En este punto del curso, los profesores de historia de Bachillerato explicamos cómo se inicia la crisis del sistema de la Restauración y dedicamos un apartado a tratar la irrupción de Alejandro Lerroux, un político que supo leer los signos del tiempo y, desde un discurso populista, transgresor y demagogo, aprovechó el contexto político de entonces para desembarcar en Barcelona y refundar el fragmentado republicanismo decimonónico con una candidatura que pretendía aglutinar las diversas opciones republicanas que se oponían al sistema canovista. En la candidatura republicana por Barcelona de las elecciones legislativas de 1901, Lerroux figuraba al lado de Francesc Pi i Margall, Nicolás Salmerón, Tibero Ávila, Josep Maria Vallès i Ribot.

La competencia electoral con la candidatura de los “cuatro presidentes”, el embrión de la Lliga Regionalista, marcó la agenda política de Lerroux desde el primer momento. Un enfrentamiento que fue a más a partir de 1906 cuando Lerroux se desmarcó de la Unión Republicana para fundar su propio partido y plantar cara a la Solidaridad Catalana, el movimiento de oposición tutelado por la Lliga, surgido a raíz de los hechos del Cu-cut y la ley de jurisdicciones.

En este contexto de rivalidad electoral, el aparato de propaganda de la Lliga Regionalista presentó a Alejandro Lerroux como el líder de un partido anticatalanista a sueldo de Madrid, formado por inmigrantes y repleto de corruptos. Este relato reduccionista se mantuvo bien vivo hasta que J.B Culla presentó su tesis doctoral dirigida por Josep Termes, posteriormente transformada en un libro (Curial, 1986), Republicanismo lerrouxista a Catalunya (1901-1923). Con su rigurosidad profesional, Culla desmontó los tópicos en torno al lerrouxismo y nos enseñó que la aproximación al pasado desde el presente debe evitar caer en apriorismos y juicios de valor. Una cosa es opinar e interpretar y otra muy diferente es juzgar. Porque no todo es blanco o negro. Es en la escala de grises donde encontramos la complejidad de la condición humana. Y en eso, J.B Culla siempre dio una lección de compromiso ético y profesional. Tal como decía el historiador francés, Marc Bloch, el profesional no es aquel que ejerce su tarea de forma fría y mecánica sino el que se comporta como un “artesano que siempre ha meditado sobre su tarea cotidiana”. El profesor Culla lo dejó testimoniado en sus agendas y diarios personales que posteriormente utilizó para hacer sus memorias (La historia vivida. Ed. Pòrtic. 2019). Él mismo, en más de una ocasión, manifestó que sin estas fuentes documentales no se habría atrevido nunca a escribir unas memorias.

J.B Culla siempre decía que era un hijo del siglo XX, extraviado en el siglo XXI. Sin embargo, no iba tan desorientado porque hemos perdido la espontaneidad y tendemos a quedarnos en el análisis superficial y las frases hechas de los opinadores de salón. Las fuentes directas siempre han sido la base de todo en cualquier investigación. Ante la proliferación de las fake news y la eclosión de la Inteligencia Artificial (IA), la reflexión de J.B Culla debe hacernos pensar sobre cuál es el origen de la información que se nos presenta como real.

El legado historiográfico de J.B Culla supera la veintena de libros, desde estudios sobre la derecha catalana (desde la catalanista de CDC y UDC hasta la españolista del PP) hasta la izquierda republicana (ERC). Articulista de opinión en la prensa diaria a lo largo de más de tres décadas, incluso censurado por El País (a partir de los hechos de octubre de 2017), y tertuliano académico en programas de radio y televisión, supo hacer compatible su otra faceta profesional, el periodismo. De su paso por la gran pantalla nos queda el programa Siglo XX (Canal 33), que entre 1991 y 2013, presentó y dirigió. Algunos de los documentales que eligió sobre hechos de la historia del siglo XX ayudaron a divulgar episodios poco conocidos para el gran público. De hecho, J.B Culla siguió los pasos del gran historiador medievalista francés Jacques Le Goff de acercar la historia de una forma amena a todos los hogares franceses de la mano del presentador Bernard Pivot en el mítico programa “Apostrophes” (A3) de la década de los ochenta.

En la conferencia inaugural del curso de la Escuela Normal de París (1941), el historiador Lucien Frevre explicó a los estudiantes de Historia que se daría por satisfecho como docente si del paso por esta institución hubiera contribuido a despertar alguna vocación para la profesión de historiador. Según Frevre, el profesional de la historia lo es las 24 horas del día. Como lo fue Culla desde muy joven entrevistando al presidente Tarradellas en el exilio (1976), y otros políticos de peso hasta vivir en vivo más de un centenar de congresos de partidos políticos de todos los colores.

Culla también explicaba que el docente debe captar la atención y conectar con sus alumnos: “Cuando lo conseguía, y veía un aula llena de gente y en silencio, tenía una inyección de autoestima y pensaba: hoy lo he conseguido”.

Cataluña pierde a un sabio, pero nos ha quedado su legado. Cada vez que expliquemos en las aulas el lerrouxismo y todas las aportaciones que hizo a la historia contemporánea, lo recordaremos y lo haremos con la pasión que el maestro Culla nos transmitió.

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