En Barcelona existen muchos tipos de limbos en su geografía. Uno de mis favoritos es el final de la calle del Clot, un intersticio extraño, en su lado mar en perpetua transformación, porque sus dos símbolos, alfa y omega de esta línea recta, son el popularmente conocido como puente de Calatrava y la torre del Fang. Ambos son hoy en día una base barraquista y un magnífico almacén de chatarra.
Si algo me sabe mal en estos reportajes es volver sobre mis pasos, porque significa negligencia municipal al estar todo igual o peor. Soy el primero en desear un acuerdo de gobierno en el Ayuntamiento, pero mientras eso no ocurra, quizá debamos llamar a este consistorio de Mortadelo y Filemón, pues esos semáforos son su mayor logro en estos casi nueve meses en minoría. La inercia de las obras no justifica la ignorancia en temas clave.

La torre del Fang y el puente de Calatrava podrían ser una poesía urbana previa a todo el meollo de la estación de la Sagrera. Sus obras congregan cada día a muchos jubilados, quienes dan la espalda al patrimonio medieval mancillado, bello en su historia colindante al torrent de la Guineu, precioso en su condición de fortaleza y triste por los últimos decenios, donde tras ser archivo de Sant Martí y lugar de aprendizaje de catalán, ha sido abandonado por las autoridades, las mismas que prometieron un millón de euros con el fin de remodelarlo y así darlo al barrio como equipamiento, quizá como centro de memoria.
Por su parte, el Calatrava, Bac de Roda en la oficialidad, ha sido menospreciado de manera sistemática y bien, no sé si el hábito hace al monje, pero es un placer contemplarlo desde todos los ángulos y no pasa nada por reivindicarlo como un icono de los márgenes; si lo unimos con la torre del Fang compone una sinfonía de lo viejo y lo nuevo.

Además de nuestros dos protagonistas, debemos considerar otro factor. Este tramo de la calle del Clot da rienda suelta a otro limbo hasta ahora desolador, el que, una vez dejamos atrás el Calatrava, inaugura la calle Gran de la Sagrera, casi un páramo en su lado mar, donde aún luce la vieja estación de mercancías de la Sagrera, condenada a muerte, según me comentó un experto del barrio, lo que sería un error garrafal al ser el edificio muy emblemático y con una estela casi centenaria en la zona, con muchas posibilidades de reconversión.
Este limbo de Gran de la Sagrera termina más o menos en la esquina con Garcilaso. En los últimos tiempos todo este sector tiene aspecto de cambio, y en la cercanía un bloque está a punto de caramelo, destinado a locales y alquileres.
Hoy he ido hasta la torre del Fang desde Gran de la Sagrera, pegado al lado mar, el de la vieja estación de mercancías. Hace unos meses descubrí un campamento barraquista oculto por los muros. Su extensión se ha ampliado, así como ha variado su función. De ser un refugio con una casa montada de cualquier manera ha pasado a ganar terreno, hasta brindar a las furgonetas sus espacios para aparcar con toda tranquilidad y descargar montañas de chatarra.

Desde el pasado otoño los chatarreros vuelven a ser una tendencia en la calle. Los ves cada dos por tres mientras se omite su situación, casi esclavista, ganándose el pan con kilos de chatarra a cambio de pocos euros, mientras una mafia se lucra sin suscitar mucha atención.
En abril de 2020, durante el instante álgido de la pandemia, descubrí la existencia de barracas en la base del puente de Calatrava. Ese día me confié demasiado, bajé hasta el campamento y hablé un poco con un hombre, quien me echó de malos modos. Tras tantos años arriba y abajo por Barcelona, puedo afirmar cómo el barraquismo contemporáneo es, como no podía ser de otro modo, oportunista y muy móvil, qual piuma al vento, algo aupado en casos más sofisticados con tiendas de campaña, situadas en grupo o de manera individual.
Sin embargo, hay una tradición de asentamientos con aspiraciones de estabilidad. Las obras en el limbo de Gran de la Sagrera por la futura estación han producido un curioso efecto. Hacia 2022 no había rastros de barracas en este entorno, mientras que en la actualidad intentan solidificarse en los cimientos, tanto en la calle de Huelva, donde hay otro campamento ajeno al puente con ratas muertas en la calle, como hacía ese inicio de Gran de la Sagrera, con Felip II de fondo.

Esto no sé si se solucionará en breve, con barreras new jersey para evitar la instalación de más pobladores, como ha hecho Mortadelo y Filemón, así les diremos mientras no sumen 21 de gobierno, en Vallcarca, sin trasladar a los barraquistas apilados a nada del metro.
Lo más grave de toda esta modesta investigación, como siempre escrita a partir de mis caminatas por la ciudad condal, es cómo Mortadelo y Filemón afronta el desastre de la torre del Fang, fácil de ocupar a lo largo de estos años. La expulsión de los últimos inquilinos, más o menos hacia 2021, hizo albergar esperanzas a muchos en que su rectángulo pudiera ser para el barrio, con la fortaleza medieval erigida en hito. Cuando tiraron los muros de la calle del Clot, la ilusión se incrementó y hasta hace bien poco todo, en apariencia, proseguía en su normalidad.

El sábado pasado detecté la presencia de okupas en la torre del Fang por unas sillas esparcidas. Como iba sin la cámara no saqué imágenes útiles para mis intenciones. Regresé tanto este lunes como este martes y aluciné. Lo más probable es que el interior de la torre ejerza de almacén, aun así insuficiente, como aseverarían una serie de cajas verticales para contener material ubicadas en el exterior. Fotografiarlas desde el puente causa estupor, es demasiado irreal.
Pero no lo es. Imaginen el titular en cualquier otra ciudad europea: Una torre medieval de valor patrimonial sirve como almacén de chatarra al lado de un campamento barraquista. La resolución al entuerto, a lo inexplicable de esa infinita negligencia, es pasoliniana: si el tercer mundo del primer mundo deviene invisible no existe. Para eso debemos insistir en el periodismo ciudadano: para visibilizar los problemas, denunciarlos y esperan un gobierno capaz de servir a los ciudadanos como estos se merecen, desde el respeto a la función otorgada y a la Historia del municipio.



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vivo justo enfrente d dichos campos d barracas y cierto es q conmueve ver la tristeza q deben pasar pero es d esas cosas q nadie quiere tener debajo d sus viviendas por la suciedad insalubre q ello conlleva (heces, suciedad, ratas i demas problemas q atrae) y yo o nosotros llevamos años aguantando y creo q ya es momento q alguien con mandato para ello hago algo para reubicar a dichos ciudadanos por que aquí ya se ha vivido durante mucho tiempo…