¿Cómo hacerlo? Realmente no es fácil, nunca lo ha sido.
En un momento histórico lleno de guerras de una especial crueldad, retransmitidas casi en directo, con imágenes terribles, que primero nos conmocionan y quizás acaban por inmunizarnos; en un mundo cargado de violencia en las relaciones personales, comerciales, económicas, internacionales; en un ambiente crispado, malhumorado y asustado, muy propicio a la polarización y al enfrentamiento… En este contexto histórico, hablar de no violencia puede parecer de otro mundo.
En una sociedad de prisas, de los mensajes cortos —pasados unos segundos ya perdemos la atención—, de la superficialidad, de la mentira querida, de los gritos y del ruido, de los estímulos constantes y simultáneos que compiten por nuestra atención…En una sociedad así, encontrar la calma, el espacio y el tiempo para comunicar un discurso profundo y complejo, puede parecer una ilusión. Realmente no es fácil, nunca lo ha sido, pero no podemos renunciar a ello. Precisamente porque todo parece estar en contra es más necesario hablar de ello. Es cuando oscurece que hay que encender una luz; es cuando hace frío que es necesario encender el fuego.
Quizás el horror que despierta la guerra puede ser un buen comienzo. Nadie la querría una guerra: tener que sufrir o morir bajo las bombas, o quedar malherido o mutilado, verse con la casa destruida, debiendo huir sin tener a dónde ir… Es cierto que estas circunstancias son extremas y que a veces pueden quedar lejos del alumnado, pero, como queda dicho, puede ser un impacto poderoso para iniciar una reflexión sobre los caminos que han llevado hasta allí, hasta dónde nos puede llevar la violencia y, entonces, acercar el foco a las violencias cotidianas, a las realidades cercanas de las que nosotros o personas cercanas podemos ser protagonistas, y que suponen las mismas actitudes que conducen a la guerra.
Vivir en paz es una aspiración universal. Pero la paz no es sólo ausencia de guerra. ¿Podemos decir que vive en paz esa persona que vive en la precariedad de un sueldo miserable, o que se ha quedado sin trabajo? ¿O aquella que han echado de su piso y debe malvivir en la calle? ¿O aquella otra que es perseguida, despreciada o excluida por motivos de origen, de ideología, de género, de orientación sexual, forma de ser o cualquier otro motivo? ¿O ese compañero o compañera que es asediada, objeto de burlas o de acoso escolar? Podríamos hacer una lista inacabable de situaciones, que nos están muy cercanas y conocidas, bien alejadas de la paz.
A veces, nuestra impotencia en poder detener las guerras que nos indignan, parece justificar la inacción. Pero tenemos pequeñas guerras muy cerca en las que sí podríamos incidir. ¿Somos víctimas? ¿Somos causantes? ¿Somos espectadores pasivos? Éste es un magnífico punto de partida.
Sabemos por experiencia que hay personas que desprenden bienestar y paz, que cuando te acercas, sientes que te acogen, te escuchan, te comprenden, te acompañan, y cuando las dejas te quedas mejor que cuando te las has encontrado. Pero también sabemos que hay personas que generan todo lo contrario, que te desprecian, ignoran y te maltratan con las palabras y los hechos; personas duras y orgullosas que duelen a quien se acerca y esparcen dolor y mal humor.
Nadie puede resolver todo el mal y el sufrimiento del mundo, pero todo el mundo y cada uno puede decidir qué tipo de persona quiere ser, si con su conducta genera felicidad o desgracia, bienestar o malestar, paz o guerra. Todos podemos ser constructores de paz o de guerra. Darse cuenta de esto es ya un paso importante en el camino de la no violencia, porque la no violencia es una forma de ser, de pensar, de vivir y de relacionarse consigo mismo, con los demás y con el entorno, que excluye la violencia, es decir, la voluntad de hacer daño, y más aún la pasividad ante el dolor de los demás y la injusticia.
A partir de aquí, el camino iniciado puede ir muy lejos, o quizás mejor, muy adentro. Habrá interés y voluntad para ir adquiriendo actitudes de verdad, de justicia, de respeto hasta comprender que nadie tiene derecho a dañar a nadie por ningún objetivo. Todo cuanto nos aparte de este camino, es un paso hacia la guerra.
Cada maestro/a, profesor/a, educador/a, sabrá encontrar la manera adecuada a la edad y alrededor de su alumnado. Necesitará, pero ser consciente de que el mismo camino debe ir recorriéndolo personalmente si quiere poder contagiar la ilusión y el entusiasmo y no sólo unas ideas.