Las Barcelonas son un cuerpo que jamás se cierra al poder encontrarse siempre más información. Toca clausurar la serie de La Jota con un recorrido por su homónima calle. Quizá dejaré en el tintero algunos hallazgos, y siento de verdad no haber dedicado casi atención a una calle como Vèlia, de nombre regionalista muy del gusto de la dictadura de Primo de Rivera y configurada más durante el segundo franquismo, salvo excepciones como su número 13, por ahora de autor desconocido.

La calle de La Jota explica su formación mediante sus edificios. Al caminarlo tantas veces he conseguido estructurarlo en varios tramos muy concretos. El de Meridiana a Pardo es fundacional al conservar un entramado de los años veinte, casi inexistente entre Pardo y Antoni Costa, donde nuestra protagonista se transforma en un lateral de la plaça de Garrigó hasta su esquina con Vèlia, un conglomerado curioso porque en muy poco trecho tenemos comercios, terrazas, aparcamiento y quiosco.

Nos encontramos, como quién dice, en la mitad exacta de esta vía. A partir de aquí puede entenderse con mucha facilidad su proceso constructivo, determinado por los dos pasajes cooperativistas. El del arquitecte Millàs, poblado por los tranviarios, y estructurado para brindar fincas tanto en la calle de la Jota como en Escocia, algo visible por la unidad estilística de algunos pisos de ambas arterias con las de la travesía.

El taller mecánico de Nuet Alemany, en Jota con Emili Roca. | Jordi Corominas

La erección del pasaje debió propiciar un pequeño boom inmobiliario, con detalles capaces de contarnos otras historias. En el número 84 de La Jota advertimos cómo la calle debió tener otra numeración en sus balbuceos, pues la actual convive con un ajado 118. No mucho más lejos, el 80 parece vivir sus últimos meses, tapiado y con una serie decorativa muy geométrica, diríase, era inevitable, un Masdéu Puigdemasa, quien gustaba de jugar a lo vienés, haciéndome dudar, entre otras cosas por asiduidad, si la legendaria casa Sabadell de Meridiana con A Coruña es suya o del mítico Ramon Puig Gairalt.

El rectángulo con centro en el passatge de Millàs regala a La Jota un intervalo con mucho colorido en su cruce con Malgrat, un preludio hacia las alturas de Virrei Amat. Las alcanzaremos previo paso por Santapau, donde se aprecian distintas alineaciones de las fincas, y Emili Roca, con toda seguridad unos de los centros anónimos del barrio por el taller, cuya actividad está documentada desde 1953, cuando se estableció el señor Nuet Alemany.

Vista de la calle de La Jota desde Malgrat, esquina del conjunto del passatge de l’Arquitecte Millàs. | Jordi Corominas

En todo este fragmento la secuencia se nutre de muchas casas con aire a años cincuenta, quizá posibles por leyes sociales de vivienda como la del número 103, y otras más del tardofranquismo. Sus disonancias son las de su mismo cuerpo y no abusan de alturas, mientras consienten con vehemencia la perspectiva, explosiva por los árboles y ese fondo casi infinito.

El 103 no sólo destaca por su placa de vivienda de renta limitada porque, asimismo, marca el horizonte y una fractura a causa de Arnau d’Oms, en la actualidad providencial por conectar con diversas salidas hacia la Meridiana como continuación singular de las rondas. La brecha con el resto de La Jota es espacial. La calle prosigue en un intervalo casi independiente, aunque fidedigno con ese quilómetro en línea recta, hasta Desfar y luego se esfuma por la aparición estelar de Virrei Amat, su limbo con Vilapicina.

Esta guinda se hermana con el passatge de l’Arquitecte Millás desde cuestiones morfológicas que provoca algo de sorpresa hasta en el paseante avezado. La separación de Arnau d’Oms no afecta sólo a nuestra percepción de la calle de La Jota, sino también del de Escòcia. Ambos empiezan o terminan en su limbo con Virrei Amat mediante casitas bajas englobadas en el entramado del passatge de l’Esperança, tan hechizante que elimina de nuestro cerebro sus laterales, los cuales tampoco captamos tanto porque no tienen la unidad del centro.

El final de la calle de La Jota desde la plaza de Virrei Amat. | Jordi Corominas

En el número 121 se localizaba la cooperativa de los estibadores residentes en la travesía. Un poco más abajo, en el 115, damos con la última de su fila, gemela de sus compañeras del passatge de l’Esperança, aún originales, mientras ésta, con un notorio 127 encima la puerta, recibió con nuestro siglo un añadido, noble al no sobresalir sobre la totalidad de la calle, según algunas fuentes inaugurada en 1926 pese a tener actividad desde antes.

En una nota de 1925 damos con otro matiz casi nada comentado en La Jota, con fábricas en su tejido. En una de ellas, el obrero de cincuenta y dos años se produjo heridas por desgarro en dos dedos, hasta sufrir la amputación de las falanges. Esta pequeña tragedia debió ser cotidiana en esa contemporaneidad poblada de obreros, muchos de ellos privilegiados, la partición de la calle lo demuestra, y con toda probabilidad dotados de ascendente por antigüedad con relación a los arribados tras la Guerra Civil.

Jota 115, finca superviviente del conjunto del passatge de l’Esperança. | Jordi Corominas

Una de mis obsesiones es cómo La Jota ha conseguido ser centro sin serlo. Ello, más allá de las particularidades del barrio, es viable por su proximidad con muchos hitos, de escuelas a talleres, de plazas a conexiones con los barrios vecinos, sin olvidar que es una doble frontera con Virrei Amat y Fabra i Puig. Esta última podría adscribirse a su territorio, pero sería un error hacerlo, porque su valor encierra secretos con personalidad propia al ser un paseo producto de la ambición de Sant Andreu y la aceleración de sus urbanizaciones a finales del siglo XIX. De hecho, Fabra i Puig, de la que escribiré más a fondo en la próxima entrega, da pie al nacimiento de una zona colindante con Porta, otro limbo más con algunos nombres baleares.

La Jota, sin saberlo, se funde con Virrei Amat y desaparece. Quizá la fábrica del pobre Roque Dardens fue la Hispano-Suiza o un taller sin ganas de pronunciarse en mis investigaciones. Su identidad ha sido saqueada a lo largo de su longeva trayectoria. Durante poco más de un siglo la han bailado en Sant Andreu, lo más lógico por historia y trama de su callejero, y Horta. En 2023 es de Nou Barris, una pirueta absurda, ante todo porque su personalidad debe reivindicarse y no respira ningún tipo de afinidad con sus compañeros de distrito, casi como si los responsables de elaborar la nueva división administrativa de Barcelona en 1984 hubieran tratado a los márgenes como hicieron las potencias europeas con los países africanos en la Conferencia de Berlín de 1885.

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