Desde el estallido de la burbuja inmobiliaria y los millones de personas desahuciadas debido a ello, así como la evolución del problema con la vivienda hacía los alquileres imposibles y la especulación depredadora, ha sido necesario reivindicar el valor de los espacios de cuidados, culturalmente y socialmente feminizados. Así como el hogar como su máxima expresión, cuya defensa ha acontecido una lucha social protagonizada por las mujeres.

Estaba preparando este artículo cuando veo una noticia de aquellas que te indignan y que no deberían dejar a nadie indiferente: ‘’una mujer de 78 años a punto de ser desahuciada por deber 88€’’. La deuda viene de unas obras que según la LAU debe pagar la propiedad. El de este pasado miércoles, 22 de noviembre, era el quinto intento de desahucio al que se enfrentaba Blanca, a pesar de disponer de un contrato de alquiler de renta antigua y, por lo tanto, de carácter vitalicio desde diciembre de 1968. Paga unos 350 euros al mes en pleno barrio Gótico de Barcelona, donde las rentas no bajan de los 1000€. El motivo del desahucio no es la deuda irrisoria, es la especulación. “La propiedad, una abogada gran tenedora, ya ha dicho que quiere el piso para turistas. Yo entiendo que pago poco y que un turista… Pero cuando ella compró el piso ya sabía que tenía una renta antigua“. Comenta Blanca a algunos medios de comunicación. Por suerte, de momento, la historia terminó bien, con el desahucio suspendido gracias a la movilización popular.

Un ejemplo claro de que la violencia inmobiliaria y judicial existe sobre los sectores más vulnerables de la sociedad, protagonizados sobre todo por mujeres, vulneradas por el mero hecho de serlo. La mujer está enmarcada en una situación de desigualdad en distintos ámbitos de la vida cotidiana: brecha salarial, precarización del trabajo y los salarios, la conciliación familiar o la sobrecarga de tareas domésticas. O como en el caso de Blanca, una presa fácil debido a su soledad en un barrio que está en manos de quienes no quieren vecinas, quieren fomentar un modelo de ciudad que las expulsa.

Por todo esto, no es casual que los colectivos de vivienda estén formados mayoritariamente por mujeres. La situación de desigualdad se vuelve aún más compleja cuando tienes que defender tu hogar para evitar un desahucio, una subida abusiva del alquiler o afrontar una hipoteca que se vuelve imposible de asumir. Situaciones de vulnerabilidad que van acompañadas de cierto grado de violencia institucional que empuja a una espiral burocrática que no protege del resto de violencias machistas e inmobiliarias. Con unos servicios públicos, ineficientes al borde del colapso, que acaban trasladando la carga al interior de los hogares, muchas mujeres se ven forzadas a abandonar el trabajo para afrontar una realidad difícil de sobrellevar y paliar si no lo tienes, agudizando así la vulneración del derecho a la vivienda.

La vulneración del derecho a la vivienda tiene un mayor impacto en los hogares monomarentales, las mujeres, los menores, la gente mayor y personas dependientes, necesitadas de los cuidados que asumen mayoritariamente las mujeres. Pero no olvidemos que, además, estas tareas de cuidados recaen a menudo sobre la ciudadanía migrante, forzada por la discriminación laboral a los trabajos de más explotación en sus condiciones laborales, aquellas relativas a las curas.

Los datos muestran cómo el problema de la vivienda tiene rostro de mujer. En el informe “Estado de la exclusión residencial: impactos de la Ley 24/2015 y otras medidas de respuesta” (Observatori DESC, 2022), los datos oficiales indican que el 29,4% de las familias atendidas por riesgo de pérdida de su hogar son familias monomarentales, -casi la totalidad son mujeres con hijos- y estas suponen el 47,6% de todas las familias con menores afectadas por el riesgo de desahucio en Barcelona. En casi la totalidad de hogares con menores es una mujer la que está presente como figura de referencia. 

El INE censó el 11,7% de los hogares catalanes como monoparentales y, de estos, el 78,11% de madre sola con hijos. Mostrando que los hogares monoparentales, y concretamente los formadas por una mujer al frente, tienen un perfil mayoritario. En un 21% de los hogares también hay personas con dependencia, por lo cual las curas topan a su vez con la dificultad del acceso a la vivienda digna.

Para conocer mejor los efectos de esta realidad, en el informe Resistencia de madres por el hogar: Datos y testigos de los asesoramientos colectivos de la PAH desde una mirada feminista y antirracista los resultados demuestran la vulneración de los derechos de las madres en Barcelona y Cataluña, lo que supone una carencia de cobertura del derecho a la vivienda, pero también de la igualdad de género, en clara oposición a los Objetivos de Desarrollo sostenible 5 y 11 de la Agenda 2030, igualdad de género y comunidades y ciudades justas y sostenibles. Esto es fruto de las dinámicas excluyentes del mercado residencial.

Observamos que en el 87,4% de los casos atendidos por la SIPHO de Barcelona (el Servicio de intermediación y Mediación en la Pérdida de la Vivienda y la Ocupación) hay menores, cuando la media de hogares con menores en la ciudad es de 35,9%En las Mesas de emergencia de Barcelona y Cataluña, en espera de una vivienda de realojamiento, las familias con menores son mayoritarias, 61,9% en Barcelona, y 67,9% en Cataluña; un 29,4% y un 28,2% de hogares monomarentales cada una.

Ante esta situación, hay que reforzar o crear modelos de lucha, resiliencia y cuidados. Prácticas que permiten florecer un feminismo situado y popular en el seno del movimiento por la vivienda digna. El libro Hasta que caiga el patriarcado y no haya ni un deshaucio más (Myrian Espinoza Minda y Lotta Meri Pirita Tenhunen, La Laboratoria y Fundación Rosa Luxemburg, 2021) reúne 17 de estas herramientas, como el acompañamiento, el apoyo mutuo, la vecindad. la sororidad, la dignidad, lograr una voz propia dentro del colectivo o el autocuidado, son de las principales, junto al arraigo.

Un hogar no es solo cuatro paredes y un techo. Un hogar lo hace el arraigo, lo hace tu barrio y lo hacen tus vecinas, tu médico de cabecera y el colegio de tus hijas e hijos. Un hogar es una historia, es donde creces, amas, enfermas y sanas, cuidas, discutes y te reconcilias. Un hogar es el barrio, son las vecinas, son las historias y los recuerdos, y sobre todo, un hogar es un derecho.

Es necesario ir plantando semillas de pensamiento feminista y cultivar las prácticas clandestinas que entendemos como feministas, sin esperar ver un efecto inmediato; sembramos feminismo en la lucha por la vivienda, pero también en otros ámbitos de nuestra vida: el familiar, el laboral y entre nuestras amistades. ¿Y nosotros? Rompamos el pacto de silencio de la fraternidad patriarcal y promovamos una conciencia profeminista entre hombres.

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