Por desgracia, la calle de Vilapicina conserva en nuestros días muy pocas casas antiguas, pero las supervivientes no se mantienen en pie por casualidad. Una de las bellezas de este camino hacia Horta es observar su forma, muy oscilante en su lado mar, con toda probabilidad a consecuencia de las aguas circundantes.

Si caminamos los metros de nuestro protagonista desde Amílcar lo comprenderemos poco a poco, con la paciencia requerida para estos menesteres. Su aspecto actual responde a la hegemonía de Fabra i Puig en el entorno contemporáneo, pero la morfología es más longeva. Una vez superamos el cruce con la calle de Arnau, el viejo pasaje de San Jerónimo, para enlazar la calle central con Mare de Déu de les Neus, aún padecemos la tiranía de la fealdad propia del segundo franquismo, dominante hasta el número 59, cuando se inicia un reguero de pequeñas casas, la mayoría de ellas originarias de finales del siglo XIX y reformadas a posteriori, tal como indican las fechas de algunas fachadas.

Detalle de la fachada del 59 de la calle de Vilapicina. | Jordi Corominas

El número 59 es el paradigma del conjunto y nos ofrece un sinfín de pistas. Antes fue el 117, su frontispicio rezuma aroma de antaño por el cromatismo y además antes de su coronación tiene una bonita cerámica donde se representa a los santos Cosme y Damián, médicos.

Como es comprensible, esto nos llevaría al oficio de su propietario. Se trata de Alejandro Palomar de la Torre, nombre que ahora no dice mucho, pese a tener mucha relevancia mientras vivió. Nacido en la Barcelona de 1873, fue un oftalmólogo de enorme prestigio, ayudante del primer Doctor Barraquer, cargo nada banal en ese instante pionero de esta especialidad en España.

Sin embargo, Palomar de la Torre desarrolló su carrera en Zaragoza, donde recaló tras su matrimonio. Fue alcalde de la capital maña en 1913, saneó el alcantarillado y luego fue designado profesor de la facultad de Medicina, penúltimo paso hacia la presidencia de instituciones nacionales en su ramo, al que dignificó enfocándolo desde lo social, pues su labor de galeno debía servir para mejorar la vida de sus semejantes.

Cerámica en honor a los santos Cosme i Damiàn en Vilapicina 59. | Jordi Corominas

La elección de Cosme y Damián era muy consecuente con su visión del oficio. Ambos fueron médicos martirizados durante la persecución de Diocleciano hacia el año 300 después de Cristo. Sobresalieron tanto por el amor a su vocación como por ejercerla de manera desinteresada para con los más necesitados, como Palomar de la Torre, de quien he buscado más datos para averiguar la causa de su residencia condal en Vilapicina, conformándome con elucubraciones entre los apellidos de su familia, donde los Mascaró tuvieron un papel preponderante, y la opción fácil de querer tener una finca aislada, si bien el hecho de aposentarse en esta calle en concreto supone un absoluto misterio.

Si jugamos a las alternativas, podríamos imaginar a Palomar de la Torre feliz por tener una torre en un marco tan precioso, rodeado de campos, con huertos justo detrás y la masía de Can Gaig como emblema de este trecho, a mi parecer la explicación más plausible del porqué de estas casitas tan bien alineadas en su irregularidad. Quizá el barcelonés adoptado por Zaragoza amaba ese ambiente aún rural, perfecto para estudiar sin estrés e idóneo para charlar con campesinos y vecinos.

El señor Palomar debía viajar bastante a Barcelona por motivos profesionales. También me siento tentado de contemplar una probable inversión en tierras. Reestructuró el entonces 117 en 1929, cuando otros propietarios habían hecho lo mismo con las villas adyacentes. Su arquitecto fue Josep María Ribas, autor del pabellón de Agricultura de la Exposición Internacional de ese año, otro dato a sumar en la ruta de razones del oftalmólogo.

Vilapicina hacia el año 1900.

En próximas entregas intentaré diseccionar el influjo de Can Gaig. No deja de ser curioso que en toda la fila sólo unos pocos inmuebles lucen su fecha. Los demás deben estudiarse desde un análisis concienzudo de los alrededores.

Para ello recurro sin duda a fotografías aéreas previas a la hecatombe perpetrada por la Modernidad de los años sesenta. En la imagen de 1955 se aprecia la apabullante extensión de Can Gaig, un auténtico faro en su prepotencia al abarcar todo ese espectro. Por eso mismo ahonda en mis suposiciones la de tenerla como abeja reina en todos los sentidos, al ser su clan el responsable en buena medida de la progresiva urbanización de sus hectáreas.

Esto nos conduciría al segundo punto. Las viviendas de propietarios individuales remodeladas entre finales de los veinte y los prolegómenos de la Guerra Civil no sólo debían tener en cuenta lo idílico de los parajes porque la principal actividad de los mismos era la agricultura. Detrás, en lo invisible de Mare de Déu de les Neus desde Vilapicina, aún se activan huertos adaptados a nuestra contemporaneidad. No deja de ser previsible cavilar sobre cómo hace más o menos un siglo los recién llegados quisieron seguir la tendencia imperante de la época y prosperar con el tópico de la caseta i l’hortet, tan noucentista y republicana por la machaconería del presidente Macià en ese sueño truncado en 1936.

La calle de Vilapicina y sus casas antiguas. | Jordi Corominas

Ese año fatídico fue el de la conclusión de muchas últimas villas, cierre imprevisto por el golpe de Estado del 18 de julio, cuando todo cambió. El orden en la calle de Vilapicina y la energía poco anterior se desvanecieron, pero las armas no pudieron con las morfologías y la generada en esa cadena venerable tenía mucha conciencia de las reparticiones del espacio.

Quizá por eso mismo la calle de Vilapicina tiene una doble finalización. La primera, engarzada a un hipotético anexo de Can Gaig, se desvía hacia la riera d’Horta como para ratificar su compromiso con la misma, mientras que la segunda se para con sutil brusquedad en el mismo sitio y cede el paso a la calle Espiell hacia Horta. Ese relevo ahora es casi imperceptible salvo si te fijas, mientras no hace muchas décadas, la mole de Can Gaig establecía unos límites entre mundos, hermanados de agua y verde.

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