El artículo de hoy hace el número doscientos publicado, después de once años colaborando con diferentes medios. Me hace especial ilusión escribirlo para el diario de derechos y pensamiento crítico Catalunya Plural, que ahora hará un año que me hizo confianza para que vertiera mis reflexiones en torno a la educación, las desigualdades sociales y la actualidad política. Mis colaboraciones con este digital y con Social.cat, mi blog personal y la participación como tertuliano en el programa Son 4 días de Radio 4, me permiten disponer de altavoces desde los que compartir mis opiniones, visiones y propuestas sobre los temas que más me interesan.
Durante estos años he tenido el privilegio de escribir para casi una veintena de medios. Entre otros, Ara, El Punt Avui, La Vanguardia, El País, El Periódico, Público o Nexe. Y un recuerdo especial para el desaparecido 50×7, una aventura periodística que duró menos de lo que muchos habríamos deseado. Ha sido un orgullo colaborar con los principales medios históricos de nuestro país, pero aún más estimulante es participar en proyectos digitales innovadores que defienden el periodismo independiente y que tratan noticias vinculadas a temas sociales y políticas públicas.
En estos doscientos artículos he hablado un poco de todo. Desde mis temas habituales, como la transformación social, la educación, la economía social o el tercer sector, hasta otros como el periodismo social, el independentismo, la salud mental, el acoso o análisis electoral. Pero también he escrito sobre los pijos, la iglesia católica, la gente de derechas o la vida en la cárcel de un condenado por parricidio.
Desde el principio, y como tónica habitual, he tratado de aprovechar las tribunas que se me ofrecían para denunciar, reclamar e incidir respecto a las carencias, desigualdades e injusticias que se producen en todo lo vinculado al estado del bienestar. Inevitablemente, ello implica cuestionar a la clase política, a los partidos y a los poderes económicos y sociales del país. Y como no me he renunciado a usar un estilo duro y directo, he sufrido las consecuencias.
Escribir me provoca un inmenso placer y satisfacción, pero también me ha tocado vivir alguna muestra de la parte más desagradable del oficio de opinador: advertencias, amenazas, puertas cerradas, oportunidades perdidas, “ya te avisamos”, “como puedes decir esto de nosotros”, “no te conviene”, “no ha gustado”, “tienes razón, pero no lo puedo decir públicamente”,… La lista sería larga. ¡Incluso un triste y ridículo episodio de censura! Por suerte, de vez en cuando ha llegado alguna pequeña compensación en forma de “suerte que tú te atreves a escribir lo que muchos pensamos pero no podemos decir”. Siento el espóiler, pero ya os adelanto que el estilo no cambiará. Pasada la cincuentena y yendo hacia la sesentena, con los hijos mayores y con tanto trabajo realizado, me siento casi obligado a hablar claro y sin ataduras.
Hace unos días, en una entrevista en televisión, el pedagogo, maestro y filósofo Gregorio Luri enlazaba una serie de maravillosas y sabías reflexiones sobre la escritura. Reproduzco de manera textual algunas:
“Escribir tiene que ver con la transmisión de ideas, pero tiene una función aún más importante: escribir es una manera de tener ideas. A menudo empiezas un artículo, vas escribiendo y en el último párrafo dices algo que se contradice con el principio. Tener opiniones diferentes sobre un mismo tema y saber encararlas; eso es el pensamiento crítico. Si queréis fomentar de verdad el espíritu crítico, trabajad las conjunciones y las subordinadas.
“Escribir es una de las experiencias más íntimas, porque ante la escritura no nos podemos engañar a nosotros mismos. Vemos nuestros límites, nuestras incapacidades. Escribir es aprender a pensar”.
Me identifico plenamente con la idea de escribir como acto íntimo que te enseña a pensar. Personalmente, y por extraño que parezca, el hecho de pensar, estructurar y construir una reflexión para acabar convirtiéndola en un artículo de 2.500 caracteres o 900 palabras me produce una sensación de relax y desconexión importante. Acostumbro a escribir a última hora de la noche, después de haber digerido todos los acontecimientos del día.
Cuando el pasado mes de noviembre nos dejaba el historiador Joan B. Culla, sus biógrafos explicaban que había escrito más de dos mil artículos. Asumido que no llegaré, me propongo seguir aportando reflexión allí donde me pidan mientras sigo aprendiendo a pensar. Gracias a todas las personas que me seguís y leéis mis artículos. Gracias a las que consideráis que vale la pena publicarlos. ¡Hacia los cuatrocientos!