Citar a Carlos Giménez (Madrid, 1941) es hablar de uno de los grandes autores de la historieta a nivel nacional e internacional, marcando una época con un estilo personal característico, con una gran capacidad narrativa y un dibujo preciso al servicio de la historia, una historia que en varias ocasiones se basaba en sus propias vivencias, como así fue con la reconocida saga de Paracuellos, de la que publicó hasta nueve volúmenes (véase el artículo Hambre, maltrato y adoctrinamiento en el Auxilio Social falangista), en la que narraba las tribulaciones de los niños que le acompañaron en la infancia en su estancia en diversos Hogares de Auxilio Social.
Una situación similar se produjo en 1982, ya en su madurez creativa, cuando empezó a publicar historias cortas en la revista Rambla (1982-1985), una iniciativa editorial peculiar puesto que el consejo de redacción siempre estuvo formado por reconocidos autores de cómic del momento, con una vocación de publicar a autores españoles (aunque hubo también colaboraciones internacionales en la segunda mitad de la vida de la revista). Quizás motivado por la singularidad de la iniciativa empresarial, decidió que sus colaboraciones en la revista servirían para narrar en primera persona su experiencia personal cuando en la década de los sesenta decidió trasladar su residencia a la ciudad de Barcelona para trabajar para una agencia de artistas, lo que le abrió las puertas al sector del cómic a nivel nacional e internacional.
El resultado fue el inicio de la conocida saga de Los profesionales, desarrollada a lo largo de dos décadas, con publicaciones en diferentes revistas y recopiladas en tomos en las míticas colecciones de Papel vivo de Ediciones de la Torre, primero, y de Ediciones Glénat, después. Los cinco tomos finales resultantes se pueden encontrar hoy en día en la obra integral Todo Los profesionales (2011), publicado por el sello DeBolsillo del Grupo Editorial Penguin Random House, editorial que ha realizado una elogiosa recuperación de la obra del autor en una colección sublime, en la que se incluye, entre otros, el cómic Rambla arriba, Rambla abajo, publicado en 2017 por el sello Reservoir Books.
Rambla arriba, Rambla abajo se publicó originalmente en historias cortas en la revista Rambla, y se llegó a recopilar en tomo por primera vez en 1986, publicitándola como el cuarto volumen de la saga de Los profesionales, aunque en realidad es una serie derivada de esta, a pesar de que aparecen de forma anecdótica algunos de los personajes de la saga original, funciona de forma independiente como una crónica social de una época concreta, en la que muestra diversos personajes que deambulan por Las Ramblas de Barcelona en plena época franquista, bajo su yugo. Tanto este recopilatorio como los cinco tomos de Los profesionales se caracterizaban por recoger las experiencias personales del autor y su entorno, respetando la identidad de los personajes reales cambiando sus nombres y su fisonomía en el dibujo. Aunque, en el caso de Los profesionales, no siempre lo consiguió, puesto que, para los conocedores de la historia del cómic, resultó fácil identificar las referencias. Incluido al personaje que representaba al propio Carlos Giménez.
Veinte años después de la última entrega, Reservoir Books publica Los Profesionales 6: La última cena de los veteranos (2023), de nuevo con guion y dibujo de Carlos Giménez, una obra concebida a modo de despedida y que funciona de forma independiente (no es necesario haber leído los anteriores para comprender la historia), que cierra la saga a través del reencuentro (el último, según comentan los propios participantes del mismo), de cuatro compañeros de profesión con una edad con la que deberían de llevar más de un lustro jubilados. Y de dos y de tres en algunos casos, el propio autor firma la obra en 2022, con ochenta y un años en ese momento. Se sobreentiende que solo uno de los comensales está viendo su obra reeditada (y, por ende, cobrando derechos de autor), y el resto no (es decir, que hoy en día es difícil acceder a su obra).
Ese comensal privilegiado es, en esta ocasión, el alter ego del autor, Marcos Mora, protagonista de la portada del cómic y la voz cantante en la conversación durante la cena, que sirve de excusa para reflexionar sobre las situaciones personales y actuales de cada uno de los presentes y recordar anécdotas pasadas, relacionadas con su trabajo. Un oficio siempre precario, exigente en cuanto a dedicación (cuanta más cantidad dibujes y de mayor calidad, más cobrarás), y poco reconocido a nivel oficial (a fecha de hoy, continua sin haber una formación oficial profesionalizada como historietista). Y, también, poco reconocido a nivel gremial, por las dificultades que suponen las características implícitas del tipo de trabajo para conseguir una defensa corporativista de los autores (habituados a un trabajo en solitario la mayoría de las veces), ninguneados durante décadas por parte de las editoriales, por ejemplo, en reconocer la autoría y pertenencia de los originales de los dibujos al autor que los hizo, algo que se vuelve a denunciar en este cómic, y que fue una constatación durante décadas en el siglo XX en nuestro país.
Las vivencias de los cuatro veteranos autores son el reflejo de la sociedad en la que trabajaron. Recuerdan cuando Barcelona era un polo de atracción de talento y lugar de peregrinaje obligado para los que querían ser algo en la profesión, y cómo el declive del sector provocó el camino contrario, buscando nuevas oportunidades profesionales. Recuerdan también lo que significó vivir en la época franquista, la falta de libertad, el miedo a la represalia, la autocensura implícita o los pequeños (o grandes, depende de cada caso) escarceos con la clandestinidad antifranquista.
En el cómic, Giménez utiliza el recurso de dibujar escenas retrospectivas para mostrar al lector los recuerdos que se están explicando entre ellos en la mesa del restaurante. Algunos de los recuerdos son cómicos, otros peculiares, relacionados con la profesión, otros condicionados por la situación política, como sus encuentros con la Guardia Civil, temida con razón a tenor de los recuerdos plasmados en las páginas del cómic.
Uno de los personajes narra su odisea cuando, volviendo de un encuentro clandestino, con el coche cargado de octavillas antifranquistas, le paró la benemérita en un control aleatorio: «Me temblaban las piernas. Y, entonces, sentado en mi estudio, fue cuando realmente fui consciente del riesgo que habíamos corrido… si nos hubieran descubierto las octavillas, nos habrían detenido, nos habrían interrogado y lo más probable es que nos hubieran dado de hostias hasta que hubiéramos dicho dónde habían sido impresas… Yo estaba completamente seguro de que Lea no habría hablado, aunque la hubiesen matado, pero… ¿Y yo? ¿Qué habría hecho yo si me hubieran torturado? ¡En casa de Tonio estaba escondida toda aquella gente, posiblemente toda la plana mayor del PSUC…». Vaya, parece que no se puede afirmar tan alegremente que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Tanto experiencias no agradables de recordar como otras más divertidas e interesantes, todas ellas muestran la complicidad y el compañerismo de los colegas de profesión, así como el tesón de los jóvenes que se abrían camino como autores de cómic, también se pueden apreciar en el trabajo que Giménez dedicó a su compañero de profesión, Pepe González (1939-2009), en su monumental homenaje realizado en los cinco volúmenes que formaron Pepe (2012-2014), publicados por Panini Comics. Uno de los grandes autores autóctonos, reconocido y admirado internacionalmente, que murió olvidado en su Barcelona natal.
Sean generosos con los autores, ahora que pueden saber cómo se sienten y lo que piensan de su propia voz, leyendo La última cena de los veteranos. Y sí, sobre todo, con los veteranos.