En Oriente Medio, los Estados Unidos han considerado a Israel como su principal cabeza de puente en la zona, lo han armado hasta los dientes, incluidas las bombas que ahora caen sobre Gaza. No le han exigido nada a cambio y le han tolerado todos los abusos a sus vecinos, sobre todo a los palestinos.
Un elemento clave de la política estadounidense en Oriente Medio ha consistido en abandonar los procesos de paz que se habían iniciado para resolver el problema palestino. En cambio, los Estados Unidos se han dedicado a convencer a los países árabes para que reconozcan y comercien con el estado judío, ignorando completamente los derechos e intereses del pueblo palestino. Cuando esta política estaba a punto de culminar con éxito, Hamas la frustró intencionadamente con el ataque a Israel del 7 de octubre del año pasado. El problema del presidente Joe Biden es que su política ha llevado a unos dirigentes israelíes que van por libre y sobre los que los dirigentes estadounidenses tienen muy poca influencia, como se ve desde la guerra en Gaza. No solo eso, Israel intenta ampliar el conflicto atacando a Irán para arrastrar aún más a los americanos hacia sus intereses.
Después de la desaparición de la URSS, los gobiernos estadounidenses han estado dispuestos a todo para mantenerse como única potencia mundial. A principios de los años noventa del siglo pasado, cuando era corresponsal en Moscú, fui testigo de los inicios de la política intervencionista y belicista de los Estados Unidos que han seguido tanto los presidentes demócratas como los republicanos en los últimos años. El presidente soviético Mikhail Gorbachev creyó que era posible un mundo mejor, basado en la cooperación internacional para resolver los problemas y lo intentó. Su primer baño de realidad fue la Primera Guerra del Golfo, la invasión de Kuwait liderada por los Estados Unidos se hizo ignorando los esfuerzos de Gorbachev que ya había negociado y tenía atado un acuerdo con Irak para evitar la guerra.
Luego vendría la caída de Gorbachev, la entronización de Boris Yeltsin, un presidente ruso maleable, y otras intervenciones exteriores estadounidenses que con el tiempo se han demostrado totalmente desafortunadas. La invasión de Irak, por ejemplo, provocó un caos en Oriente Medio que más de veinte años después aún no se ha podido resolver y ha provocado un sufrimiento terrible en las poblaciones que habitan allí.
¿Quién está detrás de esta política exterior estadounidense que durante décadas ha conseguido imponerse en las administraciones presidenciales de los Estados Unidos de diferente signo político? Están los movimientos políticos conservadores neoliberales, antirrusos, temerosos de China y partidarios del intervencionismo en cualquier parte del mundo. Están financiados por las grandes empresas de armamento que tienen contratos con el gobierno de los Estados Unidos. Es decir, detrás de este belicismo e intervencionismo estadounidense hay el complejo militar-industrial interesado en la guerra infinita. Un complejo formado por las grandes empresas fabricantes de material militar que venden sus productos al Pentágono como Lockheed Martin, General Dynamics, Raytheon, General Motors, según fuentes conocedoras del sector.
No es un secreto que quien ha sido la cara y el motor de esta política exterior estadounidense ha sido la número 3 del Departamento de Estado, Victoria Nuland. Nuland se acaba de jubilar, pero “ha sido la punta de lanza, la chica de oro de los movimientos neoconservadores belicistas e intervencionistas estadounidenses que en dos décadas nos han dejado a la humanidad los desastres de Irak, Siria, Libia, Ucrania y Palestina”, opina, por ejemplo, el veterano diplomático italiano Marco Carnelos. Se ignora si Nuland se ha jubilado empujada por el naufragio de todas y cada una de las políticas que ha contribuido a llevar adelante, junto con su familia. Forma parte de un negocio familiar en el que están en primer lugar su esposo, Robert Kagan, con quien comparte la pasión antirrusa e intervencionista. Pero también cuentan con su cuñado Frederick Kagan, su sobrina Kimberly Kagan y su amigo Bill Kristoll.
Kimberly Kagan, historiadora militar, es presidenta y fundadora del Institute For the Study of War, donde Frederick Kagan participa y Kristoll es director. El Instituto estadounidense de raíces neoconservadoras está gobernado por halcones muy extremistas y en los últimos años ha sido financiado por las grandes empresas armamentistas que venden material al Departamento de Defensa de los Estados Unidos, según un documento publicado por la asociación de lobistas ante la Unión Europea Association of Accredited Public Policy Advocates (AAPPA).
Según la AAPPA, el Institute For the Study of War habría sido financiado por General Dynamics, Lockheed, Raytheon y otras menos conocidas en el sector pero que también tienen contratos con el Pentágono. Precisamente, este instituto es el que más informa a la prensa internacional sobre la evolución de la guerra de Ucrania. “Una información y análisis aparentemente objetiva, pero que implícitamente favorece ciertas políticas”, dice el documento de la AAPPA.
Cómo ha trabajado Nuland y su equipo durante tantos años lo explicó el difunto escritor y profesor Robert Perry, en un artículo de 2015 que se titula “El negocio de guerra perpetua de una familia”. Escribía Perry: “Desde el Departamento de Estado, ella (Nuland) genera guerras y desde las páginas de opinión (de los periódicos), él (Kagan) pide al Congreso de los Estados Unidos que compre más armas. Hay también un beneficio porque las agradecidas empresas armamentistas ponen dinero en los ‘think tanks’ (centros de influencia política, como The Institute for the Study of War) donde otros miembros de la familia Kagan trabajan.” En los años 90 del siglo pasado Robert Kagan y William Kristol crearon el proyecto para un “New American Century”, también financiado por las grandes empresas productoras de armas y que, según diversas fuentes, jugó un papel fundamental en convencer al presidente George W. Bush de la necesidad de invadir Irak.
Por su parte, su esposa Victoria Nuland se destacó en Ucrania. Dio apoyo públicamente a la revolución del Maidan de 2014 que acabó con el golpe de estado contra el presidente prorruso Viktor Yanukovich, elegido democráticamente. Estos hechos llevaron a la invasión de Crimea por parte de Rusia, así como también al aumento del apoyo ruso a los secesionistas ucranianos del Donbass. Fue Nuland también quien presionó a la OTAN para que proclamase la necesidad de incluir a Ucrania en la organización, uno de los detonantes de la actual invasión rusa.
Como recuerda el diplomático italiano Marco Carnelos, el objetivo de aislar a Rusia, debilitarla con sanciones y provocar un golpe de estado contra el presidente ruso utilizando Ucrania, es un fracaso. Dos años de guerra, los más de 100 mil millones de dólares que Estados Unidos ha entregado a los ucranianos, y una suma similar de millones europeos no han conseguido que Ucrania expulse a los rusos de su territorio. De momento, Rusia no ha sido derrotada ni militar ni tampoco económicamente. En cambio, Europa ha salido muy perjudicada desde todos los puntos de vista. Las sanciones contra Rusia decididas por Washington y seguidas por la Unión Europea, se han vuelto contra todos los países de la Unión. Todos sus habitantes lo sufrimos cada día. Las sanciones han creado problemas industriales y económicos de todo tipo a los gobiernos y a los ciudadanos europeos.
La política exterior estadounidense de las últimas décadas no ha dado ninguna oportunidad ni a la negociación ni a la paz en ningún lugar. Dondequiera que han intervenido los Estados Unidos han dejado muerte y destrucción con su abrumadora superioridad militar: Irak, Siria, Libia, Afganistán, Ucrania, Yemen, Gaza… Ahora esta política ha contribuido a crear el riesgo de un conflicto global que puede explotar en cualquier momento en tres áreas estratégicas: Oriente Medio, Europa y China.


