En España, el precio máximo de la electricidad en el mercado mayorista se alcanzó en marzo de 2002, con un valor superior a los 500 euros/MW. Entonces se dijo que todo era culpa de la guerra de Ucrania, que había empezado pocas semanas antes, y se inició una carrera estrambótica de acciones para disminuir el precio de la electricidad, que pasó por hacernos excepción y hasta por rebajarnos el IVA.

Ahora, el precio medio de febrero fue inferior a 45 euros/MW y el pasado Viernes Santo, el precio fue de 4,05 euros/MW y, durante muchas horas al día, la electricidad fue gratis para el consumidor (en función, claro, del tipo de contrato). Incluso, el pasado 1 de abril llegó a tener un precio negativo. Según el informe “Electricity 2024”; presentado recientemente por el Club Español de la Energía, el precio en Europa entre 2022 y 2023 cayó un 50%. Cuesta entender qué está pasando, sobre todo cuando la guerra de Ucrania no ha terminado y hemos añadido otras, con nuevas amenazas. Es evidente que las malditas guerras no son determinantes en la fijación del precio de la energía. ¿Qué está pasando entonces? Intentaré explicarlo.

El precio de la electricidad en España (impuestos y peajes aparte) se determina por un procedimiento complejo, en función de la oferta y la demanda. El operador del mercado eléctrico mayorista (OMIE) es el encargado de recibir las ofertas de compra y venta de energía eléctrica. Los vendedores especifican la cantidad de energía de la que disponen y el precio al que la venderán. Por otra parte, los compradores especifican la cantidad de electricidad que van a necesitar, así como el precio al que van a comprar esta electricidad.

La normativa establece que, en las subastas diarias, se consideran, en primer lugar, los megavatios ofrecidos por los productores más baratos, normalmente las grandes centrales nucleares. Esto se debe a que las plantas de energía nuclear no se pueden detener. Posteriormente, se incluyen, en orden ascendente, las unidades de producción más baratas como las renovables (principalmente eólica y solar). Por último, en caso de ser necesario, también se consideran los megavatios que aportan las tecnologías más caras, como el gas natural y el carbón. El precio marginal es el precio fijado por la última central eléctrica en entrar en el pool para atender la demanda del día.

El sistema se ve alterado por un exceso de renovables, ya que, en España, el sistema eléctrico no puede absorber toda la energía verde que se fabrica: de hecho, el pasado año sólo se utilizó el 68,7% de la capacidad de producción fotovoltaica y el 59,6% de la eólica. Por eso, a menudo cuando pasamos junto a un parque eólico vemos los aerogeneradores parados, aunque sople el viento. Y claro, en esta situación de exceso de producción (especialmente en situaciones de alteración atmosférica y tormentas, como vivimos estos días), las empresas generadoras disminuyen los precios en una loca competencia para poder vender energía (aunque por ley tienen un mínimo garantizado). Y al no entrar los más caros sistemas de generación, el precio de la electricidad cae inexorablemente.

Las renovables son un recurso en teoría infinito (aunque para la generación eléctrica se requieren materiales escasos y cada vez más caros) pero ni se puede almacenar a gran escala ni es estable (depende que sople el viento y haga sol), y generan inestabilidad en la red de transporte. Un exceso de renovables es bueno para rebajar la factura eléctrica, pero seguramente con tan bajos precios de venta harán perder rentabilidad a las instalaciones actuales y pondrán el peligro nuevas inversiones. De mantener la tendencia de los últimos meses, podríamos desembocar en un escenario en el que sea necesario subvencionar a las renovables (en realidad, ahora ya tienen garantizada una rentabilidad mínima del 7,1% que todos pagamos, ya que forma parte de la factura de la luz actual, dentro del concepto “impuesto eléctrico”), lo que nos ahorramos en la factura de la luz lo acabamos pagando, mucho más caro, vía impuestos. Por tanto, las renovables (tan necesarias) ni son infinitas ni serán baratas.

Es evidente que debemos avanzar hacia la transición energética, abandonando el uso de los combustibles fósiles (que provocan el cambio climático) y utilizar energías renovables, pero algo no estamos haciendo bien cuando no pueden utilizar la totalidad de lo que tenemos y se realizan planes a escala nacional que pretenden duplicar la capacidad instalada de renovables hasta el año 2030. No tiene ningún sentido. ¿Por qué seguir destrozando territorios y paisajes (ahora también el medio marino) si después no estamos en condiciones de utilizar lo que generamos? Y en un contexto de descenso continuado de la demanda eléctrica. ¿O quizás es suficiente negocio un mínimo garantizado del 7,1% a pesar de no vender la producción?

Debemos planificar la transición energética en función de las tecnologías ahora disponibles o de las posibles a corto plazo. No podemos hacernos ilusiones esperando que el exceso de renovables se pueda destinar a la fabricación de hidrógeno verde. Y, sobre todo, debemos huir del modelo fracasado de los combustibles fósiles: grandes centros de producción y un montón de cables transportando lejos la energía, con pérdidas por el camino.

El futuro de la transición debe pasar por el ahorro energético y la generación distribuida. Otro día hablamos de ello.

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