En la empresa, en la escuela o en la familia, la falta de responsabilidad se considera un hecho grave que genera importantes problemas y dificultades. La irresponsabilidad es sin duda una de las actitudes más penalizadas en los diferentes entornos sociales. ¿En todos? Sorprendentemente, parece que en el mundo de la política hay una bula especial y sale muy barato actuar con dejadez y falta de honestidad.
El anuncio del adelanto de las elecciones catalanas ha puesto fin a una legislatura para olvidar. Un período estéril caracterizado por el enfrentamiento en clave partidista, sin ningún tipo de visión ni modelo de país. Pero aún más grave es el hecho de que la batalla entre partidos, sin debate de nivel, sin calidad democrática y llena de argumentos fundamentados en un estúpido “y tú más” implica el paro de todos los proyectos, incluido el presupuesto, dejando a la ciudadanía sin respuestas a sus problemas. Y tal y como se han encargado de recordar rápidamente las entidades sociales, el impacto más grave recaerá, como siempre, en los colectivos más vulnerables. Aquel tercer sector que todos los partidos alaban y con quien tanto les gusta hacerse fotografías clama estos días entre indignado y desesperado, consciente de cómo se agravará la situación de centenares de miles de catalanes y catalanas.
Las declaraciones y gestos de los diferentes líderes de los partidos en el momento del anuncio del adelanto electoral y en días posteriores no augura que las cosas tengan que mejorar. Más bien lo contrario. Sobreactuaciones patéticas, tramposas y ridículas, sin ninguna autocrítica, sin dimisiones, sin propósito de enmienda. ¿Y cuál fue la palabra más repetida en todas las intervenciones? Efectivamente, responsabilidad. Así, sin manías, con un cinismo y una frivolidad que da que pensar.
La clase política catalana, de un extremo a otro, ha demostrado estos últimos tiempos un grado de irresponsabilidad inasumible e inmerecido para el conjunto de la ciudadanía. Y no todo lo podemos atribuir a la mediocridad que se ha instalado en el Parlament y en el Govern. Hay algo más que tiene que ver con la honestidad, el compromiso y la voluntad de servicio. De los que no les preocupa nada la vida y el futuro de las personas que teóricamente representan (de estos hay unos cuantos, más de lo que nos pensamos) no hay que esperar nada. Pero sí que deberíamos poder contar con los que proclaman ideologías y propuestas centradas en el bienestar de la población para hacer frente al conjunto de crisis que nos acosan. Pero no; el panorama es desolador y sólo un “reset” que traiga savia nueva puede permitir afrontar el futuro del país y con un poco de esperanza.
Hay que desterrar la actuación irresponsable en política de manera urgente y cerrar rápidamente un ciclo que tan solo ha traído desafección, frustración y desánimo. Sólo así podremos recuperar la confianza de la ciudadanía en las instituciones y la ilusión por definir un modelo de país más justo y equitativo que dé respuesta a las necesidades de los colectivos más vulnerables.
Tal y como decía Séneca, “El no querer es la causa, el no poder, el pretexto”.


