La noticia fue un golpe de efecto mediático marca de la casa. En vísperas del puente, con apenas diez minutos de margen para la prensa, Podemos anunció que se iba al grupo mixto. La información, crónica de una muerte anunciada desde el día en que se firmó el acuerdo con Sumar, solo tenía un valor mediático: adelantarse a cualquier previsión. Iglesias, que conoce bien las reglas del principado catódico, se autoconcedió la «exclusiva». Una vez más, política en clave de audiencias.

El adelanto al martes venía a resolver una triple ecuación de coyuntura: tapar las dimisiones y crisis en Madrid (Jesús Santos) y Barcelona (Jéssica Albiach) con una crisis aún mayor (la de Sumar); marcar perfil propio ante el Día de la Constitución, dejando en evidencia a Sumar respecto al PSOE y el régimen del 78; y haberse asegurado, en fin, el reparto de las comisiones parlamentarias y sus recursos correspondientes. Cuánto de todo esto acabará bien queda por ver. Lo incuestionable, a día de hoy, es que Podemos ha ganado algún margen de tiempo, autonomía y notoriedad.

A la búsqueda del proyecto perdido

Las cuestiones que se plantean a partir de aquí son muchas, pero se resumen en una: ¿cuál es ahora el proyecto estratégico de Podemos? Conocemos algunas piezas del puzzle, pero aún no disponemos de la imagen completa. Sabemos que Podemos espera afirmarse como la voz crítica de la izquierda más combativa; pero al mismo tiempo no desiste de reivindicarse como el primer partido de la izquierda que formó una coalición en el ejecutivo central.

Lo novedoso en Podemos, sin embargo, quizá no sea tanto aspirar a ser un partido de gobierno como pretender combinarlo y hacerlo viable con un parlamentarismo de extrema izquierda. En lo primero, luego de una legislatura que ha sido un auténtico quebradero de cabeza para Sánchez, ya ha fracasado al quedarse fuera del ejecutivo. Queda por ver si hay margen para lo segundo. En otras palabras, ¿pueden sostener el sistema parlamentario tres izquierdas mientras las derechas ya se han reducido a dos y pronto podrían ser solo una?

Para poder responder a esto hay que volver la vista atrás y echar mano de la política comparada. Tras la crisis de la deuda soberana en 2011, la Unión Europea, dirigida con mano de hierro por la Angela Merkel, impuso medidas de austeridad draconianas a los llamados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España). Estas políticas de fuerte recorte en el bienestar originaron un gran descontento y una fuerte contestación social (protestas de la Plaza Syntagma, 15M, Generação à Rasca…). Estos movimientos cristalizarían en un auténtico seísmo político en Europa meridional.

En su declinación por la izquierda, Syriza provocó un escenario inédito en la UE: una formación, procedente del extremo izquierdo, adelantaba al partido de centroizquierda del bipartidismo tradicional y se hacía con el gobierno de un Estado miembro. En los centros de poder europeos, sin embargo, había algo que preocupaba mucho más: en la España del 15M, el principal aliado de Merkel, M. Rajoy, se encontraba asediado por corrupción. Si la ficha de dominó griega hacía caer España en manos de Podemos, ¿qué sería lo siguiente? ¿Mélenchon en Francia? ¿Y después?

Aunque apenas se recuerda, lo cierto es que las primeras turbulencias en Podemos fueron anteriores a entrar en el Congreso. La disociación de la hipótesis populista había comenzado en la carrera con triple escenario electoral de 2015: elecciones andaluzas, municipales y autonómicas y elecciones catalanas. Durante aquellos meses anteriores a las generales de 2015, Iglesias no solo publicó diversos artículos que traslucían la reactivación de sus querencias eurocomunistas. A la par también ascendían en la interna Mayoral, Del Olmo y otras figuras promocionadas por quien se había hecho llamar «Secretario General», en lugar del «Presidente» a la manera populista.

La secuencia de aquel sprint electoral es hoy conocida: Teresa Rodríguez, con escaso margen para preparar la campaña y tonos izquierdistas no alcanzó los pronósticos. Las alcaldías del cambio, sin embargo, demostraron que ganar era posible. Pero el tropiezo en las catalanas provocado por la habitual incomprensión madrileña de la cuestión nacional y el abandono de Colau, condujo a Iglesias a ceder a Errejón la dirección de la «remontada».

El paso imposible a las instituciones

La campaña del 20D fue un éxito indudable, aunque también insuficiente. Para alguien como Iglesias, quedar segundo era insoportable. El mismo ego que había sido un auténtico motor, ahora se volvía un impedimento estratégico mayor. ¿Qué táctica seguir a partir del intrincado escenario arrojado por el 20D? ¿Cómo transitar, sin haber ganado, de una institucionalidad de corte presidencialista inspirada por el populismo latinoamericano a la de un régimen parlamentario europeo?

Aunque hoy sabemos que el error era evidente, en el Consejo Ciudadano que debía decidir el camino a seguir, solo la voz de Alberto Montero fue clara. El guión de éxito lo había adelantado Syriza: había que dejar al PSOE echarse a la derecha pactando con Cs para consolidar el voto progresista y seguir apretando con buenas maneras y mejor parlamentarismo. El efecto de un primer gobierno Sánchez escorado a la derecha aumentaría el flujo socialista hacia Podemos, incluso en una legislatura breve.

Las tesis de Iglesias, sin embargo, se acabaron imponiendo: en la primera mitad de 2016 destituyó a Sergio Pascual y acudió a IU para intentar la aritmética de la variante «eurocomunista». El sorpasso de la transversalidad populista pasará a la historia como vía abandonada de la historia. El sorpasso de la unidad de la izquierda, no obstante, fracasó como lo había hecho antes. Vistalegre II plasmó este giro con contundencia… y la pérdida de la mitad de diputados.

Una caída lenta pero inexorable

Desde las elecciones de 2016, el «espacio del cambio» (Podemos, municipalismos, etc.) no se ha vuelto a recuperar. De poco sirven aquí los cruces de acusaciones. Tras la primera y brusca caída en 2018, se ha ralentizado la pérdida de peso político del espacio: 71 escaños en 2016, 42 en 2019 el 28A, 35 el 10N y 31 el 23J. La velocidad de caída se aminora, pero la salida de Podemos hace de 31, 26+5 y un mal presagio si no emergen dos proyectos diferenciados. La cuestión, por tanto, es si se va a dar una competición virtuosa o la disputa de un solo espacio.

El papel Más País en la anterior legislatura se vuelve ilustrativo llegados a este punto. Como ironizó un comentarista, en el célebre abrazo entre Sánchez e Iglesias se encontraba Errejón, que si no salía en la foto era por haber sido aplastado entre los otros dos. Lo cierto es que Más País se situaría toda la legislatura con un perfil crítico, pero compatible con el gobierno. Al punto incluso que en ocasiones resultaba más estridente el papel de Podemos dentro del ejecutivo que las aportaciones de Errejón (salud mental, semana de cuatro días, etc.).

Con su salida de Sumar, Podemos no ha cuestionado, sin embargo, su apuesta por el bloque de investidura. Lo primero que han hecho es asegurar la continuidad de su apoyo. La cuestión entonces es saber si una posición a la izquierda y menos avenida a consensos que Más País, podrá tener más recorrido en una legislatura de creciente descontento social. Por más difícil que haya sido para Sánchez forjar consensos en la legislatura pasada, al haber introducido Podemos en el Congreso, Sumar ha establecido un vaso comunicante con un actor que ahora dispone de margen para criticar al gobierno por la izquierda y exhibir formas menos comedidas.

Pero para que Podemos pueda convertirse en el termómetro del descontento social, va a tener que romper con esa estética de «estridencia gubernamental» que ha caracterizado su papel en la pasada legislatura. Por la vía de una oposición constructiva como la de Más País no parece que vaya a tener recorrido. Por la vía de una oposición combativa en el seno del bloque de la legislatura se abre un horizonte estratégico que dependerá, no obstante, de cómo se construya en adelante Podemos parlamentaria y electoralmente.

¿Regreso a la casilla europea?

Podemos encara su horizonte político en el seno de un ciclo electoral que está por comenzar y viene definido por la crisis del proyecto europeo y la cuestión territorial. La agenda electoral, como es habitual, condiciona sus opciones tácticas. Por un lado, ya sabemos que el calendario europeo sitúa la convocatoria en junio. Por el otro, elecciones gallegas y vascas están por fijar en una fecha inmediatamente posterior, si se apuran plazos, aunque bien se podrían adelantar. En Catalunya, donde en teoría hay que esperar a 2025, no se debería descartar tampoco un adelanto, siempre que se haya resuelto la amnistía.

Esta agenda confiere consistencia a la idea de que Podemos podría presentarse a las europeas con Irene Montero en solitario o tejiendo eventuales alianzas confederales con nacionalistas. Estos, sin embargo, se encuentran limitadas por su propio calendario. En la medida en que se acentúe la competición entre Bildu y PNV o entre ERC y Junts, perfilarse como proyecto único o buscar eventuales alianzas puede tener consecuencias importantes. Las opciones gallegas, donde Gómez-Reino condujo Podemos fuera del Parlamento, parecen complicadas por la buena forma del BNG. Aquí, la división con Sumar penalizaría a ambas opciones en su disputa de espacio muy mermado.

Las quinielas en todo caso ya han comenzado y las especulaciones sobre alianzas ya se comentan en los mentideros. ERC y Podemos bien podrían entenderse en Catalunya o incluso llegar a reproducir operaciones de proselitismo previas de ERC con figuras procedentes de los Comuns (Nuet, Alamany, Ubasart y otros). La falta de atractivo de los Comuns en ERC podría reforzar la hipótesis de una doble alianza: confederal con Podemos en las europeas y de posterior integración de Podem en ERC en las catalanas.

Sea como sea, el abandono del grupo de Sumar supone para Podemos la oportunidad de llevar a cabo aquello para lo que está más capacitado. Ser el partido del descontento con el gobierno central que presione por la izquierda. Pero para ello no le queda otra que reorientar el proyecto general renunciando a la aspiración de volver al ejecutivo de Sánchez. A cambio, podría resituarse como una fuerza amplia de interlocución privilegiada con los nacionalismos, particularmente el catalán; cuestión no menor dada la centralidad de la cuestión territorial en lo inmediato. Apenas ha empezado la legislatura y el tablero ya ha vuelto a cambiar.

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