La bióloga y filósofa Donna Haraway | jeanbaptisteparis

Las guerras y los conflictos no dejan de estallar por todo el globo, la violencia contra las mujeres se recrudece, el odio contra el diferente se intensifica, el cambio climático ha puesto en peligro las cosechas —entre otras muchas cosas que dábamos por seguras—, tener un techo bajo el que dormir empieza a considerarse un lujo y la desigualdad no deja de aumentar. El Capitaloceno asola un mundo desnortado y la sexta extinción masiva ya está en marcha. El mundo no está pasando por uno de sus mejores momentos y el futuro se ha cancelado. Así las cosas, ¿qué hacer?

El cinismo aumenta al mismo ritmo que los problemas. Una sensación de abatimiento y desesperación recorre todo Occidente desarmando a la ciudadanía de una de las mejores herramientas para el cambio político: la esperanza. En los ya lejanos años 80 se impuso la visión thatcherista de la historia, de la gobernanza del mundo: no había alternativa posible. Hoy vemos cómo la sociedad se descompone mientras que las élites políticas y económicas parecen haber perdido el sentido de la realidad. Su respuesta a las múltiples crisis es más de lo mismo; más del mismo veneno que nos está matando.

Pero no todo son malas noticias. Todavía hay motivos para seguir luchando.

En Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno (Consonni, 2019), Donna Haraway nos propone un futuro distinto al apocalipsis capitalista patriarcal al que muchos quieren llevarnos. Aunque pueda parecer lo contrario, Haraway es una utopista moderada, lo que en términos de Umberto Eco sería una apocalíptica integrada. No se puede restaurar aquella vida en la tierra que ya se haya perdido, y tampoco podemos reconciliarnos con los daños causados; no podemos volver atrás en el tiempo ni pretender que los errores cometidos durante tanto tiempo se puedan borrar así como así. El planteamiento de Haraway es más interesante, porque acepta el conflicto de la vida en la Tierra y entiende su carácter irresoluble —al menos en parte—, proponiendo soluciones que van en el camino de una recuperación parcial de nuestra relación con el planeta, mucho más pragmáticas. No podemos negar la destrucción causada, pero debemos superar el pesimismo catastrofista.

Los problemas no van a desaparecer. En algún momento deberemos aceptar las heridas que le hemos causado al clima y a los ecosistemas, el daño que hemos causado a todas las formas de vida, y deberemos aprender a convivir con un mundo mucho más frágil del que nos encontramos. Aceptar el problema, vivir con él. Y es que Haraway no tiene soluciones, al menos no inmediatas, tampoco mágicas ni mucho menos concretas, pero nos confiere una óptica radicalmente distinta desde la cual ver nuestros problemas, incluso concebir nuestro papel en el mundo y nuestra relación con el resto de los seres vivos. En sus palabras: somos compost, no posthumanos. Debemos vernos como arcilla dúctil y moldeable, pero también sólida y resistente, no como los residuos de un mundo en descomposición. Y deberíamos sospechar de todos los futuros que se nos venden como asépticos y sin conflicto, como las utopías que proponen los grandes magnates tecnológicos, que en realidad son distopías asociales y alienantes.

Ahí está el futuro, en la humanidad misma. Vidas vivibles, cuidarnos los unos a los otros.

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