogo expresó toda la bronca y rabia contra un sistema que claramente ya no le representa.

Es aquí donde me gustaría hacer un stop, ya que no estamos intentando desgranar por qué las personas sufren desafección política ni tampoco de apatía. Sino al parecer, todo lo contrario. Los nuevos populismos del siglo XXI, si bien tienen una raíz común y parten de un eje cronológico y evolutivo similar, han provocado en todos los estratos de la sociedad no solamente un sentimiento de rechazo, sino de revancha y bronca que se expresa sin complejos. Mi peluquero no es un fascista por ser votante de Javier Milei. Mi peluquero es un fascista por negar los 30.000 desaparecidos por la dictadura argentina entre 1976 y 1983, y por creer que en esa época se vivía mejor y con más tranquilidad. Lo es cuando pide que se saque el ejército a las calles reivindicando que las políticas de Nayib Bukele en El Salvador deberían exportarse a Argentina. También lo es cuando niega la posibilidad a una gran masa de argentinos a poder ir a votar y expresarse libremente en las urnas ya que, además de no “votar bien” y según su concepción liberal de la democracia, deberían ser gobernados y guiados por una élite mucho más y mejor preparada.

Si bien los expertos han intentado a lo largo de los años explicar los orígenes, razones, causas y consecuencias de los populismos de izquierdas, de derechas, conservadores y progresistas (porque podemos decir sin complejos que populismos existen de todos los tipos y de todos los colores), estamos siendo testigos de una nueva generación de populismos radicales que superan todo aquello hasta ahora conocido.

Así entonces, Cas Mudde define al populismo como una ideología que considera que la sociedad está separada en dos grupos homogéneos y a la vez antagonistas, el pueblo puro y la élite corrompida. (Mudde, 2004). Si bien Mudde no deja de expresar la esencia de una ideología plástica que se adapta a los nuevos tiempos, la definición no deja de ser pequeña para entender un monstruo tan grande.

Para entender no solamente el marco teórico, sino el funcionamiento práctico de una ideología tan particular, es necesario comprender el papel que juega, no solamente como agente movilizador de la sociedad, sino también como factor de (des)equilibro económico y de emancipación colectiva e individual.

En el caso de Argentina, parece contradecir a algunos autores como Mudde o Monk, que entienden este fenómeno como una respuesta no liberal a las democracias liberales. Cabe decir en este punto que la realidad es mucho más compleja. Cada vez más existen fenómenos populistas de derechas que se auto perciben liberales y férreos defensores de la libertad de expresión. Pero este hecho lo único que nos aclara es lo confuso del término y su consecuente atribución. (Mudde, 2004)

Como podemos ver, ya poco tienen que ver estos nuevos movimientos populistas de derecha con el nacional populismo europeo que básicamente se caracteriza por tener una concepción restrictiva de la ciudadanía (Nativismo radical o etnopopulismo) y por ser intervencionistas en lo económico. La característica principal de movimientos como el encabezado por Javier Milei tienen que ver con el fracaso de los mecanismo democráticos para dar respuestas concretas a necesidades específicas. Lo interesante de este tipo de fenómenos es la capacidad para reunir las principales características de otros populismos a lo largo y ancho del globo, como, por ejemplo: la concepción cesarista del poder de Viktor Orbán en Hungría; el tele-populismo de Silvio Berlusconi en Italia; el carácter y discurso disruptivo de Donald Trump en EE. UU; utilizar la rabia y el descontento como elemento aglutinador de masas tal y como hicieron M. Le Pen en Francia o Salvini también en Italia; el carácter hostil que promovía Jair Bolsonaro en Brasil, o la propia exaltación de la dictadura tal y como inspira Vox aquí en España.

Podemos decir entonces que estamos viviendo un populismo 3.0 o que sencillamente entramos en una época de post-populismo donde la verdad o los hechos no importan, porque las realidades se construyen mayormente a partir de una Fake new o de una visión distorsionada (o interesada). Sin este elemento y su rápida propagación en las redes sociales, es imposible entender este nuevo tipo de fenómenos.

Llegados a este punto, me veo en la obligación de avisar al lector que la construcción de propuestas para neutralizar o hacer frente a estos nuevos fenómenos no es algo sencillo. Algunos autores como Guy Hermet hablan de un Invierno de la democracia donde pone en cuestión su consolidación, pero concluye que el mayor y mejor exponente que tenemos es reforzar el Estado de Bienestar y ampliar su cobertura. Se debe trabajar en un nuevo modelo de representación al cual llama e-democracia donde los gobernantes exponen su preocupación por las particularidades y responden a las demandas de exhibición de las diversidades. (Hermet, 2007)

Lo cierto es que el reto que tenemos por delante es cada vez mayor y nuestros mecanismos de respuestas siguen siendo lentos y reactivos. La desconfianza en el sistema democrático sigue en aumento y las demandas sociales son cada vez más volátiles. Es por esto por lo que es urgentemente necesario un modelo que dé respuestas más concretas y efectivas buscando siempre la mejora en las condiciones materiales de vida de las personas.

Por último, y para finalizar, quiero asumir mis contradicciones ante el lector, y hacerle saber que continuaré yendo a la misma peluquería de toda mi vida, pero he tomado la decisión de cambiar de peluquero definitiva e irrevocablemente.

Share.
Leave A Reply