Para mi es especial escribir hoy sobre el carrer Mare de Déu de les Neus. Como llevo años paseando por Barcelona no recuerdo el momento exacto de nuestro encuentro, pero a nivel objetivo es de esos capaces de cambiar la vida de cualquiera. Si Barcelona no se prostituyera y valorara su autenticidad nuestra protagonista de hoy figuraría en todas las guías. Quizá sea mejor así para que su ser secreto nos pertenezca.
Lo que el lector no suele saber es cómo cambia la percepción de un lugar a través del estudio. Mi primer contacto con el antiguo carrer de Tàrrega fue una iluminación, más tarde moldeada desde el conocimiento. El día en que debutó nuestra relación me tuvo a sus pies por belleza. Alucinaba con su irregular línea recta, las casitas antiguas, los huertos y el silencio, como si el destino me hubiera regalado fundirme con una reminiscencia de un pasado más o menos reciente.

A partir de ese instante, durante meses de manera más bien inconsciente, me propuse reconstruir su Historia, algo en lo que por ahora fracasaré al faltarme documentos para abrazar su totalidad. Aun así, el paso del tiempo me ha dado tablas, aupadas sobre todo por la observación del detalle.
Mare de Déu de les Neus se ubica en una tesitura muy especial al estar entre el carrer de Vilapicina y el de Cartellà, la riera d’Horta. Esto lo convirtió desde el principio en un enclave ideal para aquellos con ganas de tener una vivienda en medio de campos y huertos.
La longitud de la calle va de la de Vilapicina, en su pequeño tramo para juntarse con Cartellà, hasta la de Santa Matilde, con un cruce intermedio en el carrer de Arnau, fundamental para comprender su morfología.

El Arxiu Municipal tiene en su haber unos pliegues de 1850. Definen a Mare de Déu de les Neus como un camino vecinal que de Santa Eulàlia llega a la riera d’Horta. El autor de la reforma de esta senda fue, siempre según estos papeles oficiales, Josep Oriol Mestres, ínclito arquitecto, entre otros hitos referenciales, del Gran Teatre del Liceu.
Estos nos conduciría a cómo la aristocracia rural de la segunda mitad del siglo XIX no tenía muchos problemas a la hora de recurrir a los servicios de los nombres empleados por los de su clase en la capital catalana. Sin embargo, no tenemos más datos de la participación de Mestres en estas latitudes. Esto me llevará a sintetizar la génesis de estos benditos metros mediante una serie de minucias significantes.
La capital es lógica desde los antecedentes. Antes de 1850 existía en los aledaños la masía de Can Gaig, reina de ese minúsculo entorno hasta sembrar con su diseño una buena chispa de Mare de Déu de les Neus. Esto es visible en su trozo correspondiente hasta más o menos el joven, es de los años 90 del Novecientos, passatge d’Aristòtil. El motivo es bien sencillo: las casitas del carrer de Vilapicina frente a la masía tenían sus huertos detrás de la vía central de este antaño viejo barrio de Sant Andreu.

Estaban en Mare de Déu de les Neus y esto ha conllevado resucitarlos en el presente. Este pedazo del lado montaña de nuestra protagonista se determinó por Can Gaig, mientras las viviendas del lado mar aprovechaban su proximidad con la riera d’Horta para tener sus vergeles junto a la misma, algo apreciable en la actualidad, por ejemplo, en uno de los inmuebles más notorios de la calle, el número 28, con las puertas tapiadas y un frondoso jardín en su lado trasero en el 102 de Cartellà.
Quien quiera visualizar todo lo escrito por sí mismo debería adentrarse en la plaça de Àlvaro Cunqueiro y subir hasta el carrer de l’Escultor Llimona. Desde ese punto podrá admirar el complicado entramado hilvanado por Cartellà, Mare de Déu de les Neus y el carrer de Vilapicina, una orgía de desniveles edilicios fascinante en todos los sentidos, hasta rellenarlos de dudas.
Estas tampoco se disipan una vez dejamos atrás el passatge d’Aristòtil porque a lo largo de ese trayecto hacia Santa Matilde topamos con una cronología más bien poco compacta, donde se combinan villitas de los años veinte y treinta con otros alzamientos típicos de la segunda posguerra, dañinos en lo estético sin llegar a ser terribles. Durante estos metros las alineaciones quiebran con su estabilidad anterior, causa con toda probabilidad de ser independientes a la estructura forjada por Can Gaig. El catastro fecha uno de sus conjuntos hacia 1936, lo que encajaría con la liberalización emprendida justo antes de la Guerra para beneficiar a todos aquellos aspirantes a su rinconcito de paz distante del mundanal ruido urbano de esa Barcelona eufórica, incierta y en disparatado crecimiento demográfico, por suerte, fue un suspiro, aún con amor al cielo y desprecio a los rascacielos, elevados a los altares de la densa gloria con la Victoria de los golpistas y el desarrollismo posterior.

Pese a todo esto Mare de Deú de les Neus jamás ha perdido su idiosincrasia y sólo faltaría protegerla a nivel patrimonial como se ha hecho con los edificios más relevantes del Camp de l’Arpa y el Clot. La prueba de cómo el Ayuntamiento de Mortadelo y Filemón, más afín al de Colau de lo que ellos creen, actúa un poco a la buena de dios es no haber normativizado esa protección a todos los barrios barceloneses, pero como a nadie interesa lo municipal todo es posible y ellos lo aplican con el habitual cinismo de la clase política, no en vano una de las pocas leyes aprobadas por el alcalde Collboni fue la de aumentarse el sueldo nada más llegar al poder.

Tras el carrer d’Arnau el relato de Mare de Déu de les Neus debería terminar sin sobresaltos. No nos equivoquemos. Todos sus enlaces tienen una función y el más oculto de todos, por eso mismo sensacional al investigarlo in situ, es su confluencia con Santa Matilde y Serrano. La primera conecta Vilapicina con la riera d’Horta, mientras el segundo demuestra como nuestra heroína llegó mucho antes. El engarce entre ambas simboliza la junción de dos de las fases del barrio. Lo más posible es que Neus, para ahorrar en su pomposa denominación, naciera desde el influjo de Can Gaig y esa base fuera la punta de lanza para ampliar la totalidad a posteriori, pues al fin y al cabo antes de las Agregaciones las masías eran la esencia y los caminitos tenían la aplastante simpleza de unir lo primordial. Los huertos, la prosperidad y la riqueza presentada en ese milagro debieron hacer el resto para hacer crecer con esmero esta planta de verde y tiralíneas bautizada como Vilapicina.


