Collboni se estrena con cien días de limpieza y seguridad como prioridades de gobierno. La criatura se llama “Pla Endreça” y en su exposición de motivos tritura la suciedad, la pobreza, la delincuencia y el incivismo por igual. Una retórica que rememora al gurú de la derecha Rudolf Giuliani, ex alcalde de Nueva York, padre de la “doctrina de la tolerancia cero” contra la delincuencia y hoy procesado por las fechorías del Trumpismo.

El origen de la receta de Giuliani radica en la teoría criminológica de las “ventanas rotas”, que sostiene que la policía debe impedir los actos de incivismo mediante la represión de toda conducta infractora –consumo de alcohol, jóvenes ruidosos, indigentes, entre otros problemas sociales–. La metáfora pretende explicar la delincuencia de forma simplista, por lo que si se rompe el cristal de una ventana del edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todo lo demás, ergo, si una comunidad exhibe signos de deterioro y eso parece no importar a nadie, entonces ahí se generará el delito.

He aquí que la campaña municipal barcelonesa, centrada en la inseguridad, acaba cristalizando en el nuevo alcalde marcando la prioridad de los primeros cien días de gobierno en “el control de la venta ambulante, control de vehículos, control de clubs cannábicos, consumo de alcohol, control de pintadas y destrozos de mobiliario” del “Pla Endreça” para proporcionar seguridad al vecindario.

Ahora bien, celebrada la Mercè, con 10 apuñalamientos y un centenar de detenidos, el balance “más propio de la noche barcelonesa que de la fiesta mayor”, según el concejal de cultura, no acaba de ser alentador. En lo que va de año, la tasa de delitos registrados ha aumentado un 11% respecto al ejercicio anterior y el incremento es más pronunciado en Cataluña que en el resto del Estado. El dato invita a la reflexión; ¿cómo es que el mayor aumento de criminalidad ya no es noticia recurrente?

Los detractores de las doctrinas punitivistas como las “ventanas rotas” apelan a la ineficacia de estas teorías en la lucha contra el delito; difícilmente se acabe con los narcopisos, hurtos o atracos persiguiendo a vendedores ambulantes, trabajadoras sexuales o ruidosos lunáticos, que nada tienen que ver con éstos. Desempolvar viejas ordenanzas y fomentar el patrullaje intensivo, además, suele ir acompañado de la persecución, estigmatización y abusos diversos sobre poblaciones marginadas o vulnerables, ajenos a una menor incidencia en la criminalidad urbana.

Preocupa que las directrices del “Pla Endreça” –como las del viejo Giuliani–, pretendan “higienizar” el centro de la ciudad y, bajo el paraguas de un problema legítimo y al que hay que poner solución, como es la sensación de inseguridad de la población de Barcelona, ​​afloren intereses económicos que deseen un centro de la ciudad estético y atractivo para turistas e inversores, donde pobres, migrantes y otros perfiles comunes del barrio no tengan cabida. Como en Brooklyn u otros distritos neoyorquinos, antes llenos de vida y diversidad, presentes en el imaginario cinematográfico de todos nosotros, que nada tienen que ver con una actualidad gentrificada, turistificada e invivible para las clases medias o populares locales.

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