Hace muchos años, todo lo anterior a la Pandemia huele a Historia Antigua, un alumno de un grupo de paseos me recitaba cada dos por tres que Gràcia tiene cuatro mercados: La Abacería, el de la Estrella, la Libertad y el de Lesseps.

A lo largo de los últimos meses, los dos primeros del póker suscitan titulares con relativa facilidad. El de la Estrella se reforma en sintonía con Pi i Margall, ambos conectados desde hace décadas. Sin embargo, la polémica ha saltado por la pretensión municipal de trasladarlo als Jardins del Baix Guinardó, lo que, entre otras cosas, constituye un menoscabo al patito feo de los barrios de este sector, pues si el mercado se instalara en esa extensión se perdería un importante espacio verde y de convivencia, usurpado por otro perteneciente a la Vila.

El Baix Guinardó menguaría sus lugares de interacción en beneficio de Gràcia. La ubicación provisional del mercado de la Abacería en el passeig de Sant Joan, otra frontera graciense, ha sido un acierto y bien podría plantear cómo estos equipamientos, claves en su origen de suministrar alimentos en buen estado, podrían mejorar estableciéndose en confines al ser estos zonas de dinamismo.

El solar del mercat de l’Abaceria. | Jordi Corominas

Esta propuesta es irrelevante en comparación con lo sucedido estas últimas semanas con el derribo de la estructura férrea de la Abacería, de 1892 y rubricada por Joan Torras i Guardiola, desde la hegemónica mentalidad provinciana un Eiffel catalán en esa edad de mercados pletóricos de hierro y vidrio, algunos de ellos verdadera mezcla entre fábricas e iglesias.

La aniquilación de la cubierta ha provocado la denuncia contra el Ayuntamiento de la biznieta del arquitecto por atentar contra el Patrimonio. A mi humilde parecer tiene toda la razón del mundo, y este argumento será uno de los hilos de este reportaje. Aunque antes quiero evocar recuerdos no vívidos y memorias medio lejanas.

Vista de la cubierta de la Abaceria desde travessera de Gràcia. | Jordi Corominas

Entre los recuerdos de otra existencia, bañada de hemeroteca y fotografías, figura el fatídico 1940. Ese año, el primero tras la Victoria, los responsables del nuevo Consistorio, capitaneado por el alcalde Mateu, se ensañaron con aquellos monumentos y edificios con simbología catalanista o republicana. Escribí sobre ello en Paràgrafs de Barcelona, donde también mencionaba cómo la estructura de hierro del Palau de les Belles Arts, a erradicar por inaugurar la Expo de 1888 y albergar la fundación de la CNT, fue magnífica para ganar cuatro perras en esos tiempos de penuria.

En la memoria visualizo unos días de invierno hacia 2003. Me gustaba caminar por la Barceloneta, pasar por su mercado y disfrutar mucho con el efecto de su desnuda carcasa, soberbia en blanco y negro, impactante desde cualquier ángulo. Este pasado otoño topé en Turín con unas reminiscencias arquitectónicas de los talleres de la FIAT. La causa es que la desindustrialización de la empresa propició un parque para la ciudad con guiños a ese pasado reciente.

Estructuras de la Fiat en el Parco Doria de Turín. | Jordi Corominas

Por supuesto no tendría sentido conservar la cubierta de Torras i Guardiola sin añadirle nada. La decadencia de la vieja Abacería, muy característica por sus paraditas en la travessera de Gràcia y Puigmartí, era espectacular en su interior, con el clásico el último que apague la luz de los mercados de antaño, siempre con menos paradas y condenados a ser reliquias junto a superficies comerciales más modernas de firmas reconocibles por y para cualquiera.

El proyecto de la Abacería ha transcurrido por los sólitos vaivenes de las últimas tendencias. En 2016 debía tener supermercado, aparcamiento y un subterráneo para la distribución de mercancías. El actual, por si lo dudaban, es sostenible mediante una cubierta con piezas cerámicas y paneles fotovoltaicos. La de Torras i Guardiola no podía sostener el peso de lo contenido en esta nueva etapa, comprometida con las sensibilidades dominantes al aspirar a ser punto de encuentro vecinal no sólo desde el pequeño comercio al sumar mil quinientos metros cuadrados de verde, auténtica punta de lanza para la transformación.

Todo esto está muy bien, así como haber pensado en preservar la cubierta de 1892 y convertirla en una especie de monumento conmemorativo. Hoy, al acercarme para sacar fotos, me cuelo en la obra y observo la supervivencia de pocos metros que mis ojos confunden de buenas a primeras con raíles de tranvía por mi obsesión con las obras esparcidas por toda la ciudad condal.

Obras de l’Abaceria desde Torrijos con Puigmartí. | Jordi Corominas

La ausencia del hierro regala un horizonte inédito, las fincas de Torrijos resaltándose, con el resto componiendo un rectángulo irrepetible. Los carteles anuncian la finalización del conjunto en 2025, aunque algunos vecinos lo juzgan más bien utópico y han mutado el cinco en un ocho por la proverbial lentitud barcelonesa en estas lides.

A no muchos metros de la Abacería se hallaba el Banc Expropiat, protagonista en la primavera de 2016 de disturbios por su desahucio. La iniciativa, bien regada en su alquiler por el Alcalde Trías para apaciguar los ánimos, puso el dedo en la llaga sobre al aumento de los alquileres en la Vila y la expulsión de habitantes de toda la vida a causa de una gentrificación a base de apartamentos de lujo, como los de la casa del Diable, valorados en un millón de euros.

Protesta contra los proyectos de l’Abaceria. | Jordi Corominas

En noviembre de 2018 Gràcia tuvo su último suspiro de combate con las protestas contra la demolición de dos casitas y una encina bicentenaria. Esto activó un hito pionero al rehacer el catálogo patrimonial, algo secundado por otros barrios como el Clot y el Camp de l’Arpa, que reaparecerán en breve por cosas del guion.

He sido asiduo a la Vila durante más de veinte años. Poco antes de la pandemia la medio abandoné entre el cansancio de un amigo, al que le daba pereza bajar desde el Baix Guinardó, y la reconversión del espíritu de Gràcia, idéntica en su fachada y mucho más conservadora en su entramado humano, a rebosar de personas como simulacro de algo pretérito e inexistente.

El solar de l’Abaceria con travessera de Gràcia al fondo. | Jordi Corominas

Quizá esto haya hecho mella en la energía reivindicativa vecinal, pues al fin y al cabo los contrarios al Ayuntamiento en el asunto del hierro de la Abacería son la biznieta y Jordi Rogent, jefe de Patrimonio municipal durante veinte años, quien defendió mantener la estructura.

Cargársela así es cutre. No hay mejor vocablo. Lo es porque demuestra un desdén colosal para con el patrimonio y una estrechez de miras brutales. El otro día la Guardia Urbana habilitó un dispositivo ante la locura de selfies en passeig de Gràcia por las luces de navidad. Todo muy Vigo, todo muy ciudad con baja autoestima que cultiva al vender una fachada donde detrás no hay nada.

Vista de la cubierta del mercat de l’Abaceria. | Jordi Corominas

Pero sí lo hay, aunque desde hace mucho se intenta invisibilizar. El ridículo de la Abacería podría tener un símil grotesco y una advertencia de futuro. El primero nos retrotrae a 2011 y la remoción con nocturnidad, premeditación y alevosía del passatge de la Canadenca, de repente rebautizado por Trías como de Pearson, sin pasar por la comisión de rigor ante el peligro que los jóvenes de plaça Catalunya, 15M, aprendieran de los anarquistas en huelga de 1919.

El disparate obligó a rehacer la tropelía. Aquí no creo que se ponga el hierro en quien sabe que basurero. Lo más comprensible, advertencia de futuro, será cumplir como dice hacerlo Núñez y Navarro con la casa Estrella Coca, de Rogent con València, a reconstruir talis cualis en su exterior. En Camp de l’Arpa se demostró no hace mucho la avidez de finiquitar patrimonio en pos de obra nueva en Xifré 111, donde la piqueta se zampó una finca modernista de cierto valor. Más abajo, en Meridiana con Trinxant, no se ha confirmado la salvación de la hilera de casitas de 1870, las más ancianas del barrio. Quizá una mañana nos levantemos y las hayan sacrificado, si bien haber incluido al colindante Tomás Padró en el catálogo debería ser un auspicio de mantenimiento.

A la derecha la finca desaparecida en Xifré 111. | Jordi Corominas

Ese es otro matiz. La cubierta de la Abacería estaba dentro el catálogo de Patrimonio condal. Porcioles amaba violarlo sin miramientos. Sus sucesores lo han emulado conscientes de cómo la información va más rápida que muchos recuerdos. En 1980 Bohigas decretó tirar al suelo la casa de Picasso en la calle de la Mercè, por aquello de que “total, para dos polvos que pegó, no tiene sentido preservarlo”. Con el mercado podría acaecer lo mismo, porque “total, para vivencias de barrio durante más de ciento treinta años en el mercado más antiguo de Gràcia no pasa nada, todos contentos con lo sostenible y tal día hará un año”.

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