Durante muchos años he reivindicado desde estas mismas páginas la necesidad de recuperar para el vecindario y toda Barcelona el merendero de la Font d’en Fargues. Al repasar artículos he visto cómo se remontan a poco antes de la Pandemia, cuando el estado de la cima de la ciudad jardín de los Fargas, coronada con su homónima fuente, era peor que deplorable.
Esto se mantuvo, sin agravarse porque era imposible ir a más, durante el último quinquenio. El espacio acogía los fines de semanas algunos conciertos y toda, pese a su plácida lejanía para las intervenciones municipales, la lógica apuntaba a otorgar la plaza al barrio, casi un símbolo de regeneración en la Pedralbes, menos rica y más popular, al otro lado de la montaña.

Las comparaciones son odiosas, y desde luego la voluntad de generar un barrio único en un sitio medio aislado fue a las mil maravillas. Su cumbre, asimismo frontera hacia ese limbo con el Carmel configurado por Penyal y Doctor Bové, no era de fácil acceso para los ajenos a la Font d’en Fargues. Imagino durante décadas a los vecinos contentos con el kiosco modernista, la fuente gruta y el esplendor de un merendero de extraordinarias vistas, un marco incomparable si usáramos lenguajes casi extintos.
Entre mis propuestas durante las legislaturas de Colau figuró el de reconvertir espacios históricos y ofrecérselos a la ciudadanía para así unir el pasado con el presente desde el conocimiento de lo patrimonial y su incidencia en lo cotidiano. Uno de los ejemplos, la torre del Fang, está ocupada por la mafia de los chatarreros. En cambio, el merendero de la Font d’en Fargues es una buena medalla para el Ayuntamiento de Mortadelo y Filemón de Jaume Collboni y una bala desperdiciada por Barcelona en Comú, segundo partido de izquierdas en el actual consistorio porque no supo cumplir sus promesas con los barrios, sobre todo aquellos periféricos, menos en el foco.
Esto explicaría, podríamos ofrecer más casos pendientes, la demora en ponerse manos a la obra. El parque merendero está casi listo y las vallas nos dejan intuir cómo se compartimenta. Como el desastre era tan bestia, la restauración de la caseta de agua envasada junto a la gruta y el kiosco modernista es milagrosa y muestra el éxito de un menos es más muy evidente. Esta trilogía es tan valiosa que verla morir por desidia era horrible. Su rehabilitación ilumina el sitio, enorme.

El entorno del quiosco será una zona de picnic, durante estas mañanas siempre con lectoras solitarias y estudiantes en las mesas. Si dejáramos atrás el sector histórico alcanzaremos un mirador, precedido por esos utensilios tan de nuestro siglo para practicar deporte, por supuesto intergeneracionales y sostenibles. Aquí se acompañan con muy precisos escritos sobre su uso y beneficio. Los Comuns dejaban los aparatos para que la gente, su palabra fetiche, los empleara muy a lo libre albedrío. Mortadelo y Filemón rescata parques que pueden leerse como un manual de instrucciones del mismo si juntamos todos sus paneles informativos.
Esta zona alta del merendero declina hacia un segundo segmento con el clásico parque infantil. Todo esto no merece ninguna crítica. Tampoco una de las mejoras más sobresalientes, tanto como para ponderar aún más esa rara centralidad de nuestro conjunto protagonista.

Se trata de los accesos. Durante muchísimos años me resigné a ir hasta la fuente tras subir unas cuestas salvajes. En ocasiones el ascenso era más progresivo al preferir un inicio fuerte por el Guinardó, aunque otras veces esta fiesta de porcentajes endiablados era una maldición, aliviada al encarar Maurici Vilomara, la vía natural hacia el hito de la Font d’en Fargues.
Ahora las cosas han sufrido un vuelco tremendo. Antes sólo podíamos arribar al parque/plaza desde esas tortuosas pendientes o al menos esa era la impresión visual, pues el descenso desde el merendero parecía llevar a una nada, disipada tras la inauguración del 24 de febrero en favor de muchas posibilidades desde la calle del Descans, así llamado por su proverbial paz, aún existente, algo quimérico en otros barrios y casi imperativo en este, rodeado de verde y silencio.
La doble apertura del camino y el horizonte es una gran noticia. De repente, las fincas de Maurici Vilomara se realzan y su mezcla con el paisaje nos regala una belleza medio secreta y ahora detectable. Desde este punto comprendemos mejor cómo se estructuró el barrio, pues su homónimo paseo, el de la Font d’en Fargues, vuela hasta la puerta del merendero, adonde debían llevar todas las sendas, bien variadas en el presente con ascensos, descensos, rampas y escaleras.

La recuperación de un espacio patrimonial adaptado a nuestro siglo conlleva responsabilidades. Lo brillante del hoy puede truncarse en el asco del mañana sin el debido mantenimiento. Esto suena y es de perogrullo, pero es urgente que conste en acta. Para darle vida no estaría de más, estoy convencido que así será, contactar con todo el tejido asociativo y apostar por una escena alternativa para niños y adultos. Sin ir más lejos la plaza del Guinardó, una de las más discretas de su perímetro, ha ganado pese este año por las actividades organizadas cada domingo, bien anunciadas a lo largo y ancho del inmenso barrio por la misma compañía.

La Font d’en Fargues podría ser un modelo referencial para otros espacios similares, del torrent de Lligalbé o la plaza del viejo transformador del Poblenou. Hay decenas de lugares históricos a la espera de ser adecentados desde la justicia de su trascendencia para la identidad plural de Barcelona. Con el merendero y sus adeptos el aplauso es indudable tanto por su concepción como por desatascar rutas cabales, sensacionales al hilvanar lo artístico con la funcionalidad de la morfología. La limpieza de la operación es otro espejo donde reflejarse. La esperanza es lo último que se pierde en cualquier asunto y en este auguramos más medidas enfocadas hacia la ciudadanía, a quien se le debe el respeto de trabajar más para el votante y menos para la postal. Si a eso se le suma dotar de identidad a los barrios al resaltar su patrimonio en la calle, no el museo, se resucitarán dos pájaros de un tiro, pero quizá hay muchos ciegos que no vemos, no sé si me explico.


