
Decía Salvador Illa en una entrevista en Nació Digital que “no hay que aprovechar la sequía para imponer el decrecimiento”. Las palabras se enmarcan en una pregunta sobre el Hard Rock, el macroproyecto previsto para el Camp de Tarragona y del cual el PSC es uno de los principales defensores, aunque muchos sectores, tanto de la sociedad civil como de la política parlamentaria, critican por su inviabilidad, que se acentúa en tiempo de sequía. El caso es que, al margen de opiniones personales, los datos son claros: el Hard Rock gastará más de un millón de metros cúbicos de agua al año, según datos del gobierno.
Sabiendo esto, es pertinente preguntarse cuál es la propuesta de Illa y, sobre todo, qué lógica la sostiene. Porque, ¿de dónde sacará el agua para el casino más grande de Europa un país donde los precios del aceite de oliva están batiendo récords por la falta de lluvia? ¿O con qué agua se ducharán los turistas –que pueden llegar a consumir cinco veces más de agua que la media– que atraerá este macroproyecto, si la amenaza de las restricciones de agua ya son una realidad en muchos municipios? Proponer un mayor crecimiento, aceleración y consumo de recursos en un contexto de escasez es una operación matemática donde no salen los números, ni en cuanto al agua, ni en cuanto a cualquier otro bien. Sin embargo, yo creo que el problema no es que a los asesores del PSC se les haya estropeado la calculadora; las palabras de Illa tienen su lógica, una lógica que sólo funciona para unos pocos.
Lo cierto es que a algunos el crecimiento económico, por mucho que se haga en tiempos de crisis ecosocial, sí les llena los bolsillos. El Hard Rock, pero también la ampliación de puertos y aeropuertos, la construcción de nuevos hoteles de lujo o el mantenimiento de las pistas de esquí son operaciones matemáticas que pueden funcionar. El problema es que, para resolverse, estas operaciones necesitan que otros cálculos no salgan, como los que hace una familia para llegar a fin de mes, o los de los agricultores para poder regar sus campos, que nos alimentan a todos.
Las matemáticas de Salvador Illa son unas matemáticas para ricos, ya que sólo puedes ver beneficio en el crecimiento económico si sabes que tienes el pan, el agua y el techo asegurados. En cambio, si eres de los que no tienen la vida resuelta, si te angustia que se diga que hoy tampoco va a llover o sentir que la producción de aceite de oliva caerá un 21% por el cambio climático, es imposible que un macroproyecto que promete chupar como una esponja el agua del país te suponga un beneficio.
Para la mayoría de catalanes, lo que hace falta, en un mundo de recursos limitados, es una distribución justa de la riqueza. Y ésta sólo tendrá lugar con una planificación democrática de la economía que ponga el interés general por encima del beneficio privado. En el fondo, la lógica matemática que necesitamos se resume con la máxima socialista que dice: “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”. De no ser así, lo más probable es que los cálculos sólo salgan para una minoría cada vez menor.