Cada vez es más frecuente ver cómo los padres exponen a aparatos digitales a sus hijos para que se distraigan, sin tener en cuenta los perjuicios que una actividad como esa puede tener sobre su desarrollo. Se ha demostrado que la exposición continuada a los móviles, tablets o pantallas digitales tiene un fuerte impacto sobre el desarrollo cognitivo y la salud mental tanto en niños como en adolescentes, y que en adultos implica un deterioro importante de la salud mental.

El neurocientífico Michel Desmurget en su libro La fábrica de cretinos digitales: los peligros de las pantallas para nuestros hijos (ed. Península, 2020) afirma que en la infancia una exposición mayor de una hora diaria a las pantallas digitales trae como consecuencia un aumento de los problemas de concentración y atención, problemas de sueño o de desarrollo cognitivo, entre otras. Todo ello tiene como consecuencia un deterioro de la capacidad de aprendizaje y un mal rendimiento académico, porque se ha demostrado que merma la atención focalizada, la que utilizamos cuando leemos un libro o resolvemos un problema matemático.

Existen evidencias que demuestran que, en niños de 18 meses, cada media hora que dedican al móvil multiplican por 2,5 la probabilidad de sufrir retrasos lingüísticos. En el caso de los adolescentes sucede algo similar con respecto al sueño y al rendimiento académico, a lo que hay que sumarle la posibilidad real de desarrollar enfermedades mentales como la anorexia, la bulimia, obesidad, adicciones al tabaco y al alcohol, ansiedad y depresión. La Comisión de Mercado Interior y Protección del Consumidor de la Unión Europea afirma que, según algunos estudios, las personas miramos el móvil más de cien veces al día, y concluye que “los servicios digitales están diseñados deliberadamente para ser adictivos y captar la atención”. El diseño del móvil con sus luces, sus sonidos y sus vibraciones, y el diseño de las aplicaciones de todo tipo con sus mensajes, notificaciones etc. provocan constantemente distracciones y funcionan como un reclamo constante. La comisión apunta algunas cuestiones interesantes ,como el fin del “Scroll infinito”, y apunta hacia el diseño y la forma de interacción de las redes sociales como un elemento a regular para evitar caer en comportamientos adictivos que repercuten gravemente sobre la salud mental de la población, pero especialmente de los y las adolescentes y adultos jóvenes.

En nuestro país existe una especie de consenso según el cual la edad idónea para que los niños o niñas tengan un teléfono móvil son los 12 años. De hecho, casi el 70% de los niños de 12 años tienen móvil, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Sin embargo, conscientes de la existencia del problema, mientras esperamos ese marco regulatorio que no sabemos cuando llegará, las familias se están empezando a organizar. En Cataluña ya hay diversos institutos que han prohibido el uso del móvil y diversas asociaciones de padres y madres están empezando a impulsar una iniciativa para que no sea hasta los 16 años la edad en la que se “permite” tener a los adolescentes un teléfono móvil.

Desde las instituciones debería recogerse ese guante para evitar males mayores; una de las cuestiones recurrentes en los últimos tiempos ha sido el de la salud mental de nuestra juventud, y quizá habría que empezar a plantear este tipo de cuestiones como un elemento que contribuya a cuidarla. Una vez que se tiene un número considerable de estudios que avalan su nocividad, quizá ha llegado el momento, en la línea de lo que plantea la comisión de la Unión Europea, de dar un trato similar al tabaco o el alcohol a este tipo de dispositivos, o como mínimo a hacer un planteamiento serio sobre cuándo y cómo es recomendable exponer a nuestra infancia a los dispositivos digitales.

La Generalitat tiene las competencias en educación y, según la consellera, apostaran por la pedagogía sobre el uso de los dispositivos, pero a la vez anuncian un marco regulatorio. Sería lo idóneo habida cuenta que cada vez más colegios tomarán partido sobre el tema, y la propia conselleria reconoce que el 53% de los institutos ya han regulado de alguna manera sobre el asunto. Lo que no tiene mucho sentido es limitarse a hacer campañas de sensibilización teniendo las competencias adecuadas para actuar cuando ya se tiene una noción clara de que existe el problema. De la misma manera que no se puede fumar en las escuelas tampoco debería poder usarse el móvil para evitar, por lo menos, que en esas horas lectivas donde se requiere concentración no estén pendientes de un artefacto que reclama atención continua y que, a la vez, la escuela sea un espacio de interacción real, no virtual, entre estudiantes.

Desde los municipios deberíamos promover campañas de sensibilización para contribuir a generar la conciencia necesaria sobre lo que significan esos dispositivos y su buen uso, así como lo que significa la exposición continuada para los infantes. Promover espacios de divertimento libres de pantallas digitales y espacios donde se les pueda dar herramientas a las familias para la crianza, como por ejemplo en las escuelas infantiles y, en definitiva, ofrecer instrumentos y alternativas para que los infantes estén acompañados y que los adolescentes tengan espacios donde socializar sin necesidad de utilizar constantemente los teléfonos.

Se trata de proteger a nuestra infancia y juventud, tanto en su desarrollo cognitivo como en su fortaleza mental, para que no desarrollen enfermedades. El uso de la tecnología, en este caso del móvil, trasciende el ámbito de la escuela, pero puede ser un buen lugar desde donde empezar a construir otro tipo de relación con esos aparatos. El hecho de que cada vez más personas se sumen al clamor para regular en el ámbito escolar quiere decir que cada vez existe una sensibilidad mayor hacia un tema del que no existe regulación ninguna. Es necesario que la política actúe dando una respuesta a una necesidad que se intuye cada vez mayor y de la que aún no tenemos, ni tan solo, una idea real del impacto que tendrá tanto en nuestra sociedad como en la sanidad.

Puede que sea neccesario volver a algunos espacios sin tecnología, y puede que en un futuro muy próximo existan restricciones reales hacia lo que tenga que ver con el uso de pantallas en  la primera infancia  (entre los 0 y los 6 años) para evitar atrofias cognitivas, tal y como afirman los neurocientíficos. De momento, parece un buen principio que cada vez más gente se dé cuenta de lo que significa, ya que la toma de conciencia probablemente lleve a tomar recaudos dentro del seno familiar optando por otro tipo de educación, ya que, al fondo del pasillo, está la cuestión de la crianza: no podemos delegar en pantallas para que nuestros hijos e hijas se distraigan ni delegar la educación en dispositivos electrónicos; estar pendientes, interactuar, transmitir y acompañar para que tengan vidas no solo saludables sino también felices.

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