Cuando la palabra cáncer llega a una casa, se instala durante una buena temporada en el mejor de los casos. La nueva espiral de pruebas diagnósticas -análisis, radiografías, TACs, etc.- y de tratamientos -quimioterapia, radioterapia, hormonoterapia,…- que se apodera del día a día del o la paciente hace que muchos afectados de cáncer aseguren que esta enfermedad cambia la perspectiva de la vida, que existe un antes y un después de un proceso oncológico.
El 19 de octubre se celebra el Día Mundial contra el cáncer de Mama, con el objetivo de concienciar a la población sobre la importancia del diagnóstico precoz del cáncer de mama y poder detectarlo en las fases iniciales, cuando es más fácil tratarlo y curarlo. En Cataluña, el cáncer de mama es el cáncer más frecuente entre las mujeres, y representa el 28,1% de todos los nuevos casos de cánceres femeninos, según datos del departamento de Salut de la Generalitat. Con motivo del Día Mundial del Cáncer de Mama, la Federació Catalana d’Entitats contra el Càncer (FECEC) organizó uno de sus Diálogos bajo el título “Després del càncer de mama: i ara què?” en el Espai Línia de Barcelona, con la participación de la doctora Meritxell Bellet, oncóloga del Hospital Vall d’Hebron y VHIO y miembro de la junta directiva de SOLTI; Eva Frechilla, trabajadora social de la Fundació Kàlida y Rosa Mª Fernández Cerezo, testimonio que superó un cáncer de mama hace ya 14 años. La periodista Cristina Puig moderó el diálogo entre las especialistas en esta enfermedad, donde surgieron dudas y preguntas sobre qué opciones laborales tienen las mujeres que quieren reincorporarse al trabajo después de un proceso oncológico pero a un ritmo menos trepidante, qué secuelas quedan después de pasar dicha enfermedad o qué percepción se tiene desde las distintas áreas sobre el derecho al olvido oncológico.
Rosa Mª Fernández explicó que el cáncer llegó a su vida demasiado pronto, cuando tenía 36 años, un trabajo muy estresante y dos niños gemelos de tan solo cinco años. Y destacó que “ese día -el del diagnóstico- no se olvida”. “La vida te da un giro de repente y, después de un proceso de negación, entras en un proceso muy duro” que deja secuelas físicas, emocionales y sociales. Mientras explicaba su vivencia, la periodista moderadora le preguntó si previamente le explicaron las secuelas visibles e invisibles que le iba a dejar esta enfermedad, y la respuesta fue un “no” contundente.
En este sentido, la oncóloga Meritxell Bellet apuntó que “la quimioterapia tiene muchos efectos, e intentamos explicar aquellos más frecuentes en un momento que es muy difícil para el paciente, y que a veces ves que está como bloqueado”, pero reconoció que actualmente “todavía hay aspectos, como la neurotoxicidad o el llamado ‘efecto Chemo Brain’, que están minimizados y no se explican demasiado, pero que impactan la calidad de vida posterior”.
La neurotoxicidad es una complicación bastante frecuente del tratamiento de quimioterapia que produce un hormigueo de manos y pies que sube gradualmente hasta brazos y piernas y que puede dificultar algunas tareas diarias (abrocharse la camisa, separar monedas…). El efecto Chemo Brain o quimiocerebro, en cambio, es la alteración cognitiva causada por el tratamiento oncológico, y se manifiesta causando problemas de concentración, sensación de neblina mental, olvidar nombres o citas o no encontrar la palabra adecuada, entre otros síntomas.
La vida después del cáncer
El cáncer de mama en estadio localizado, es decir cuando el tumor está localizado y no hay metástasis, tiene una supervivencia del 85% al cabo de cinco años, y a 10 años el 75% de las pacientes estarán libres de la enfermedad, según datos del Hospital Vall d’Hebron, aunque en algunos subtipos de cáncer pueden aparecer recaídas hasta 20 años después. Por suerte, la mortalidad del cáncer de mama ha disminuido significativamente en las últimas tres décadas. Y es precisamente esa vida posterior al tratamiento oncológico la que centró buena parte de la conversación. Bellet quiso destacar que “después de todo el tratamiento hay un estado de muy poca energía y mucho cansancio, llegas sin gasolina al final del proceso” y, en cambio, el entorno del paciente tiende a pensar que “ya ha terminado todo y se puede volver a hacer vida normal”. Es también cuando el paciente debe empezar a reincorporarse al trabajo y, después de un año o año y medio sin trabajar, existe el miedo añadido de no poder rendir como antes de la enfermedad.
En este sentido, Eva Frechilla, de la Fundación Kàlida, apuntó distintas opciones a las que acogerse; Frechilla explicó que, mientras dure el tratamiento, se puede pedir una incapacidad temporal (que otorga el Institut Català de la Salut durante máximo 18 meses) y, después, una incorporación de forma paulatina (esta fórmula, sin embargo, no se contempla de momento en las empresas privadas) o bien solicitar una discapacidad, trámite durante el cual la Generalitat otorga un grado determinado de discapacidad a la persona que le permitirá o no desempeñar determinadas tareas en el ámbito laboral.
Rosa Fernández explicó que, una vez superada la enfermedad, volvió a trabajar, igual o más que antes del diagnóstico, pero que durante su proceso oncológico aprendió “a decir que no, a poner límites y a no sentirse mal por ponerlos”, y se plantó. Actualmente es coach de pacientes de cáncer y se siente feliz de poder ayudar a gente a recorrer ese camino lleno de obstáculos y de incertidumbre que comporta la enfermedad. La conversación entre las cuatro profesionales acabó con un lema de la organización Maggie’s, de origen escocés, que trabaja en el Reino Unido para ofrecer apoyo psicosocial a personas con cáncer, familiares, amigos y cuidadores: “Que el miedo a morir no te quite las ganas de vivir”.