Al ser exportado a los Estados Unidos el psicoanálisis freudiano perdió su espíritu original para transformarse en una máquina de adaptación a los ideales de la American way of life. Es de ese psicoanálisis que nacieron los hijos bastardos de las psicoterapias, entre las cuales está “La psicología positiva” surgida en 1997, liderada por Martin Seligman con su libro “La auténtica felicidad”.
Una mezcla de investigaciones filosóficas sobre el optimismo reforzado con un “compendio de anécdotas” y consejos de autoayuda. De este magma surgen los coaches y los gurús de la motivación, con su arsenal de frases hechas de aplicación universal. Seligman amplía el marco de su acción de lo individual a lo social enumerando las instituciones políticas, económicas y sociales que favorecen la felicidad: “la democracia, la familia, las iglesias y el sistema capitalista de libre competencia empresarial”. La perspectiva de su terapia especializada en depresión, se orienta en los valores del neoliberalismo encarnados por los denominados WEIRD western, educated, industrialized, rich and democratic (occidentales, educados, industrializados, ricos y democráticos). No sé si se percataron que la palabra formada por el acrónimo WEIRD significa “raro”, “extraño” o “bizarro”.
El contrapunto al negocio de la felicidad nos lo ofrece Bárbara Ehrenreich en su libro “Sonríe o muere”, una conmovedora denuncia sobre la acción perversa de la ideología positiva dominante. Después de recibir el diagnóstico de cáncer de mama le recomendaron acudir a grupos de apoyo para aumentar sus probabilidades de curación. Nos preguntamos cómo puede curarse el cáncer por estos medios. El planteamiento parece muy simple: se trata de tomar la enfermedad como un “don” en lugar de un “mal” y aprovechar las oportunidades que esto te brinda.
La extraordinaria transmutación de una emergencia de lo real en oportunidad para aprender es uno de los pilares fundamentales de la ideología neoliberal. Fabulosa denegación de la castración. Bárbara cuenta como le negaban la posibilidad de hablar sobre la tristeza o la ira, sentimientos que perjudican el proceso de curación con el argumento de reservar toda su energía para conseguir “visualizar” la lucha que se producía en el organismo entre las células buenas y las cancerígenas y apoyar, como el buen entrenador, al equipo inmunológico. El cáncer, no obstante, progresaba y la culpa por no ser suficientemente positiva entristecía a Bárbara cada vez más. Los estudios estadísticos demuestran que, en Estados Unidos, no hay mayor supervivencia al cáncer de mama entre una mujer optimista y otra pesimista, mientras que sí la hay, claramente, entre una mujer blanca y otra negra.
El exceso de optimismo también produce consecuencias desastrosas en el plano político y económico. Sin embargo, para el negocio de las terapias positivas, en consonancia con el neoliberalismo, no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales que deben ser tratadas. Estamos obligados a ser felices y a sentirnos culpables de no sobreponernos a las dificultades. La ciencia de la felicidad pervierte, con un reduccionismo nada inocente, el concepto aristotélico de “buena vida” y lo transforma en un instrumento al servicio del capitalismo que empuja al sujeto a adaptarse y asumir “las paradojas laborales” (gran eufemismo) del mercado libre: trabaja sin horario de salida y por un sueldo ridículo, porque eso te llevará algún día al consejo de administración y a la felicidad.
La sombra de la culpa recae sobre el sujeto que no alcanza las metas que se había propuesto. Algunos norteamericanos prefieren el desamparo de vivir en la calle antes que beneficiarse de los sistemas de ayudas porque se avergüenzan de haber fracasado en el país de las oportunidades para hacerse rico. Es evidente que el control social encuentra en la culpa un terreno abonado para ejercer su dominio mientras que el sujeto entra en la llamada “depresión”, a la que es mejor llamar “tristeza» porque para no caer en la trampa del uso indiscriminado del diagnóstico de depresión que incluye todo aquello que no funciona como es preciso. Los tratamientos químicos y psicoterapéuticos empujan al deprimido a reincorporarse rápidamente en el engranaje social como pieza de una maquinaria. El sujeto que consiente a esta dinámica elude su responsabilidad al dejarse llevar por las consignas del Otro ahorrándose el arduo camino del saber sobre la causa singular.
La felicidad forzada y el optimismo como exceso de confianza que alimenta falsas esperanzas puede conducir a algunos a la salida desesperada por la vía del suicidio lento o precipitado.