Desde aquí os confesaré una duda existencial cuando alcanzas la cima de un recorrido. Desde el pasaje de la Esperança sería muy sencillo subir por Virrei Amat y adentrarme por Vilapicina, pero carece de sentido dedicar una serie a La Jota sin centrarnos, al menos durante un par de entregas, en la homónima calle, una de las perspectivas más bellas de la periferia y con muchos matices a resaltar.

El primero es muy cabal. ¿Cómo una vía larga aunque secundaria puede dar nombre a todo un barrio? La respuesta a la cuestión es muy personal. Desde mi punto de vista su leyenda se cimentó al ser la única calle que mantuvo su letra de la planificación de las parcelas.

El segundo tiene una magia marxista, de Groucho. Durante algún tiempo, algo difícil de encontrar en las fuentes, homenajeó en su nombre a la Jota Aragonesa, una tontería muy propia de la dictadura de Primo de Rivera para exaltar coros y danzas junto a valores regionales de la numerosa emigración de los años veinte.

Lo de la Jota Aragonesa es de traca y pañuelo. También tiene lo suyo el hecho de tener tanto protagonismo cuando a priori es una vía más, medio perdida en el interior de la barriada. Siempre me ha fascinado observar cómo el tema del eje principal de La Jota ha repartido alegrías y llantos de modo muy salomónico. Cada una de sus vías, de sur a norte, aportan su granito de arena, hasta el punto que ninguna es marginal en el entorno. La riera d’Horta tiene todo su peso histórico y el valor de frontera; Escocia debiera ser el meollo, algo impedido durante décadas por la intromisión en su línea recta de Can Garrigó; mientras la Jota tiene un imán de proximidad con todos los focos, vecina de cada cruce y cercanísima al otro límite fundamental, Fabra i Puig.

Vista de la calle de La Jota. | Jordi Corominas

La Jota mantuvo su denominación de origen, sin crecer de una manera uniforme. En los documentos del archivo se registran construcciones de 1905, algo más bien anómalo, pues en muchos de sus tramos el espaldarazo definitivo a nivel inmobiliario llegará en la posguerra entre viviendas, algunas de ellas amparadas por leyes sociales, y talleres mecánicos.

Su parte fundacional, de la Meridiana hasta Pardo, es una rareza definitoria del conjunto al mostrar más coherencia tanto en su estética como en la cronología. Estos dos elementos me servirán para explicar cómo se formó la calle de La Jota y qué tipo de aspiraciones podían tener sus propietarios, muchos de ellos hermanados al contratar al mismo maestro de obra, el ínclito e inevitable Josep Masdéu Puigdemasa.

Esta fracción de la calle abre su pasarela hacia el infinito, escondiéndonos su ruptura con el pasado a causa del nacimiento de la Meridiana moderna. En 1945 las fincas del 1 al 4 y del 2 al 7 fueron expropiadas para allanar el paso a esa horrenda autopista urbana, muro entre barrios durante décadas.

Vista del lado de los números pares del tramo inicial del carrer de La Jota. | Jordi Corominas

La consecuencia en la calle de la Jota conllevó la desaparición de su colindancia con la difunta Orense y empieza su numeración en el 6, donde la fachada nos regala una supervivencia de la fractura, y el 9, otro obstáculo para orientarnos bien en los pliegues antiguos, pues nuestra ubicación de las casas no es idéntica a la de entonces.

El atractivo de esta parte de la calle de la Jota partió por esos regresos de las vacaciones desde la Meridiana, repleta de bloques y con esa excepción de casitas con aire a otra época, cuando las barriadas aún soñaban con ser pueblos tranquilos, en este caso pese a la convivencia con el tren, cubierto posteriormente para aupar los malos humos de dos y cuatro ruedas.

Mi reconstrucción del segmento tuvo un buen enigma para avivarla. El número 6 podría ser la pista de despegue en el culto de esta Jota al Sagnier del extrarradio. El lado Besós de la calle tiene una continuidad de fincas remarcables. La número 8 me intrigaba más que las otras por tener en la fachada la inscripción A.P., quien resultó ser Andrés Pujol, empadronado en Fabra i Puig 101, por lo tanto, o al menos esa es la intuición, un pequeño ahorrador con conocimiento de las posibilidades de esos aledaños, víctimas ideales para Masdéu Puigdemasa, ídolo de masas, disculpen la broma, en estas lides.

Vista del lado de los números impares del tramo inicial de la calle de La Jota. | Jordi Corominas

Su cuantiosa participación muestra cómo la vecindad tenía un perfil similar al de Pujol. Masdéu Puigdemasa rubricó el 13 de la Jota para Miguel Capmany. Este edificio es una caja de interrogantes sobre la trayectoria de este imparable empresario, quien por lo demás exhibe en su singladura mucha heterodoxia estilística al poder brindar tanto un modernismo de manual como otras piezas a lo vienés, como este 13 u otra bien especial en la calle Bascònia de Sant Andreu.

En una charla por correo electrónico con Valentí Pons me comentó cómo Masdéu Puigdemasa era tan insaciable porque, en realidad, sólo firmaba y eran otros los que realizaban la labor. Esto nos relajaría sobre el estrés de este personaje, con signatura en el 15 de la Jota, la casa Francisco Sagués, un pequeño propietario con posesiones en la calle de Orense.

Detalle de la casa Andrés Pujol, Jota 8. | Jordi Corominas

La presencia de Masdéu Puigdemasa también se vislumbra en algunas fincas del lado correspondiente a los números pares. Muchos de los inversores tenían más de una. El constructor de nichos Miguel Capmany enlazaba el 11, ampliado por Abades Blanchart, con el mencionado 13, mientras Francisco Cortés iba acaparaba las esquinas de La Jota con Orense y Pardo.

En esta última, el 20 de nuestra protagonista, aún se mantiene en pie y en los papeles data de abril de 1931. El arquitecto es de la querida estirpe de la serie Z, no por calidad, sino por un ninguneo implacable e impecable al divulgar sólo pocas estrellas, siempre enmarcadas en el Modernismo.

Se trata de Joan Ventura Polit. Su bloque de La Jota con Pardo desentona con las casitas años veinte, aún medio modernistas por el anhelo de los dueños, para quienes, con alguna excepción, el Noucentisme era demasiado sobrio, como si no diera tanto de nuevo rico. La prosecución de la senda de antaño se puede ponderar en el 16, obra de otro clásico de estos contornos, Josep Graner.

A la izquierda la casa Cortés, 20 de La Jota. | Jordi Corominas

El 20 tiene su fachada de ingreso en la calle de Pardo. Al carecer de guirnaldas y oropeles puede sorprender su similitud con la de la casa Alhambra, al lado de General Mitre, un mito barcelonés por la historia de su génesis, contada hará un tiempo en estas páginas. Ventura Polit concedió a este núcleo de La Jota una distinción hacia la Modernidad y el cambio en su densidad poblacional, no en vano, casi todas las de Masdéu y compañía aún obedecían a un respeto al cielo, en paulatino declive desde la aceleración de los años 30 con sus infinitas vicisitudes.

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