Desde la pandemia, algunos de los temas que generan más atención entre los medios de comunicación tienen que ver con todo lo relacionado con los niños y jóvenes, los problemas y dificultades con que se encuentran en el día a día y su futuro. Los casos de violaciones y abusos sexuales, el suicidio juvenil, los problemas de la escuela, la adicción a móviles y otros aparatos y, estas últimas semanas, los peligros del acceso a la pornografía han ocupado los debates públicos, buscando respuestas y provocando polémica en algunos casos.
Que se hable de todo esto es una buena noticia y debería ser una tendencia con continuidad. Si creemos de verdad que la política va de dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía, y que los medios de comunicación tienen que informar sobre lo que pasa y analizarlo de manera crítica, tenemos que trabajar para que todo aquello que afecta a nuestros hijos e hijas se convierta en prioridad y elemento central.
Estas últimas semanas TV3 está emitiendo “Generació porno“, una serie documental que analiza la relación actual de los jóvenes con el sexo y que, según dice la propia promoción de la cadena pública, “trata de reflexionar y ofrecer respuestas ante la grave problemática de la educación sexual de toda una generación de adolescentes con acceso ilimitado e indiscriminado a la pornografía, con testimonios y datos reveladores”. Ciertamente los datos y la situación que explican los expertos son preocupantes y describen una realidad a la que hay que hacer frente de manera urgente. Pero algunos de los enfoques y afirmaciones que se hacen en estos documentales merecen que reflexionemos y nos hagamos preguntas.
Hace treinta y cinco años, cuando trabajaba de educador, ya decíamos todas que hacía falta más educación sexual en casa y en la escuela. Que hoy esta siga siendo la primera respuesta no deja de ser sorprendente y preocupante. ¿Qué está pasando en las casas de nuestro país? Las caras de pánico de los padres y las madres del reportaje cuando descubren lo que ven sus hijos e hijas, ¿describe la realidad?; Los niños de 8 años que miran porno, ¿no lo están haciendo en los móviles y ordenadores de sus padres?. A falta de ver los programas que quedan de la serie, echo en falta un punto de autocrítica desde el mundo adulto, que es quien ha creado la pornografía, quien la consume y quien no da los pasos necesarios para controlar y prohibir el acceso libre de los menores. Pero además, el tratamiento que se hace bordea peligrosamente el límite del puritanismo y las posiciones más conservadoras en cuanto a la libertad sexual.
A pesar del camino recorrido, el sexo sigue siendo un tema que genera incomodidad. Por eso es importante hacer un tratamiento que no mezcle conceptos ni genere confusión. En este sentido, me atrevo a recomendar el artículo No, no hi ha una generació porno que publicó el Centre Jove d’Atenció a les Sexualitats (CJAS) sobre la cuestión. Un enfoque diferente, valiente y arriesgado. Un contrapunto que invita a reflexionar, poniendo los intereses y las necesidades de niños y jóvenes en el centro.
¡Por supuesto que hace falta más educación sexual! En casa y en la escuela. Pero son muchos los centros educativos que nos podrían explicar las dificultades vividas con las familias cuando han tratado de poner en marcha programas en esta línea. O las maestras y profesoras que han encontrado resistencias a sus propuestas entre las propias direcciones o compañeras docentes para “evitarnos problemas”. ¿Y las familias? Las nuevas generaciones, afortunadamente, educan a sus niños con una visión más abierta que años atrás, pero hay que seguir trabajando para que la sexualidad sea, de manera natural, un elemento más del acompañamiento educativo y emocional a niños y niñas.
Educación sexual, presencia de pantallas en las aulas, emociones, salud mental, perspectiva de género, machismo, abusos. Los frentes son muchos y complejos. Pero vamos tarde. Muchos de ellos son analizados y debatidos de manera recurrente desde hace años. El mundo adulto debe tomar decisiones y actuar. Y mundo adulto somos todas: los responsables políticos, las escuelas e institutos, el mundo de la educación en el tiempo libre, las familias, los medios de comunicación, la industria del porno, las legisladoras que pueden poner límites,… “La educación es el arma más poderosa para transformar el mundo”. Aparte de una frase bonita es una realidad. Pero es que, además, es el derecho que permite a los niños convertirse en ciudadanos adultos críticos y exigentes.
Últimamente, en muchas de las informaciones que leo sobre estos temas encuentro una expresión que me provoca indignación: “estamos ante una generación perdida”. ¡Me rebelo! No hay generaciones perdidas. Ni siquiera aquellas que les tocó vivir momentos históricos terribles como fueron las dos guerras mundiales lo fueron. Cada generación vive con sus dificultades y tropiezos y sale adelante. Mejor o peor que la anterior, depende. No queremos ni nos podemos permitir generaciones perdidas. Nuestros niños y todos los de las generaciones que les han precedido han necesitado lo mismo: educación, pedagogía y acompañamiento. Todo ello sumado a un mundo adulto que asuma responsabilidades y que piense de verdad en el futuro de los niños. Así de fácil, así de complicado.