Esta semana, tras escribir las pasadas Barcelonas, me sucedió algo no tan curioso. Para proseguir con esta investigación decidí aprovechar la primera tarde del cambio de hora y pasear por la zona, pues sin ir más lejos el carrer de Pitágoras no puede entenderse sólo desde su fachada actual, tampoco como si fuera un hecho aislado.

La clave de todo este entuerto se esbozó en la introducción, matemática sólo hasta cierto punto, de Pitágoras, donde parte del protagonismo recayó en el número 5, residencia de los Oliva Serra, capitostes de una familia de contratistas cuya oferta interestelar era la baldosa cristálica.

La muerte del mayor de los hermanos, Pedro Oliva Serra, fue el inicio de un lento desvanecerse del clan. Su mujer, Rosa Oliva Serra, falleció en enero de 1949 a los setenta y un años. Con ella, muy a lo El Gatopardo, se iba un mundo, una constante de esos años en tantos y tantos caseríos rurales del extrarradio, extintos tras el último suspiro del patriarca o la matriarca, preludio a engrosar el tejido urbano.

La numeración actual de Pitágoras es distinta a la de entonces. La empresa y domicilio de los Oliva Serra ocupaba el espacio de lo que hoy en día es la primera parte de un parque medio innominado. En un documentado de la web municipal se habla de parc dels Colors o algo parecido, pero si lo caminas no ves esa placa, debe ser accesible sólo mediante un código QR fantástico.

Foto áerea de 2020. Amarillo es Pitágoras, Rojo Petrarca, Naranja Duero, Morado Cartellà. 1 es la primera parte del parque, 2 la segunda, 3 Petrarca 33. Las flechas blancas indican la entrada.

Esta notable extensión, muy bien dinamizada por el vecindario, comprende de Pitágoras a Petrarca y de Duero a Cartellà, la vieja riera d’Horta. El parque no es unitario porque una construcción con aspecto centenario divide la parcela en dos mitades inexactas. Juntas deberían rebautizarse como parc del torrent d’en Carabassa, cuyas aguas convergían con las de la riera d’Horta en la confluencia de Cartellà con Petrarca.

Dejemos por un momento los nombres, que hay muchos y todos tienen su miga. Esta construcción de aspecto centenario es el número 33 de Petrarca, así de repente un misterio, en evidente estado de abandono, repleto de palomas y con un anexo delimitador entre los dos segmentos de este espacio público.

El edificio de Petrarca 33, límite entre las dos partes del parque sin nombre. | Jordi Corominas

Su tramo inferior englobaba Pitágoras 5, el inmueble del clan hegemónico. Los dominios de los Oliva Serra resaltan tanto en fotos aéreas como en mapas parcelarios. La casa debía tener un caminito de enlace con la fábrica de Almidón de los Oliver, quizá superviviente en nuestra contemporaneidad en la entrada a la primera sección del parque, con otro acceso desde Pitágoras.

Este segundo ingreso sirve asimismo para remarcar más los confines entre los dos hemisferios del parque con y sin nombre. Lo observamos desde el carrer del Pintor Mir, con el que engarza sin despeinarse, con mucha naturalidad, seguramente estudiada porque la estructura propiciadora de esa especie de túnel es un bloque de pisos del año 2004.

El tope norte de este tramo inferior sale de esta segunda puerta que es una continuación de Pintor Mir, aquí entrelazada con la fantasmagórica estructura de Petrarca 33.

Segundo ingreso de la primera parte del parque sin nombre en Pitágoras/Pintor Mir. | Jordi Corominas

No sé si hoy resolveremos las mayores incógnitas. Lo dudo mucho. Petrarca no hizo acto de presencia en el nomenclátor hasta, más o menos, 1962, cuando en la Gaceta Municipal se informa de la inminente apertura de esta calle, hermanada con la cercana Dante Alighieri, todo muy italiano, sin Bocaccio, con una o dos ces, da igual. En realidad, los que decidían la nomenclatura bien podían haber optado por Agamenón, pero quizá era demasiado fuerte en esa línea nada recta, torrentera, que es lírica hasta por ser la frontera de Vilapicina con Horta.

Aquí nos concierne intentar averiguar detalles de su desvencijado número 33. Un artículo de Juanjo Fernández reconstruye casi al milímetro cómo la colisión del torrent d’en Carabassa con la riera d’Horta no podía desperdiciarse Por eso mismo en 1869 se firmó un acuerdo entre tres personajes asociados por el interés. Agustina Gorgas era la propietaria de la masía de Can Carabassa, regada por el homónimo torrente, creadora de los aledaños, sin ir más lejos su padre había empezado a parcelar las hectáreas de la heredad, inmensa. Algunas de esas tierras se beneficiaron del torrent d’en Carabassa, como el carrer d’Aiguafreda, al que no haremos publicidad, no vayan a enfadarse.

La masía de Gorgas, con anterioridad de los Carabassa y los Folch, debió ser el escenario al que acudieron el comerciante Víctor Dotti y el paleta José Guix de Guixes. Su pacto era para explotar en lo comercial las aguas de Can Carabassa, y como los enlaces no quieren abandonarnos, el pretendido por este trío de inversores era con otra conducción, la de Matas y Monteys, emergida de Horta y a punto de caramelo para Gorgas,Dotti y Guix porque una casa de este último se hallaba a una nada de la riera d’Horta, donde se hilvanarían los conductos subterráneos de ambos capitales de la periferia barcelonesa, entusiastas con esa fiebre del agua, dichosos por ver crecer lo sólido de su cuenta bancaria desde un triunfo líquido.

Primera entrada al primer sector del parque sin nombre desde Pitágoras. | Jordi Corominas

Dejémonos de tantos contagios petrarquistas. El negocio de Can Carabassa y el zigzaguear del torrente, cuyo cauce pasaba junto a la homónima masía, aún pueden contemplarse al aire libre, hasta hace poco más allá de passeig Maragall, leyéndose por esa morfología, ahora clausurada por otro bloque, cómo el curso se adentraba hasta un punto entre Petrarca y Pitágoras.

Para Juanjo Fernández el número 33 de Petrarca sería la casa del paleta Guix, providencial para fusionar su cañería con otra hasta abrazar la de Matas/Monteys en esa encrucijada mágica con la riera d’Horta, maná de líquido elemento, tesoro de ese Far West muy o no tan civilizado.

Su hipótesis es una posibilidad, lo que clausuraría también porque el parque de mis obsesiones tiene esa divisoria, que vendría determinada por dos factores esenciales en su parte inferior, muy bien forjada por el predominio durante décadas en su espacio por Can Oliva Serra, con un camino interior hacia sus vecinos de almidón Oliver. A esta seña de identidad el pasado reciente la dotó de una segunda puertecita, casi un añadido a Pintor Mir.

Vista de la segunda parte del parque desde el carrer Duero. | Jordi Corominas

La pareja de Can Oliva Serra en todo esta trama sería Petrarca 33 junto a todo el tinglado de las conducciones y enriquecimientos con el caudal del torrent d’en Carabassa y las aguas de Horta. La propiedad de Guix cerraría esta primera mitad imperfecta del parque. La segunda, adónde por fuerza regresaremos, se supedita como es comprensible a este muro del 33 para luego volar hacia arriba, hasta la senda del carrer de Duero, antes sólo proyectado en planificaciones urbanísticas, siempre frustradas por toda la acumulación de fábricas, empresas y otros interrogantes en esas proximidades, de la riera d’Horta a Duero, de Pitágoras a Petrarca, de la que sí hemos dicho cómo nació en los años sesenta. El periodo olímpico la consagró como reina indiscutida. Hasta mediados de los años ochenta luchó para usurpar el trono al carrer de Folch, desaparecido cuando fue durante décadas el monarca incontestado, sin rival siquiera en el lejano horizonte, desde otros postulados urbanísticos causados por otros contextos. Petrarca fue la racionalidad del siglo XX. Folch la adecuación a los latifundios de los márgenes condales, siempre asociados con las aguas.

Petrarca 26, antes Folch 8. | Jordi Corominas

Antes de Petrarca hubo Folch. Coexistieron como los Neandertales y los Sapiens. La victoria del poeta de Laura no ha borrado del todo Folch, es más, gracias a una advertencia en la numeración hemos podido dar una vuelta al 33 de Petrarca, porque justo enfrente, en el número 26, una placa dice que antes ese fue el 8 de Folch. Las numeraciones del pasado son una pasarela dorada para ir más allá del número 33 y plantear cómo esos ladrillos con pinta de vacilar a la mínima no son una anécdota, sino una pieza más de un rompecabezas a encajar desde unas premisas esenciales de formas urbanas, rentabilización económica y evoluciones de la piel de este limes, inundado de parabienes.

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