Después de que el pasado viernes se demostrara la incapacidad de Feijóo de conseguir una mayoría en el congreso, ahora le toca a Pedro Sánchez cumplir con su palabra y articular un gobierno continuista que cuente con los votos favorables de SUMAR, Bildu, ERC, el PNB y Junts per Catalunya. Por mucho que el terreno donde se juega la política institucional sea un mar de cinismo, no es disparatado asumir que todavía resta un hilo de sentido común que empuja a los representantes de estos grupos a la siguiente dirección: no hay una fórmula de gobierno imaginable que sea peor que la de PP y VOX. Pero para llegar a buen puerto hace falta que toda formación siga al pie de la letra el baile de las apariencias y que no confunda el baile con la realidad.
El baile de las apariencias es parte del ritual propio del juego democrático, donde los representantes tienen que simular que no quieren hacer la cosa que realmente quieren hacer por miedo a que la próxima encuesta los hunda. En esta línea hay que comprender, por ejemplo, las recientes declaraciones de Ernest Urtasun y Yolanda Díaz, donde aseguraban que su voto favorable a Sánchez no está garantizado. No se debe despreciar la importancia del ritual. Según el antropólogo Lévi-Strauss es una forma de paralenguaje que involucra gestos, palabras o cánticos, que ejecutan individuos altamente capacitados en lugares y momentos específicos que han sido previamente consagrados para este propósito. Es importante destacar que los rituales son acciones preestablecidas, estandarizadas y codificadas. No se basan en la casualidad ni permiten la improvisación.
El ritual del baile de las apariencias, en este caso, impone una ficción que contribuye a digerir lo que realmente tiene que suceder. Es aquello que los analistas políticos nombran con el sintagma “marcar perfil”: mensajes que los líderes envían a sus parroquias particulares para recordarles que les tienen presentes y que velarán por sus intereses. Por muchos mensajes “duros” que puedan enviar, es bastante sensato asumir que SUMAR, Bildu o el PNB apoyarán a Pedro Sánchez antes que conducir al país a unas nuevas elecciones. Pero a la que se analiza el baile en la escena catalana, algo falla. Los pasos son erráticos, inseguros, descompasados. La vuelta a las negociaciones de Junts por Catalunya —condicionada por la nada despreciable posibilidad de finalizar con el exilio forzado de sus principales dirigentes— ha acabado con la lánguida tregua entre los postconvergentes y ERC y ha renovado las energías del conflicto latente dentro del independentismo.
Pere Aragonès no es lo que se entiende generalmente como un político de altura, pero en los dos años de mandato como president ha ejercido un liderazgo que ha hecho buena la gestión de sus predecesores inmediatos. Después de una década de política de alta tensión y bajo calado, Cataluña parecía necesitar un perfil tranquilo que Aragonés ha interpretado perfectamente. No ha importado que este fuera el único perfil que tenía a disposición. Cómo dicen los anglosajones: “Si funciona, no lo arregles”. Pero ahora el president levanta nervioso la cabeza, mira a ambos lados y, sin saber demasiado qué hacer, imita a Carles Puigdemont.
Cuando ERC no sabe qué hacer, siempre acaba haciendo lo que hace Junts por Catalunya. Entre el acomplejamiento y la vergüenza, intenta imitar los pasos de baile del rival político en un comportamiento que haría las delicias del analista sentado en su diván. Olvidan que Junts es la tercera fuerza política en el Parlament y la cuarta del congreso de los diputados. La CiU omnipotente no existe como realidad política, pero sí como pesadilla intermitente del político republicano. Olvidan, también, que si Junts es capaz de interpretar el baile (marcándose un solo en medio de la sala) es porque Junts y sus votantes no subscriben la premisa inicial de este artículo. Como buenos equidistantes, se pueden situar entre la socialdemocracia y la extrema derecha neoliberal sin perder demasiada dignidad extra por el camino. Ciertamente —y por mucho que durante las negociaciones hagan de la equidistancia un argumento para presionar—, preferirían un pacto que permitiera a sus líderes volver a Cataluña. Aunque de no conseguirlo saben que podrían venderse de nuevo en los siguientes comicios con energías y expectativas renovadas.
Por algún extraño motivo, ERC falla al recordar que la intensidad de las preferencias es diferente de la del votante de Junts per Catalunya. Sus votantes se piensan a ellas y ellas mismas como votantes de izquierdas, feministas, y progresistas, tres palabras incompatibles con PP-VOX. Esta amnesia fuerza unos pasos que, impostados, contribuyen a la desincronización generalizada del baile de las apariencias. Los primeros en ser arrastrados a este lodazal son sus estimados postconvergentes, pero los segundos (y últimos) puede ser el resto de la población del estado.