El otro día, una amiga, madre de una chica y un chico gemelos, me explicaba que su hija había empezado este curso un ciclo formativo de grado superior de educación infantil y su hijo uno de informática. Estaba contenta porque decía que habían logrado entrar en el ciclo que querían, que habían tenido mucha suerte, pero también se sorprendía de sus tan estereotipadas elecciones. Decía que les había educado de igual manera y se preguntaba qué había pasado.
Seguramente, toda la sociedad nos lo deberíamos preguntar… ¿Por qué los sectores del cuidado y la atención a las personas están tan masivamente ocupados por mujeres, mientras que los sectores de las tecnologías y de la industria lo están por hombres? También deberíamos cuestionarnos por qué los sectores feminizados tienen unas tasas de precariedad muy superiores a los sectores más masculinizados.
Así, actualmente, ocho de cada diez estudiantes de la familia de FP de Servicios socioculturales y a la comunidad son mujeres, mientras que en las de informática y comunicaciones lo son solo una de cada diez. Esta segregación por sexos también se da en la universidad. En las ingenierías y los grados de arquitectura nos encontramos con un escaso 27% de estudiantes mujeres, mientras que en los grados de ciencias de la salud llegan a un 71%. En el mundo laboral se repite la segregación; las mujeres ocupan entre un 70 y un 80% de los puestos de trabajo de la educación y la sanidad, mientras que lo hacen en menos de un 20% de los puestos relacionados con la industria. ¿Qué aprendizajes reciben criaturas y adolescentes que provocan que se encaminen hacia determinadas profesiones de forma tan predeterminada?
Las posibilidades de promoción y la consecución de salarios más altos están claramente decantadas hacia los hombres
Por otra parte, no es solo en las ramas del conocimiento, donde se produce la discriminación. Las posibilidades de promoción y la consecución de salarios más altos están claramente decantadas hacia los hombres. Así, por ejemplo, a pesar de ser mayoritarias a la hora de conseguir un grado universitario e incluso al presentar una tesis doctoral, las mujeres solo ocupamos el 24% de las cátedras universitarias. También parece increíble que el 53% de las mujeres con un ciclo formativo de grado superior cobren menos de 1.200 euros netos mensuales a jornada completa, mientras que solo es así para el 39% de los varones. Ocurre lo contrario en las franjas más altas de sueldos.
Tampoco es pequeña la brecha salarial general; actualmente, los salarios de las mujeres deberían aumentar un 25% para alcanzar los de los hombres. Este dato, aunque ha mejorado respecto al 35% de hace diez años, en gran parte gracias a la lucha sindical que ha supuesto subidas del SMI y la instauración de los planes de igualdad, sigue representando un agravio intolerable. ¿Estamos abocadas, las mujeres, a no poder acceder a cualquier tipo de profesión y a gozar de unas condiciones laborales peores que las de los hombres?
Está claro que los estereotipos que transmiten mayoritariamente los medios de comunicación y las redes sociales, sumados a la falta de referentes femeninos en las profesiones masculinizadas y viceversa, dificultan tremendamente que la gente joven pueda escoger sus estudios postobligatorios y su profesión futura sin la presión de los estereotipos. Sin embargo, el papel de los centros educativos podría ser clave para contrarrestarlo si dispusiéramos de las herramientas y recursos necesarios para orientar adecuadamente al alumnado.
Algunos centros educativos, y en ocasiones algunas docentes en solitario, trabajan intensamente por la coeducación
La segregación en el empleo entre hombres y mujeres y la brecha laboral solo son algunos ejemplos de las discriminaciones flagrantes que se mantienen en nuestra sociedad. No nos olvidemos de la falta de corresponsabilidad en el ámbito familiar, de las violencias contra las mujeres y de tantas otras lacras que recordamos cada 8 de marzo y que también deberíamos recordar cada día.
Desde el sistema educativo se podría contribuir en gran medida a la consecución de una sociedad más igualitaria, pero no sin una mayor inversión en recursos para la orientación y la coeducación. Ya hace muchos años que algunos centros educativos, y a veces algunas docentes en solitario, trabajan intensamente por la coeducación, casi siempre a expensas de su sobreesfuerzo, pero ya es hora de que las administraciones educativas se impliquen en serio.
La incorporación de la coordinación de coeducación, convivencia y bienestar del alumnado en los centros públicos ha representado un comienzo, pero muy insuficiente porque la persona que la asume no puede dedicarse exclusivamente a la coeducación, ni dispone del crédito horario necesario para realizarla en condiciones, ni se garantiza que disponga de la formación necesaria. Instaurar verdaderamente la coeducación en los centros educativos requiere bastantes más recursos que una coordinación compartida. No debe ser el proyecto de una única profesional en un centro que intente arreglarlo todo, sino que debe formar parte de la base del proyecto educativo de todos los centros educativos y de todas las etapas y toda la comunidad educativa debe sentirse implicada.
Asimismo, para poder dedicar el tiempo y las energías necesarias a la coeducación, los centros educativos necesitan disponer de mejores condiciones generales para llevar a cabo la tarea educativa. Lo tenemos bastante difícil mientras las ratios docente/alumnado sigan siendo tan altas, mientras falten profesionales para atender la diversidad, mientras muchas trabajadoras del 0-3 tengan unas condiciones laborales tan precarias, mientras no se inviertan muchos más recursos en educación.


