Muchos docentes, en las redes sociales, llevan días reclamando al Departamento de Educación que dicte una norma general que prohíba el uso de los móviles en los centros educativos. Hay varios elementos que me han sorprendido, y digo sorprendido pero lo he vivido como profe y ha sido cotidiano.
Ante todo, la incapacidad en muchos centros para coordinarse e imponer una norma, decidir una norma para el propio centro y consensuarla también con los alumnos, que eso de participar está en las competencias y no es ajeno a la educación. Por ejemplo, y es real, llegaba al centro X: en la primera reunión ya nos decían las normas, sobre todo, y como siempre “los móviles están prohibidos, no pueden utilizarlos, sí los llevan en las mochilas pero si se los veis debéis advertir de la norma y aplicar la sanción: advertir, requisar y que el móvil lo venga a buscar la familia”. Tan sencillo como esto, y después observaba en los pasillos cómo no todos veían o advertían que los alumnos estaban con el móvil. ¿Por qué? Aquí hay tema para una tesis de psicología social. Ahora bien, de existir una norma superior ya lo tendríamos resuelto: “Eh, el móvil, que está prohibido por el Departamento, son ellos que hacen que te lo prohíba…”. Me hace pensar en las reuniones, una reciente con las familias, en la que se justificaba no aplicar del todo el nuevo currículum en bachillerato, ya que las pruebas de selectividad no son suficientemente competenciales (¿?), “y de lo que se trata es de que las aprueben, que en la universidad no entran todos…”. Qué bien va una norma externa, me recuerda la respuesta a la pregunta ¿Qué es la ilustración de Kant?
Educar en el uso de las pantallas, entiendo que forma parte del servicio que se presta desde los centros públicos
Segundo. Supongamos que sí, que existen evidencias científicas que permiten concluir que las pantallas crean adicción y que tenemos a nuestros adolescentes enganchados, sufriendo una adicción. He aquí un problema de salud pública. Así, prohibimos las pantallas durante seis horas, coincidiendo, mira por dónde, con el tiempo que están en el instituto, y ya lo tenemos resuelto. Entonces quizás toque educar en el uso de las pantallas, entiendo que forma parte del servicio que se presta desde los centros públicos y que no debería pagarse a entidades privadas que no dejarían de hacer intrusismo en los centros, ya que de ningún modo podemos aceptar que se externalice la educación pública. Y para educar, a menudo escucho el mantra de “Pantalla: caca”. Y ya lo tenemos. Con los porros o el alcohol, lo mismo, es un tema de salud pública, pero el esfuerzo que observo está dirigido como si fuera una institución penitenciaria, en prohibir que se fume, tabaco, maría, en los centros. ¿Educar? Prohibimos y ya está, y tenemos normativa general que prohíbe fumar delante de los centros, sin embargo, a menudo podemos ver a adultos fumando fuera, delante; y es que es esto, sólo hay que cruzar la puerta y uno entra en otro mundo, el mundo de dentro del instituto es una especie de realidad platónica. Dejo el tema de la pornografía aparte, pero la lógica y problemática es similar y más grave.
Solo vemos lo que se ajusta a nuestras teorías
Tercero. Sabemos por evidencias, experiencia propia, tradición, historia, etc., que prohibir es el gran incentivo para transgredir. En pocas palabras, dime qué no puedo hacer y me estás motivando a hacerlo. En diversas ocasiones he llevado a cabo lo que hizo K. R. Popper en una conferencia sobre el método científico. Probadlo. Prohibid a los alumnos mirar hacia las ventanas. Después, pedidles que observen. ¿Y qué ocurre? Que preguntan, como hacían los asistentes a la conferencia de Popper, qué deben observar. Conclusión, solo vemos lo que se ajusta a nuestras teorías. Vemos al alumnado mirando pantallas y no vemos a jóvenes aburridos, que no saben qué hacer, que quieren aprender y a menudo no pueden, que no les interesa, que tienen problemáticas en su entorno social que nos desbordan, y mucho más. Pero nada, pantallas caca y adelante.
Cuarto. El poder está relacionado con ello, como en todo. Todo lo que se proyecta en la pantalla del aula es bueno, interesante, formativo; es una pantalla buena. Recuerdo cuando en los institutos teníamos el mueble de la tele; hace años, incluso se podía reservar el mueble mágico en una tabla, que estaba en la sala de profesores. Tenía el tamaño justo para entrar en el ascensor, y ¡venga!, hacia el aula, a ver un fascinante documental, los de la última fila no veían nada pero daba igual, se trataba de estar atentos a la pantalla, o fingirlo, promoviendo el pensamiento crítico y la participación. Estoy seguro de que algunos de los lectores de este artículo se sienten identificados con este escenario de cueva platónica, desgraciadamente yo también.
Quinto y final. La industria y los negocios de las pantallas, denunciado desde el 1×1 y pasando por la googlelización, siempre en los márgenes del horario del centro, fuera del centro es cosa de la familia. El negocio de los libros digitales y de las impresoras, que echan humo imprimiendo pdf, recuerdo cómo durante la pandemia se agotaron dos productos: el papel de váter y las impresoras, y espero que no hubiera ninguna correlación. También la industria de los móviles y el uso que los adultos hacen de ellos, que queda para otro día; y el negocio de los antipantallas con libros, talleres en centros, para alumnos y para familias, charlas y aquelarres diversos bien promocionados a través de pantallas y por las redes sociales, como es natural.