Hay una gran belleza interna en la elaboración de esta serie sobre Vilapicina. La semana pasada, mientras caminaba por enésima vez la riera d’Horta para investigarla, sonreí para mis adentros al recordar un instante de la primavera de hace cuatro años. Los compañeros de Catalunya Plural me consiguieron un pase para poder realizar mis actividades periodísticas mientras paseaba por Barcelona, pues sin pisar los lugares la escritura quedaría harto incompleta.

Era abril de 2020. Tendré cien años y siempre me asombrará la torre de aguas de Cartellà junto a Pitágoras. Pocos metros después llegué a una plaza, a priori innominada, entre esta calle y Petrarca. Observé una rareza y le mandé un whatsapp a una amiga para comentárselo.

Espacio antaño perteneciente a la fábrica Oliver, el caminito a la derecha es la calle Euclides. | Jordi Corominas

Ha transcurrido casi un lustro y ahora las sensaciones al fijarme en los detalles son igual de exaltantes y mucho más precisas desde la experiencia y la progresión metodológica. El jueves pasado os expliqué las vicisitudes y ubicación de la masía de Can Sabastida. Su inmensidad permitió generar, mediante la piqueta, un entorno despejado, sin embargo, incompleto por la negligencia municipal a la hora de contar el pasado desde el presente. Uso esta palabra tan dura, si bien podría usar otras como pereza para definir la acción de los jefes del Ayuntamiento durante el período democrático, donde la ciudad ha pasado de ser algo gris a un emblema del presentismo contemporáneo.

Esto afecta a todo el conocimiento del entorno, donde algunos, siempre desde las pocas ganas de trabajar, llegan a atribuir la torre de aguas de Cartellà con Pitágoras a la masía de Can Sabastida. Les bastaría ir a la cartografía histórica para dar en el clavo.

Foto aérea de 1965. 1 es el espacio correspondiente a la fábrica Oliver, 2 Can Sabastida, 3 lo que fue Can Gaig. La línea azul celeste es la riera d’Horta, la verde el carrer de Vilapicina, la naranja passeig Maragall, la amarilla Mare de Déu de les Neus, la rosa Pitágoras y la más pequeña de color azul al lado es Euclides. | Jordi Corominas

Un mapa de 1931 nos muestra cómo el actual cruce, protagonista de esta entrega, estaba ocupado por la fábrica de almidón de J. Oliver. Al ver la referencia me puse a buscar más información para dar nombre al propietario, heredero de la empresa, fundada en 1833 por Jacint Oliver, bisabuelo del último propietario de esta fila, Joan, nacido en 1918 y fallecido según la vital sección necrológica de La Vanguardia no hace mucho en 2011.

La herencia recibida por Joan Oliver Vidal no era ni mucho menos envenenada, es más, seguía una tradición enhebrada con mucha lógica. Todo este pequeño imperio de aprestos y estampados, cuya dirección durante décadas fue el 3 de la riera d’Horta, necesitaba de ingentes cantidades de agua para funcionar.

Pilar de agua en la Baixada de la Plana, Horta. | Jordi Corominas

La solución llegó de las alturas. La masía de Can Travi Vell tenía un subsuelo riquísimo de líquido elemento. En 1857 Josep de Travy se asoció con Josep Jordà en la muy pionera iniciativa de explotar toda esa riqueza, distribuyéndola por Horta y Sant Andreu a través de una mina para llevar agua hasta la casa de los interesados en el prodigioso invento, cuya estela aún puede admirarse desde varias tesituras, donde sobresalen los pilares esparcidos por el antiguo pueblo de Sant Joan, así como en el carrer de Cartellà.

La hermosa y blanca torre de aguas de la riera d’Horta formaba parte del complejo de la fábrica de almidón de Joan Oliver. Se erigió en 1862 y abastecía tanto a los intereses de este clan empresarial del otrora Sant Andreu, donde estaba enmarcada Vilapicina, como a la de otros propietarios de las inmediaciones. Tiene estructura cilíndrica, una ornamentación tan simple como sobria, trece metros de altura y metro ochenta centímetros de diámetro.

La calle de Pitágoras. | Jordi Corominas

Otros estudiosos, como Mingo Borras, han diseccionado a fondo la biografía de Joan Oliver Vidal, quién sólo devino responsable del ingenio familiar tras la muerte de su progenitor, Juan Oliver Jané, fallecido en julio de 1956 a los 81 años de edad. Poco antes había pasado a mejor vida su esposa Isabel Vidal Giol, quien debió ser pariente de un tal José Vidal Giol, quién el 14 de julio de 1894 asesinó a su esposa porque esta no pudo servirle chocolate en el desayuno, sorprendida por esa petición poco habitual que conllevó un final atroz entre estrangulamientos y pisoteos. El esposo fue condenado a 15 años de reclusión y es posible, dada la participación para resolver el caso de un guardia municipal y un concejal de San Andreu, que el asunto causara furor en ese instante finisecular.

Más allá de la anécdota, sí sabemos cómo Oliver Vidal renunció al sueño de sus ancestros en 1979 para decir adiós al almidón y a la residencia privada junto a la fábrica, sustituida por un apartamento de las promociones inmobiliarias aparecidas tras la demolición. El catastro documenta la fecha de la construcción de toda esta plétora de bloques circundantes, sitos en las calles de Santiago Rusiñol. Pintor Mir y la minúscula dedicada a Euclides para redondear lo griego de Pitágoras, presente en planisferios de los años treinta, mientras las demás ni siquiera se concebían, algo alterado después de la Guerra Civil.

Plano de las propiedades de Joan Oliver. Fuente: Archivo Municipal, 1925. | Jordi Corominas

La del matemático y geómetra, una conexión entre Pitágoras y Santiago Rusiñol, se cita en la Gaceta Municipal sólo en 1952. Quizá era una travesía natural, pervertida por el nomenclátor. En cambio, Pitágoras, antes de las Agregaciones llamada de San Jacinto, sí tiene mayor recorrido e interés tanto por los accidentes naturales como por su historia. Las notas de prensa encontradas la describen, algo sólo superado en nuestro siglo, como un horror descuidado, hasta el punto que muchos vecinos la bautizaron como el barranco del lobo, prueba de su ruralidad y peligro, repetido en otras latitudes condales, casi siempre en la periferia.

La torre de agua de la fábrica de almidón de Joan Oliver debería someterse a un tratamiento de pedagogía urbana, como toda Vilapicina y sus alrededores. De este modo lo prístino de su horizonte en la actualidad se conjugaría con todas sus peripecias de antaño, cuando entre actividades económicas y cotidianidad era una antípoda de su hoy diáfano, donde la morfología y el anonimato de determinados espacios claman al cielo, como si esta transición hacia Horta no pudiera recibir un trato digno pese a la abundancia no sólo acuífera de estos terrenos, los mismos que las Barcelonas recuperan y reescriben con sumo agrado para ofrecerlos a los lectores de 2024 y el futuro.

Share.
Leave A Reply