Si el 23-J fue Sánchez quien recurrió a este comodín, el pasado domingo fueron Rueda, y por ende Feijóo, quienes disfrutaron de esa ventaja. El movimiento táctico, aunque arriesgado, salió bien. El delfín Rueda salió legitimado de las urnas y Feijóo pudo volver a Madrid reforzado ante Sánchez y Ayuso.A los líderes gallegos del PP, sin embargo, aún les dura el susto en el cuerpo. A una semana del 18-F, Feijóo había informado en privado a un grupo de medios que había tanteado la posibilidad de amnistía, echando por tierra el motor de su estrategia. Este extraño “tropiezo” de Feijóo (¿lo fue realmente?) añadió a la campaña un plus de incertidumbre que alimentó a la candidatura más movilizada (BNG) y a la que tenía mayor capacidad de movilización (PP).
Los perdedores de esa incertidumbre en la recta final fueron, sin duda, los partidos del gobierno: PSOE y Sumar, junto a Podemos, su antiguo socio de gobierno. Todos ellos bajaron y obtuvieron resultados peores incluso de lo esperado. Para el PSOE esto supuso caer a los 9 escaños; mínimo histórico para un partido que ya había gobernado el país en dos ocasiones y que ha liderado muchos años la oposición bipartidista frente a las mayorías populares.
Para Sumar y Podemos, fuerzas forjadas en el espacio de la ruptura democrática desde el 15-M en adelante, competir en un mismo espacio de marginalidad fue doblemente penalizador en una campaña desesperada por volver al juego institucional con mayor o menor ambición. Recordemos que ya en 2020 habían quedado excluidos del parlamento por la desastrosa campaña de Gómez-Reino. Rara vez, si acaso alguna, un partido ha pasado de liderar la oposición a quedar extraparlamentario en una sola votación.
Pero si Sumar y Podemos se han visto doblemente penalizados, además de por competir en un espacio menguante, lo han sido también por haber invalidado sus respectivas estrategias de cara al futuro. Entre los seguidores de Podemos, porque la política de confluencias nunca gustó. Como si se tratara de un poder taumatúrgico, siempre han creído de manera fervorosa en el «poder del círculo»; un lugar mitopoiético donde fundan su identidad. Según el mito, con solo presentar su marca en solitario, la ciudadanía reconocería de inmediato la verdadera fuerza motriz del cambio.
Para la corriente de Sumar, el problema era otro: deshacerse de una sociología plebeya, ruidosa y molesta, tanto en lo estético como en lo sociológico, un obstáculo para su definitiva institucionalización como partido gubernamental. La idea de entrar en las instituciones gallegas con el aval de una vicepresidencia y cuatro ministerios se veía, por un lado, como la consagración de un «partido de poder». Por otro, para qué negarlo, como una revancha por los dolores de cabeza causados por Belarra y Montero en Madrid.
Anatomía de un resultado
El 18F las urnas arrojaron un resultado más complejo de lo que dicen los primeros análisis de actualidad. De acuerdo a estos las claves interpretativas serían cuatro. La primera, la solidez de la hegemonía del PP. Quinta legislatura por delante gracias a una maquinaria clientelar capaz de encajar cualquier error gracias a un repertorio de prácticas, no por cuestionable menos eficaz: riego de dinero público para acallar la crisis de los pélets, obscena manipulación mediática (TVG, Voz, etc.), monjas “carretando” ancianos desde los asilos, etc. En segundo lugar, el ascenso del BNG a la primera división de los nacionalismos. Y no de cualquier manera.
Por abundar en el símil futbolístico: el BNG se ha convertido en el Girona de esta temporada. De todos los partidos nacionalistas, solo el PNV (39,07%) se encuentra mejor que el BNG (31,57%). Ni Bildu (27,86%), ERC (21,23%) o Junts (20,07%) tienen mayor apoyo. Y si bien es cierto que el BNG carece de una competencia nacionalista de derechas propia, no lo es menos que de trasladarse resultados tendría en el Congreso un grupo de 7 escaños como Esquerra o Junts. En tercer lugar, se ha producido la debacle de la coalición del gobierno, PSOE y Sumar. Los socialistas se han vuelto a marcar “un Gabilondo” (una campaña desmotivada para cubrir el expediente bipartidista que acaba en derrota con el tercero en discordia).
No es nuevo en la política gallega. Ya en 1997 Beiras había logrado el sorpasso a un paracaidista madrileño de nombre Abel Caballero. Baste con apuntar que, entre 1981 y 2024, el PP ha presentado 4 candidatos, el BNG 5 y el PSdeG, 9. Al igual que en Madrid, el PSOE pone de relieve una misma debilidad en el bipartidismo ante las prolongadas mayorías absolutas del PP. Por último, Sumar ha vuelto a exhibir las mismas patologías que condujeron a los de Díaz, de liderar la oposición a fuerza extraparlamentaria. En sus disputas con Iglesias, la ferrolana y su portavoz en el Congreso y presidenta de Sumar, Marta Lois, se jactaban de una legitimidad de origen: las elecciones gallegas de 2012 en que Alternativa Galega de Esquerda (AGE) había iniciado el ciclo de la Nueva Política en España. Vanitas vanitatis, Beiras ya había conseguido un sorpasso al PSOE cuando Díaz apenas contaba con un 0,97% de voto.
El de Vallecas, claro, se la devolvió con la dosis de resentimiento que guía sus decisiones de un tiempo a esta parte y presentó lista de Podemos, aunque fuese sustraer menos votos que el PACMA y agotar, aún más, las posibilidades estrategias de su única apuesta: Irene Montero.
Fases de cambio en la democratización
Para comprender los resultados del pasado fin de semana —como, por lo general, en todo análisis de los últimos años—, es preciso volver la vista atrás. Más en concreto al momento destituyente de 2011 en el que el régimen del 78 entra en crisis por efecto del 15M. Solo desde ahí se puede mirar más atrás aún y establecer las discontinuidades y continuidades del momento presente en relación a aquella otra política anterior e institucionalizada del régimen del 78.

Si partimos de esta mirada genealógica se puede observar un triple momento en la democratización de Galiza. En primer lugar, una fase de instauración del autogobierno —de 1981 a la llegada de Fraga en 1989—. En ella se puso de manifiesto que la política gallega se encontraba atravesada por una tensión antagonista: a un lado, el conservadurismo de una sociedad entrampada en las inercias rurales de la dictadura y la diáspora; al otro, el dinamismo de la modernización desarrollista.
No es en modo alguno casual que los mejores resultados del BNG este 18F se hayan obtenido en Vigo y su hinterland, epicentro de la lucha antifranquista donde tuvo lugar la reconstrucción galeguista con Galaxia y las luchas obreras que condujeron a la Huelga del 72. Vigo fue, después de todo, la ciudad en la que el 4 de diciembre de 1979 tuvo lugar la mayor expresión reivindicativa de autogobierno que conoció la Transición en Galiza.
En segundo lugar, una fase ofensiva neoliberal (1989-2012), que empezó por la reconversión industrial y se consolidó con la integración europea. Entre 1989 y 1997 tendrá lugar la primera ola de movilizaciones de la democracia (OTAN, movimiento estudianil, 14D, etc.). El BNG será la fuerza política que mejor interprete la respuesta organizativa del momento a las mutaciones de la constitución material. Gracias a su estrategia frentista, el BNG será capaz de adaptarse a la reforma electoral de Fraga (más pensada para evitar el surgimiento de un nacionalismo de derecha que otra cosa). El PCG, por el contrario, incapaz de desplegar IU como movimiento político y social, quedaría entonces sepultado junto al PSG-EG con el que formará la coalición EU-UG.
A partir de 1997 y la consolidación del proyecto neoliberal, el BNG comienza a perder el pulso de los movimientos antagonistas. Durante los años más intensos de la ola altermundialista (1999-2003) su modelo organizativo se disocia de las nuevas expresiones de clase y el precariado emergente. La institucionalización y los incentivos institucionales acaban provando una inagotable serie de conflitos internos. Desde entonces hasta 2016 no dejará de perder apoyos de manera lenta e inexorable. Ni siquiera el Prestige y el posterior acceso al gobierno logrará reactivar al BNG.
El éxito del PP en la implantación del modelo neoliberal supondrá, a su vez, la decadencia del PSdeG, constante desde 2005, año en que capitalizó las movilizaciones de la segunda ola (LOU, Prestige, huelgas generales, etc.) sin por ello realizar un proyecto a la altura del impacto del neoliberalismo y la precariedad. Con el PSdeG y el BNG ya fuera del poder en 2009, llegaría el 15M.
En tercer lugar, la fase de crisis de régimen que todavía está por superar. En 2011 estalló la crisis de régimen y todo cambió. El neoliberalismo se intensificó con la gestión de la crisis de 2008 y las políticas de austeridad. Con mayoría absoluta, el Gobierno Rajoy apretó el acelerador y la fractura social provocó, no solo un tercera ola de movilizaciones sino que, por efecto de esta, la emergencia de toda una serie de competidores electorales: Podemos, municipalismos varios, En Marea. El fracaso de estas organizaciones emergentes en producir una nueva institucionalidad pronto tendrá su traducción en una serie de derrotas electorales.
Sin embargo, la competencia electoral será un estímulo para el BNG que, frente a la aparición de estos competidores, se replantea su propio liderazgo y modelo organizativo. No es difícil hoy ver claramente la continuidad que se establece entre 2012 y 2024 en los resultados de En Marea y BNG, donde este sustituye al primero sin que por ello decaiga el bipartidismo con un PSdeG en mínimos históricos y vuelvan al extraparlamentarismo los herederos del PCG.
Derrota de una deriva
Al margen de los resultados de unas y otras fuerzas políticas en cada momento, la evolución del sistema de partidos gallego muestra hoy un dato fundamental: el bipartidismo pierde por la izquierda del régimen, mientras se mantiene firme la derecha sin haberse llegado a fragmentar por competidores nacidos del contramovimiento (UPyD, Cs y Vox), pero incapaces de adentrarse en el territorio. El 18F es claro: cuanto más hacia la izquierda institucionalizada, peores resultados. Sintomáticamente, el demarcador aquí es la amnistía, dispositivo de restauración del equilibrio del 78 por efecto de la derrota del Procés.
Con los resultados en la mano y la multicrisis en las vidas de la gente, está por ver hasta donde puede funcionar la restauración promovida por Pedro Sánchez y el PSOE tras su congreso de unificación. El resultado gallego debería hacer saltar las alarmas de los partidos del Gobierno de España y muy en particular de Sumar y sus integrantes. Aquí se abren diversas lecturas pero nada presagia buenos resultados sin cambios sustantivos que aparten a Sumar, Podemos y demás formaciones de la Nueva Política de la deriva en que han entrado. De no ser así es altamente probable que los beneficiarios sean aquellas organizaciones políticas que, como el BNG, dispongan de la capacidad de metabolizar las aportaciones sin por ello renunciar a una institucionalidad eficaz.


