Hace ya décadas que se experimenta con la idea de la renta básica universal. Algunos de los primeros experimentos, aunque no se trataban específicamente de renta básica, fueron los experimentos de impuestos negativos sobre la renta durante los años 1960-70. Han pasado unas décadas y el interés por probar científicamente los efectos de una renta básica universal sigue presente, incluso aumentando. Desde Namibia, Finlandia, India hasta Canadá o Estados Unidos, varios países, regiones, estados e incluso municipios tienen interés en experimentar con la renta básica. Se ha dedicado mucho esfuerzo de investigación y recursos económicos, tanto públicos como privados, para analizar el impacto de esta forma de transferencia de ingresos. No sólo requiere gran esfuerzo, sino que también se enfrenta a múltiples retos legislativos y políticos, como hemos visto recientemente en nuestro país. Pero, ¿hasta qué punto son útiles estos experimentos?
Toda experimentación tiene un objetivo científico, y esto no es una cuestión menor. Disponemos de herramientas muy efectivas y potentes para comprender cómo mejorar las políticas públicas y probar el impacto causal de una política para analizar su adecuación y funcionamiento. Cada vez más, los países se basan en lo que se conoce como toma de decisiones basada en evidencias. ¿Hasta qué punto esto es necesario y por qué, en el caso de una renta básica universal? En este artículo, hago algunas reflexiones iniciales al respecto.
Una primera cuestión es lo que realmente podemos aprender de un experimento de renta básica universal. Qué podemos probar y hasta qué punto podemos acercarnos a la idea de la renta básica universal. En cierto modo, en su libro, Karl Widerquist (2018) ya señalaba las limitaciones al respecto. Un primer argumento contra estos experimentos es la imposibilidad práctica de probar la renta básica universal, puesto que, por ser universal, no permite tener un grupo de control, que es fundamental en los experimentos.
Por ejemplo, en el caso del diseño experimental que se planteó para Cataluña, el hecho de que todos los municipios reciban una renta básica universal tendría efectos distintos a si sólo un municipio la recibiera, evidentemente. Por ello, probar los efectos de una renta básica se ha considerado una imposibilidad práctica. En el libro se argumenta que muchas de las hipótesis que se quieren probar en estos experimentos, quizás tampoco necesitan ser probadas. Por ejemplo, sabemos que la recepción de la renta básica universal o de una transferencia de ingresos tiene el efecto automático de mejorar la tasa de pobreza, sobre todo si el ingreso va por encima del umbral de la pobreza. No sabemos cómo afectaría esto con diferentes formas de financiación, pero éstas son cuestiones que no se incluyen en los diseños experimentales.
Por tanto, lo que es importante es diseñar experimentos que pongan a prueba aspectos que aún no conocemos. Si ya disponemos de mucha evidencia que indica que recibir transferencias incondicionales mejora la salud mental y reduce la tasa de pobreza, quizás sería más eficaz diseñar experimentos que expliquen aspectos que todavía no están claros.
Otra cuestión es si, incluso habiendo diseñado un buen experimento, midiendo nuevas cuestiones de las que no tenemos conocimiento previo y obteniendo resultados fiables, esto tendría algún impacto en las políticas públicas o el apoyo a esta nueva política pública. Mucha de la evidencia científica que tenemos en este sentido nos indica que no debemos ser demasiado optimistas al respecto.
Sabemos que la ciencia no suele ser suficiente para persuadir, ni para cambiar las preferencias de las personas, y la renta básica no es una excepción. Esto se da también en el caso de las élites políticas o aquellas personas que deben regular sobre esta materia (hay mucha investigación al respecto, pero ésta es solo un ejemplo). Por tanto, la ciencia por sí sola no parece ser un aval suficiente para la adecuación de una nueva política como la renta básica universal. Esto puede ser evidente con el soporte que ha recibido la misma experimentación.
Estas reflexiones no son un llamamiento a dejar de experimentar con la renta básica universal, este artículo pretende ser una llamada a la buena experimentación. Una que vaya acompañada de una cultura científica más amplia, de una voluntad de hacer políticas públicas informadas por la evidencia científica.
Se trata de promover la buena experimentación, aquella que realmente llenará un hueco; en el caso de la renta básica, es necesario superar el esfuerzo para medir resultados satisfactorios (como son, por ejemplo, los que nos dirán qué mejorará el bienestar y reducirá la pobreza), y enfocarnos en dar respuestas a cuestiones importantes, como su implementación. Es necesario diseñar experimentos que nos ayuden a entender aspectos de la renta básica universal que todavía no conocemos y que son realmente importantes, y no sólo aquellos que ayudarán a hacer una buena publicidad de esta idea.
El uso de la ciencia en la formulación de políticas públicas puede ser una herramienta muy efectiva para intentar comprender cómo mejorarlas. Sin embargo, es necesario saber comunicar esta ciencia e instaurar una cultura científica en los procesos de formulación de políticas públicas.


