Mientras escribía el obituario de Remei Margarit, pionera de la cançó que fue la primera mujer cantautora en Cataluña, pensaba en las personas que hicieron de la nova cançó un movimiento cultural de primer orden en la recuperación de las libertades y que hoy han dejado ser recordadas por sus méritos pioneros. Algunos, muchos de ellos, fueron artistas notables, con logros destacados en determinados momentos de la evolución del movimiento, y suelen ser mencionados en las revisiones históricas de aquella época. Pero la amplia resonancia de algunos nombres, quienes han llegado a obtener mayor popularidad, ha oscurecido la existencia de otras personalidades que vale la pena conocer y apreciar. Vale la pena recuperar sus perfiles sin que, afortunadamente, haya una necrológica de por medio.

Citaré algunos nombres, que no vendrán de nuevo a nadie: Enric Barbat, Josep Maria Espinàs, Guillermina Motta. Pero también hay otros que confirieron a la entonces incipiente nova cançó rasgos de notable calidad: Magda, Mercè Madolell, Guillermo de Efak, Joan Ramon Bonet, Jordi Barre, Rafael Subirachs, Maria Cinta, Pere Tàpies, Xavier Ribalta, Els Tres Tambors, Els 4 Z, Els Xerracs, Els Dracs, Els 4 Gats, por mencionar sólo algunos. En algún momento se produjo una cierta irrupción de nuevos aspirantes a cantantes provenientes de entornos locales (que solían actuar en las primeras partes de los recitales de los cantantes conocidos) o de concursos de nuevos valores, como Promoció de noves veus, que cada año convocaba La Cova del Drac y que produjo el descubrimiento de Joan Isaac, quien ha celebrado ahora el 50 aniversario de su carrera con un recital en el Palau de la Música Catalana, en el que ha recibido el reconocimiento de notables figuras.

El paso del tiempo y la ley de la vida han hecho que servidor haya quedado como uno de los últimos cronistas históricos de la nueva canción, junto a Antoni Batista y Miquel Pujadó. De ahí que reviso de manera constante y habitual los episodios del desarrollo del movimiento, pasadas las urgencias periodísticas de cuando escribía en el marco de la actualidad. Esto hace que las consideraciones que hago ahora no sean fruto de la nostalgia sino de la reflexión sobre unos hechos de los que antes escribíamos en clave de militancia. Me parece que muchos lectores pueden encontrarse ahora en una situación parecida: ganas de leer sobre aquellos fenómenos a partir de lo que sabemos ahora.

Uno de los personajes de aquellos tiempos pioneros ha sido Martí Llauradó, miembro de Els Setze Jutges. Es un nombre que hay que añadir a la lista que he hecho antes, por su propia valía y por el significado en el contexto de la canción. Llauradó debuta en 1965 (el año en que los Beatles actuaron en Barcelona), y es una de las incorporaciones más jóvenes a los Jutges. Fruto de la visión e intuición de Remei Margarit, que ya comentamos en el artículo anterior, y que representó igualmente el hallazgo de Joan Manuel Serrat. Martí tiene 18 años cuando se da a conocer, y lo hace con un estilo y un espíritu que son renovadores de lo que hacían los Jutges: cómo lo fueron los nombres de lo que se llamó después “novíssima cançó”, Rafael Subirachs, Maria del Mar Bonet y Lluís Llach.

Martí Llauradó era estudiante de música (pocos Jutges tuvieron esta formación, y la excepción fue y sigue siendo Rafael Subirachs, director de orquesta y concertista) y un chico inquieto y sensibilizado por muchas artes, que buscaba su camino. Hijo del escultor Martí Llauradó i Mariscot (podéis ver su obra en el Museu Nacional d’Art de Catalunya), llegó a tener contacto con Remei Margarit y su familia: ella, sarrianense y él, vecino de las Tres Torres), a quien enseñó las versiones musicadas que había hecho de poemas de Joan Salvat Papasseit. Salvat no era entonces un poeta tan conocido como lo es ahora, gracias a las versiones musicadas de sus poemas y especialmente a Joan Manuel Serrat, por lo que la iniciativa de Martí era original, y sólo los poemas recogidos en la antología Poesia catalana del segle XX habían empezado a hacer correr parte de su obra entre los estudiantes y los jóvenes de la época (este libro fue uno de los primeros publicados por Edicions 62, en 1963, que obtuvieron una cierta popularidad, con Nosaltres els valencians, de Joan Fuster, y Els altres catalans, de Francesc Candel). Cuando Salvat formaba parte de una herencia cultural de la preguerra que había quedado enterrada bajo los escombros del hundimiento de 1939, Martí Llauradó supo recuperar los poemas papasseitianos que su madre le había leído desde adolescente y creó unas músicas que no sólo se armonizaban con ellos sino que indicaban un nuevo camino en la manera de hacer de Els Setze Jutges.

La aparición de Martí Llauradó fue un soplo de aire fresco en el panorama de la nova cançó, tan novedoso era y parecía que fue el primer artista que inauguró La Cova del Drac, un local inaugurado recientemente poco en la calle Tuset y que formaba parte del replanteamiento artístico que Ermengol Passola había realizado como empresario de la discográfica Concèntric. Cubiertas de los discos que coqueteaban con el arte pop, más que la formalidad tipográfica de la letra Helvética de Jordi Fornas, en los de Edigsa, por ejemplo. Rotulación imitando a psicodélica, amarillos y chapas de latón para pegar en la chaqueta (badges). Distribución del icono de un dragón estilizado en los distintos productos de la casa. Y allí que aparece Martí, que sabía cantar y no desafinaba, con su aspecto juvenil y su voz clara y bien entonada, entre señores mayores o con talante preocupado.

Martí Llauradó era nuevo sobre todo porque hacía canciones de amor. Y esto era algo que en su ámbito no hacía nadie. Porque, oh maravilla, en los inicios de la nova cançó no había canciones de amor, como en el resto del creciente mundo del disco microsurco. Los Jutges y otros pioneros se centraban en la “crónica irónica y tierna de la vida cotidiana”, como definió Miquel Porter las primeras tonadas, otros tiraban hacia la sátira, algunos cultivaban diversos campos sentimentales pero todos rehuían la típica canción de amor propia de la cultura pop, las you and me songs, que decían los ingleses, o canciones cigarrillo, como las llamaba Raimon. La tendencia de la nova cançó a acercarse a la canción francesa no era sólo por el modelo que representaba en cuanto a estilo y temática; se trataba de un alejamiento consciente y deliberado de la canción italiana romántica, popularizada por el festival de San Remo, considerada demasiado frívola, intrascendente, comercial y pegajosa por los pioneros catalanes. Sin embargo, Lleó Borrell y Josep Maria Andreu compusieron una canción you and me  para competir en el festival del Mediterráneo, “Se’n va anar”.

Pero Martí Llauradó cogió la obra de Joan Salvat Papasseit y eligió algunos poemas que demostraban que podían hacerse canciones nuevas de calidad con temática amorosa. El primer disco, titulado “Canciones de enamorados”, llevaba cuatro títulos contundentes, “Tirania de l’amor”, “Venedor d’amor”, “Si anéssis lluny” y “Penyora d’amor”. Se vendió bastante bien y salió un segundo extended play, con “Nadal”, el famoso poema navideño de Salvat, “La tendresa”, “Mestre d’amor” y “Si tu te’n vas”. Éstas son las únicas grabaciones que nos ha dejado el artista, pero estoy seguro de que el camino ya estaba abierto y la demostración papasseitiana de que el amor cantado no era ni comercial ni cursi abrió camino a otros artistas, como Xavier Ribalta.

En aquellos años un servidor se hizo bastante amigo de Martí Llauradó. Era un tipo simpático, afable, divertido, con un sólido sentido de la amistad, con el que nos encontrábamos en La Cova del Drac y en algunos recitales. Martí vivía en la casa que había sido de sus padres y la convirtió en un punto de reunión de los cantantes y músicos de las nuevas generaciones, como lo había sido de artistas plásticos en tiempos de su padre. Algunos de ellos llegaron a vivir allí, como Lluís Llach o Enric Barbat, gracias a la generosidad del anfitrión, que se sentía como pez en el agua entre ellos. La cosa llegó hasta el punto de que la torre sirvió de local de ensayo de nuestro grupo, Els Tres Tambors, pues podíamos tocar tranquilamente con nuestros aparatos eléctricos y batería, cuando habíamos sido ahuyentados de otros locales de ensayo más convencionales, y porque éramos un grupo peludo y politizado cada vez peor mirado por el sector conservador del movimiento, que ya nos había boicoteado un contrato de grabación con Edigsa y desconfiaba de nosotros porque el líder, Albert Batiste, había sido represaliado como fundador del Sindicat d’Estudiants fundado en la Caputxinada. La amistad llauradoriana nos salvó, y ese caldo de cultivo de artistas jóvenes se mostró como nuestro hábitat natural en un tiempo de inquietudes y búsqueda de nuevos caminos.

Tiempo después, Martí Llauradó se profesionalizó como creador y gestor publicitario, no sé si influido por la cercanía de la calle Tuset, centro de esa industria entonces. Demostró la creatividad y el calor humano que siempre le habían caracterizado, dejando de cantar para concentrarse en su nueva profesión. Yo –y charlar es fácil– habría continuado y persistido por un camino que se demostró con futuro: las canciones de amor en catalán se normalizaron del todo, al menos con Serrat y Antoni Parera Fons. Hacer canciones de amor es un oficio dignísimo y ser el mejor amigo de sus amigos, una posición humana excelente, como lo era y es él.

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