Según la narrativa sionista, el pueblo hebreo –eterno expulsado– retorna en Palestina a la tierra prometida por Dios, invirtiendo un pasado encadenado de expulsiones milenarias; la esclavitud en Egipto, el destierro en Babilonia, el éxodo romano, la expulsión católica y un largo etcétera de trasuntar por Europa y Asia primero, por las Américas después. Tras su hecatombe más reciente –el genocidio judío, también llamado Holocausto o Soah– Israel recupera en la Palestina histórica lo que siempre fue suyo en origen, como si la justicia divina del siglo XX necesitara de su propia travesía por el desierto antes de suceder.

El relato que legitima la colonización judía de la ex-provincia británica de Palestina (previamente romana y otomana) instala una brecha entre la imagen de víctima que el sionismo tiene de sí mismo y la que se hace palpable en el mundo: que el estado de Israel es una potencia colonial que maltrata hasta el limite de la legalidad internacional y de lo aceptable moralmente a su comunidad indígena –los palestinos–. Lo que ha sido tolerancia ahora es asombro, malestar y disgusto ante una narrativa que esgrime derechos sobre una tierra perdida durante 17 siglos. Se trata de una anomalía evidente en derecho internacional, pues ¿qué mundo quedaría si cada una de las comunidades existentes pudiera reclamar de derecho una tierra abandonada 17 siglos antes?

Esta distancia retórica se puede explicar apelando a las múltiples geopolíticas que atraviesan la región y a los intereses de los actores en juego, evitando así las demonizaciones que fundan guerras de exterminio y contra las cuales la ONU vigila, con mayor o menor éxito. Pero la geopolítica no es suficiente. Hacen faltan otras teorizaciones para dar cuenta de la fuerza y atractivo que tiene para la comunidad judía el relato que tipifica a Israel como la víctima de una diáspora injusta que se detiene y salva en Palestina. Más allá de un análisis sobre el lenguaje polifacético del interés político, ¿dónde radica la fuerza del relato que situá a Israel como víctima en un conflicto en que es potencia colonial? ¿y cuáles son sus efectos?

Inspirado por el psicoanálisis, el filósofo judío nacido en Argelia Jaques Derrida desarrolló el concepto de “desplazamiento” para dar cuenta de un acontecimiento discursivo y conceptual concreto. Al modo de la metonimia, y entendiendo el discurso como una estructura, sucede que una palabra puede ocupar el lugar de otra, adoptando su significado. Un término es “desplazado” cuando “ocupa” el significado de otro. En este desplazamiento, dos efectos son característicos: por el primero, el movimiento mismo queda borrado y el gesto olvidado; por el segundo, la linea del tiempo puede invertirse. El desplazamiento conceptual borra que ha sucedido y puede darse en cualquier dirección temporal, ya poniendo en el futuro conceptos presentes –anticipando lo que ha de llegar, con el riesgo de anular el potencial de cambio de lo inesperado– ya describiendo épocas pasadas con conceptos específicos del presente que pueden negar la experiencia propia del pasado, algo muy estudiado en historiografía.

Este movimiento es clave para dar cuenta de la experiencia del sionismo, puesto que su relato respecto a Palestina sustituye una desposesión reciente y muy real para mucha gente –algunos aun vivos– con una lejana y altamente mitificada. Allí donde Israel habla del éxodo de los hebreos de Palestina en el siglo II d.C., desplaza la experiencia significante de la expulsión y exterminio de las comunidades judías europeas modernas, cuya demanda de reparación sí es reconocida como legítima. El éxodo romano que fundamenta la llegada del sionismo a Palestina ocupa el espacio experiencial de la expulsión y el genocidio perpetrado por el III Reich, usurpándole su potencial legal y moral para sostener un proyecto colonial.

Al hacerlo, genera el efecto perverso que estamos viendo: el estado que se erige como víctima del primer genocidio reconocido está llevando a cabo uno sobre su población indígena porque ha borrado para sí mismo en qué consiste un genocidio –incluso el suyo propio–. Lo que es evidente para todos queda oculto para el sionismo por su posición discursiva respecto de sí mismo.

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