Rovira ha escrito muchos libros dedicados a los temas en los que se ha especializado a lo largo de su carrera periodística: sociales, humanitarios y de relaciones internacionales. Trabajó durante 25 años en La Vanguardia y se nota, claro, en los personajes y el ambiente del Raval en el que se desarrolla la primera novela de este profesional del periodismo, cuya trayectoria ha sido premiada con los premios Ortega y Gasset y Miguel Gil.

En la contra del libro leemos que es un homenaje y a la vez una crítica del periodismo, una reivindicación del oficio y también una denuncia de sus peores prácticas…

Es un libro de época. Yo no estoy de acuerdo con quienes dicen que el periodismo ha muerto, que todo lo que se hace ahora es una mierda. Ni mucho menos. Cuento una época que funciona de una manera y que un buen día se acabó. La forma en que funcionaba esta época era que había diversas cosas que me parecen muy importantes. Una es que el periodismo se hacía en grupo, en redacciones donde había mucha gente que pensaba, cada uno desde lo que sabía, unos de economía, unos de política, unos de internacional… y el conjunto de esa gente tenía la capacidad de pensar cada día un poco el mundo, poniendo algo de contexto. También había edades, que es importante. Había unas jerarquías de edades, gente con experiencia y gente nueva, y eso le daba un espacio-tiempo algo razonable, que no es sólo el día a día. Y esa redacción, ese colectivo intelectual, pensaba el mundo, lo hicieran bien o mal, se equivocasen o no, pero lo pensaban en grupo y con un conocimiento de causa bastante más especializado, con los corresponsales, los enviados especiales… Este periodismo ha muerto, ya no existe el colectivo, que, además de ser un colectivo pensante, era divertido, era una forma de vida. Nos lo pasábamos de puta madre. Una redacción, como decía Martí Gómez, que era ruidosa, había ambiente, había whisky, había tabaco, había vida, había ligues, se gritaba, había peleas, había humanidad, era un colectivo. Era una forma de vida. De hecho, cuando entro en el periodismo mi romanticismo de la profesión no sólo era lo que yo hacía, era también participar de ese grupo, esa seducción de la redacción.

“La escritura es una forma de comunicación donde hay belleza, hay ritmo. Esto también se ha perdido”. | Pol Rius

¿Y ahora no?

Ésta es una de las cosas que quería decirte que ya no existe. Lo otro sería la escritura, el papel. Ya no se escribe bien. Herralde decía que se compraba La Vanguardia de forma literaria, o sea que la leía, mientras se tomaba el café, porque le interesaba el estilo de los artículos, cómo la gente estructuraba la escritura. La escritura es una forma de comunicación en la que hay belleza, hay ritmo, hay otras cosas. Esto también se ha perdido. En lo digital, la escritura es un churro informativo, se va perdiendo el estilo. Todo esto es lo que para mí ha cambiado. Los cambios son ahora radicales. Existe un cambio de civilización, no sólo en el periodismo. En muchas cosas hay ese cambio, y en el periodismo está claro. Interviene la tecnología de una forma muy fuerte, el algoritmo decide la calidad de las informaciones dependiendo de los likes. El periodismo se parece mucho a lo que sería la idea comercial, donde la calidad viene marcada por la cuota de audiencia, por su aceptación, cuando la buena información nunca es para ser aceptada, siempre toca las narices. Una buena información es una mosca cojonera, es algo que te agita. Tú piensas que la vida, las cosas, son de una manera y el buen periodista te está diciendo que tengas cuidado. Eso que decimos de las fuentes, que una sola versión no aporta nada, que tienes que mirar la complejidad. Todo está en manos comerciales, en manos del poder. Se ha perdido la independencia también. Hay pocas empresas independientes. Por mucho que haya un buen periodismo individualizado o gente que lo hace muy bien, el sistema ha cambiado. El poder que tiene el periodismo dentro del sistema ya carece de hegemonía. Diga lo que diga un diario u otro, al poder se la suda. Hay un control de la información y los medios se dirigen mucho a su parroquia, no hacemos información que agite, que haga pensar, que haga cambiar el punto de vista, sino que se dirige más a la creencia que ya tiene una persona. Esto ha cambiado. Ahora bien, ¿está muerto?

Mi romanticismo de la profesión no sólo era lo que yo hacía, era también participar de la seducción de la redacción

Dices que no

Lo que tienen que hacer los jóvenes es ponerse las pilas. Y con los lenguajes nuevos y la buena tecnología que tienen ahora deben plantearse lo que estoy diciendo: ser independientes y volver a ser moscas cojoneras del sistema; es decir, subvertir lo que parece ser verdad o lo que se intenta imponer desde el poder de las empresas. El periodista debe mantener esa mentalidad subversiva. Y tienen recursos. Lo que ocurre es que el sistema está realmente jodido, porque si miramos la prensa está muy monopolizada. El periodismo carece de influencia sobre la percepción de la realidad. Por ejemplo, estamos en Gaza, en Ucrania, en mil lugares del mundo, y el periodismo no tiene una influencia informativa o incluso ética o moral sobre la sociedad. El poder ha logrado crear un sistema donde la opinión tiene más peso que la información, y la gente busca opiniones que se adapten a su forma de pensar. Esto sí que ha cambiado. La época de la transición fue un momento brillante. El periodismo tenía una enorme influencia pedagógica sobre las sociedades y orientaba sobre el teatro, sobre la cultura, esto es interesante, esto no lo es, y ahora es más esa idea de consignas, de likes… Si los jóvenes no lo transforman sí que el periodismo habrá muerto.

Yo reconozco que me dediqué al periodismo para vender mi ideología.

¿Y qué ideología era?

El antifranquismo, primero, y después cambiar el mundo.

Pero eso no es ideología. Cambiar el mundo, mejorar el mundo no es una ideología. El buen periodismo es siempre expresar la decepción que produce la realidad. Esto que hablas de ideología, yo, cuando fui a Rumanía, viví el mecanismo que se produce cuando la realidad te decepciona sobre los apriorismos que tienes, sobre las ideas. Cuando fui a los países del Este, a la ex-Yugoslavia, a Rumanía, tenía una idea de todo aquello completamente diferente a lo que me encontré. Y lo que me encontré fue decepcionante. Como periodista, debía adaptarme a la decepción que yo mismo tenía de mis ideas y ese ha sido mi camino en el periodismo, que ha sido de decepción en decepción hasta la derrota final.

“Mi camino en el periodismo ha sido de decepción en decepción hasta la derrota final”. | Pol Rius

Tienes un talante que parece que seas escéptico ante la realidad. ¿Siempre has sido así o es consecuencia del ejercicio del periodismo?

Escéptico no es. El periodismo debe aportar a este mundo tan ideologizado un poco la realidad de las cosas, la complejidad. El mundo de hoy se basa mucho en un esquema de buenos y malos, del mal y el bien, sobre todo desde la época de Bush, que fue horrorosa. Y los periodistas que vamos al terreno debemos aportar un poco el sentido de la realidad. Vivimos en una sociedad muy mezclada, en la que hay que construir un espacio común donde aceptar a los diferentes. La nueva ideología de la convivencia debe ser la aceptación de la diferencia. No la imposición de lo que tú crees. Y el periodista tiene la obligación de contar los claroscuros. Si vas a la guerra de Ucrania, la división bueno-malo es complicada. Es mucho más complejo. Es el centro de Europa, hay una historia en la que debes adentrarte, tienes que ofrecer al lector elementos para que se pueda hacer una idea más caleidoscópica, más completa de todo. De Gaza no te diré nada, porque es algo que a mí me ha dejado planchado. Planchado por completo. No lo entiendo.

¿No entiendes el ataque de Hamás o la respuesta de Israel?

El ataque de Hamás lo entiendo porque cuando estás en una cárcel… Hemos visto mil veces estas reacciones salvajes ante la opresión y las masacres. Lo podemos explicar, es muy sencillo. Estos niños, adolescentes y jóvenes que en este momento están siendo bombardeados, ¿qué podemos esperar de sus traumas? Harán algo gordo cuando puedan. Lo entiendo. Lo que no entiendo es un estado que, de forma intelectual y cerebral, se dedique a hacer un crimen de guerra inédito, porque nunca habíamos visto a una población asediada que sea completamente atacada y de forma sin salida para ellos. Esto nunca lo hemos visto. No podía esperar que ocurriera algo así. No puedo entenderlo. Cuando fui por primera vez a Israel vi que eso no funcionaba. Entrevisté a gente de la OLP que había sido torturada por personas que habían estado en Auschwitz. Y todo esto son comportamientos del ser humano que me ponen en un estado de incomprensión.

Gaza me ha dejado planchado por completo. No lo entiendo

Una escritora de Ruanda se quejaba hace unos días en Barcelona de que la comunidad internacional los abandonó cuando sufrieron el genocidio hace treinta años. Lo mismo que ocurre ahora en Gaza.

Se fueron. La operación de salvamento de los blancos en Ruanda es una de las más eficaces de la ONU. Los sacaron en cuatro días, fueron a buscarlos por todas partes, con helicópteros y todo, y desapareció todo el mundo. En Hotel Ruanda se explica muy bien. Hay un momento en que llega un autocar que lleva negros y blancos mezclados, los negros que han trabajado para esa gente se quedan fuera y todos son asesinados. Uno de los traumas más fuertes que han tenido las ONGs, del que no hablan, ni la ONU, es que dejaron en tierra a sus propios trabajadores, y los mataron a todos.

Si no es como escéptico, ¿cómo te defines?

Yo tengo mucha curiosidad. Lo que ocurre es que me cuesta mucho entusiasmarme con la ideología. No lo sé… pero escéptico no es la palabra.

¿Crees en algo?

Creo que el ser humano tiene la posibilidad de hacerlo bien, de ser humano, de ser humanista, de trabajar bien por la especie ésta que parece que estemos condenados a desaparecer si seguimos así. Tienes las dos posibilidades. Es la película Oppenheimer. Puedes hacer la bomba atómica o puedes hacer otra cosa. Y siempre decidimos la bomba atómica, confiamos en que la tecnología nos salvará, y al final nos está matando a todos porque hemos creado un mundo moderno, industrial, que es un autosuicidio. No estamos trabajando por la supervivencia, por la convivencia. Nos ciega esta destrucción. Pero están las dos cosas, y vivimos de las dos formas. O sea, hay gente que crea espacios de vida muy interesantes, muy vitales, muy felices.

“El buen periodismo es expresar siempre la decepción que produce la realidad”. | Pol Rius

¿Tienes esperanza en la humanidad?

Tengo esperanza. Podemos vivir bien si conservamos unos valores, pero lo que veo es que estos valores en este momento no pintan nada.

Entonces, ¿sí o no?

Me estás apretando mucho. La verdad es que no sé a dónde iremos, no puedo hacer pronósticos. Mira el mundo de ahora. Gana Trump, la decadencia de Europa es enorme, lo que está ocurriendo en África… Ahora está todo esto del campo, las protestas de los campesinos de Europa. Nos hemos hartado de hablar de comercio de proximidad, de comercio justo, hemos ido a África, Sudamérica, Asia, para ver cómo luchaban por construir estructuras económicas y de vida propias y los hemos abierto a los mercados y los hemos machacado. Los hemos destrozado. Los africanos tenían un tejido social y económico, pero con el libre comercio se les ha obligado a ser consumidores. En Senegal o Mali eran consumidores de productos sobrantes de la Unión Europea. Por ejemplo, los pollos, patas de pollos, mollejas, etc. les llegaban congelados. Lo compraban porque era barato. ¿Y eso qué hacía? Destruía la economía local, la agricultura de proximidad. Con el libre comercio, que tiene derecho a entrar a saco, resulta que les destrozamos las economías. Ahora nos está pasando a nosotros. La gente se está dando cuenta en Europa de que, si nos cargamos el campesinado, se van muchas cosas a tomar por saco. Pero es que estamos haciendo la misma política que nosotros hemos hecho como coloniales, que es dar prioridad al mercado y no pensar desde el punto de vista de la cohesión social. En Francia, que ha dado tanta importancia a comer bien, al comercio de proximidad, se encuentran con que no pueden competir con el libre mercado. Esto es lo que están discutiendo ahora. Pero lo hemos sembrado nosotros. Hemos dado prioridad al libre mercado sin pensar que hay otras muchas cosas. Como Thatcher cuando cerró las minas, se fue a buscar carbón a Argentina y la clase obrera inglesa, que antes tenía sindicatos, orquestas, centros sociales, se hundió. Lo explica muy bien Ken Loach en sus películas. Habían creado la sanidad pública después de la guerra mundial y esta mujer, ¡patapam!, con el libre comercio lo que hizo es cargarse el laborismo. Que venga carbón más barato porque las minas nos cuestan caras, pero desmonta la vida social de los mineros ingleses y crea aún más conflictos. Es más cara una sociedad que no va a trabajar, que tiene a la gente que se droga o se emborracha, donde se separan los matrimonios, que es la que creó, que una sociedad que tiene algo de cohesión, tiene cultura, tiene orquestas… Y eso ocurre con todo. Nosotros somos como una apisonadora. Se está creando un sistema donde hay una economía que es totalmente corrosiva y destructiva. Es una máquina que va destrozándolo todo.

Los jóvenes tienen que ponerse las pilas y subvertir lo que se intenta imponer desde el poder de las empresas

¿En Matar al director querías hablar de tu visión del periodismo y por eso te inventaste una novela o tenías en la cabeza una novela y aprovechaste tu experiencia como periodista al escribirla?

El periodismo es el fondo. Es una novela algo autobiográfica, es una reflexión más bien humanista sobre la época que estamos viviendo o la que hemos dejado atrás. Hay todo este mundo laboral de salarios bajos, de gente sustituida, de empresas en las que la gente deja de tener relaciones familiares, de confianza. En la novela hay muchas capas. El periodismo y Barcelona, el Raval, son el fondo, el escenario, pero, de hecho, a mí me interesaban los personajes. Me interesaba Matilda Serra (la protagonista), una tía que se parece a mí, esa decepción que yo tengo con todo.

Escéptico, no; decepcionado

Decepcionado. Sí, bueno.

Haces muchas trampas, ¿no? Cuando el lector cree que ha identificado a un personaje le pones una característica que no cuadra. Nunca sabemos quién es quién…

Pero eso no son trampas. Lo hago porque no hay una venganza, ni quiero señalar a nadie, o que haya ese juego que me meto con alguien. Simplemente cojo cosas de mucha gente, incluso yo que estoy en muchos personajes, y me interesan esos tics. Las personalidades van divididas. Puedes decir que éste es aquél, pero luego no lo es. No me interesaba hacer una novela señalando gente.

“Me hice periodista por la curiosidad de conocer el mundo, viajar, y por la atracción tremenda que tiene vivir la historia en directo”. | Pol Rius

Este juego lo podemos hacer los periodistas de tu generación y nos engancha a la novela pero ¿puede enganchar también a los jóvenes, especialmente a los periodistas jóvenes?

No lo sé. Creo que sí, porque si no conoces a nadie al fin y al cabo te están contando una novela de época. Y todo el debate que hay dentro creo que va más allá de los cotilleos. Hay varias lecturas. Al chaval joven le da igual quién es quién, pero creo que también le puede funcionar. Hay una parte real de mi historia, porque salen nombres y apellidos: Vinader, Roglan,… una serie de gente a la que hago un homenaje.

Si tuvieras veinte años hoy y fueras periodista, ¿qué harías?

Yo creo que haría lo mismo porque, de hecho, yo me hice periodista por la curiosidad de conocer el mundo, de salir del país, viajar y después por esa atracción tremenda que tiene vivir la historia en directo. Me parece fascinante que puedas decir: me voy aquí porque está pasando algo y voy a verlo.

Esto ahora lo puede hacer poca gente

Me has preguntado lo que haría. Yo haría esto.

¿No se hace porque tú eras muy bueno y ahora no hay quien lo haga igual?

Antes había pasta. Yo era un tío normal.

Podemos vivir bien si conservamos unos valores, pero veo que estos valores ahora no pintan nada

Los medios ahora ya no juegan a esta carta

Los medios se gastan mucho en estar en los sitios, pero sólo eso. La cuestión –como decía Rosa Maria Calaf– es que, una vez estamos en el sitio, qué es lo que dices. Este “ahora qué dices” pide tiempo, pide una logística diferente, pide que no podemos estar enviando siete temas al día. Y ese tiempo, que es un tiempo de conocer, un tiempo de informarte, un tiempo de leer, de preparar un viaje, de hacerlo, de leer cuando vuelves, ya no existe en el periodismo. Era un lujo que teníamos nosotros. Tiempo y dinero. Pero si me preguntas qué haría, pues haría lo mismo. O sea, ahora iría a conocer el mundo en el que vivimos. Dicen que el trabajo del reportero es ir, ver y contar. Es algo más que eso. Por ejemplo, cuando fui a Ruanda vi que explicar aquello era complicadísimo. Me harté de leer libros de psicología, de psiquiatras, de la condición humana, porque contar el factor humano, la crueldad del ser humano no es ver y contar, es algo más. Por tanto, el periodismo también tiene una parte que es chulísima, que te obliga a ampliar un poco el mirar y ver, tienes que entender para poder escribir. Hay una parte del periodismo que yo no he hecho, que es la investigación. A mí me falta método y paciencia. Pero para el periodismo futuro la investigación es clave. Cojamos la guerra de Ucrania. Te colocan en el avión, vas allí, al terreno, y lo cuentas. Pero la parte que yo explicaré en ese momento, tal y como están las cosas, será muy frágil respecto a la parte que debería investigarse, qué hay detrás, el tema de las armas, el tema de los intereses, el tema de la economía… Hay muchos temas que se nos escapan que no son del periodismo de ir y mirar, sino que son del periodismo de investigar. Ahora tenemos el caso de Assange, que me parece muy fuerte. Un tío que ha dado mucha información a los periodistas, que ha tenido a los principales medios del mundo durante meses haciendo portadas gracias a lo que él filtró y creando redacciones paralelas para elaborar sus papeles y que ahora está tirado como una colilla y nadie hace nada por él. Este periodismo es básico, es destapar lo que hay detrás. Por eso existe ese escepticismo. ¿Quién mueve todo esto y cómo lo mueve? ¿Por qué no hay gente pacifista? ¿Por qué el tráfico de armas sigue ahí? Es un tema de investigación. A mí lo que me gusta es escribir y no tengo la paciencia de hacer eso. Aquí tiene que haber una inversión. Hay que tener en cuenta que la investigación es una de las herramientas de la democracia más importantes hoy en día. Hay que descubrir lo que hay detrás de las cosas que aparentemente parecen importantes y que en el fondo no lo son.

“El trabajo del reportero es más que ir, ver y contar. Tienes que entender para poder escribir”. | Pol Rius

¿Qué aconsejarías a un joven periodista?

No puedo darle consejos. Lo único que puedo decir es que, si no tienes una vocación, que, como decía, es curiosidad y no tienes esas ganas de moverte un poco, el periodismo es un trabajo que puede ser una lata. Y además es duro y está mal pagado. El único consejo que puedo darle es que siga su vocación. Si lo hace por algún tipo de utilitarismo que no es la vocación está perdido. Si lo hace por figurar, si lo hace por ser famoso, no sirve para nada. Tienes que tener esa vocación, que es lo que te aguanta. Tiene que haber también ganas de contar. La calidad también es importante. Si te dedicas a escribir, tienes que luchar por hacer piezas que tengan ritmo, que sean hermosas. Tienes que seducir escribiendo. Las cosas entran por la calidad. Si eres músico y haces una música que es una mierda, nadie te escuchará. Si escribes mal, ocurre lo mismo. Lo que escribas debe tener unos niveles de calidad. Tiene que haber un esfuerzo detrás de lo que escribes.

A los medios parece que les interesan más los likes que la calidad…

Ahí es donde se pierde a la gente, porque el like es que te gusta una contraseña, una frase, una ocurrencia, pero hay muy poca sabiduría detrás de eso. Mi novela es de carreteras secundarias. No podemos explicar cómo acaba, pero al final todo es la chapuza del mundo de ahora, la ideología es de corta y pega, la construcción intelectual de los personajes es banal… No es como en la época franquista, que existía una contestación que estaba intelectualizada. Hay un cabreo, la gente tiene mal humor, la gente está cabreada, la gente quiere matar al director, pero esta construcción del cabreo es de consignas, de la red, de Google, del corta y pega.

Y ahora tenemos la inteligencia artificial. ¿Esta inteligencia artificial podría hacer, por ejemplo, un reportaje como los que tú escribiste cuando fuiste a Ruanda?

Creo que no. El periodismo es la decepción permanente de los apriorismos. El periodismo tiene olor y la inteligencia artificial no lo capta. En Ruanda entré en una cárcel que fue horroroso porque era muy peligroso. Los hutus que habían cometido los crímenes estaban en prisión y el ejército tutsi la rodeaba, pero no entraba. Cometí la insensatez de entrar. Aquello olía, era humano en el sentido más extremo, y había gente muriéndose. ¿Qué haría la inteligencia artificial? ¿Qué explicaría? ¿Los metros cuadrados que ocupa cada uno? ¿Los muertos que hay todos los días? ¿La estadística? Está la vida de la gente, la realidad, que huele, el sentimiento es diferente, la conversación es muy diferente, no es objetivizable. Este mundo donde todo son estadísticas, si no le pones algo de humanidad, algo de complejidad…

El periodismo es la decepción permanente de los apriorismos

Si tuvieras 20 años menos ¿dónde irías a hacer un reportaje hoy?

Iría donde ocurren cosas.

Quizás me he precipitado porque seguramente harás más reportajes…

Ahora quiero irme a hacer algo, sí. Cuando estaba la guerra del Golfo, me fui al Congo. Algo que me extraña mucho del periodismo de ahora es que la parrilla de los temas importantes no la deciden los periodistas sino una suerte de actualidad que está por encima de nosotros, que nos dice qué es importante y todo el mundo hace lo mismo. Hay tres o cuatro puntos del mundo que son importantes, pero olvidamos el resto de la humanidad. Siempre he sido un periodista de caminos secundarios y ahora iría a hacer temas que están en la sombra del mundo, y que para mí son muy importantes. Iría a África, que la tenemos completamente abandonada. El otro día leí que el genocidio de los roginhya, en Birmania, empezó porque entró Facebook en el país. Escogería temas como ése. Los birmanos carecían de internet y no tenían acceso a Facebook. Entró Facebook y entonces empezaron a poner fakes sobre asesinatos de budistas por parte de los roginhyas. Esto provocó un ataque brutal contra la comunidad rohingya. Esta gente convivía y tenían sus líos, como todo el mundo, pero entró Facebook, empezaron a poner falsas noticias y se desencadenó toda esa violencia. Quiero decir que tenemos un mundo que curiosamente se mueve más por esa emoción de informaciones no verificadas, que quizás están latentes y de repente construyes unos hechos que emocionalmente sabes que despertarán reacciones, pero que no se basan en la realidad, y provocas una tragedia. Me parece terrible.

Habrá más aventuras de Matilda Serra.

Estaba pensando en llevarla a África.

Matarás a alguien más

Ahora te mataré a ti. O podemos hacer que se suicide Matilda Serra, de depresión. ¡Cómo dices que soy un escéptico!

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