Debo confesar que no estoy muy acostumbrado a escribir sobre personas con las que he compartido muchas horas y experiencias, después de que hayan traspasado. Es un género difícil, porque parece que deba explicarse que todo lo han hecho bien. La muerte no nos hace perfectos, pero nos obliga, al resto, a destacar el legado de quienes se van. Josep-Maria Terricabras fue un hombre bueno, afable, dialogante, valiente y comprometido. Enterarme de su pérdida me ha obligado a volver a analizar mi relación con él; de la intensidad de la campaña del año dos mil catorce a los mensajes cruzados durante toda una década.

Hace muchos años que tengo una atención especial hacia aquellos que, en el mundo de la política o del activismo, cultivan un perfil propio, siempre conectado con el conocimiento y las ideas. Tengo la sensación de que son aquellos que pueden ver más allá de la agenda mediática del día a día. Es por ello que su nominación como candidato de Esquerra Republicana en las elecciones europeas del año 2014 me pareció muy adecuada. Josep-Maria era muy conocido y tenía una trayectoria propia, así como un perfil ideológico bastante transversal en el ámbito de la izquierda soberanista, a caballo entre el mundo de la CUP y el de ERC, y con buenas relaciones con el espacio que entonces ocupaba Iniciativa per Catalunya.

La campaña, tal como recordaba Oriol Duran en twitter, tuvo un formato muy distinto a las que se hacen actualmente. Apilonados en un Citröen C3, tuve el lujo de acompañar a Josep-Maria a todas partes durante la campaña electoral. Fuimos a Valencia, Mallorca, Amposta, Sabadell, etc; y también al debate en Madrid, en los estudios Buñuel, y al de TV3. El resultado fue espectacular; la primera victoria electoral de Esquerra Republicana desde la República. En pequeño comité, Terri ironizaba sobre cómo había terminado el último candidato republicano que ganó unas elecciones: Lluís Companys. Lo que no podía decirse, él lo transformaba en algo elegante y contenido.

El aterrizaje en Bruselas y Estrasburgo fue toda una aventura. Piensa que el número dos de la candidatura era Ernest Maragall, entonces todavía bajo la marca de Nova Esquerra Catalana. Dos gigantes de larga trayectoria y compromiso a las puertas de un nuevo mundo, el Parlamento Europeo. Tuvieron que construir sus equipos de trabajo y fueron capaces de adaptarse rápidamente. Josep-Maria, años después, me agradeció en un mensaje mi labor durante los primeros meses de su trayectoria como eurodiputado. Generoso como era, quiso también dejar constancia de este hecho (y también del trabajo de Helena Argerich, Jordi Carreras o Oriol Cases) en su último libro, Pensar Diferent (Editorial Comanegra, 2021).

Quiero destacar de la figura de Josep-Maria Terricabras su independencia; la forma con la que se relacionaba con el mundo de la política. Siempre intentaba atender cualquier petición, ya viniera de alguna sección local de Esquerra Republicana o de alguna pequeñísima asociación del país. Asimismo, no comprometía ni un milímetro su discurso ni su praxis. Recuerdo con especial intensidad la cuestión del tratado transatlántico entre la Unión Europea y Estados Unidos, el llamado TTIP. Mucho antes de que ERC tuviera un posicionamiento político definido sobre la cuestión, él sabía que votaría en contra de aquella normativa. Quiso leer y tomar notas sobre los documentos (confidenciales) de esas negociaciones. Le acompañé hasta la sala secreta y le hice una foto, en la puerta, riendo sobre lo absurdo que era que aquella documentación no fuera de dominio público. Aquella experiencia surrealista la explicó en un delicioso artículo publicado en el digital Crític.

Terricabras rechazaba las propuestas de máximos y entendía que era necesario ser pragmático, en política, sin abandonar las propias convicciones. Esa pulsión marcaba su relación con el mundo de la CUP, quien siempre le mostró simpatía. Él, por un lado, se sentía cómodo en el entorno de Esquerra Republicana, consciente de lo que implicaba –en términos de tolerancia-–reunir bajo un mismo proyecto a personas de diferente significación ideológica. Sin embargo, por otro lado, me había llegado a decir que yo, joven como era, debía simpatizar más (todavía) con el mundo de la izquierda independentista. Y alguna vez, cuando las asambleas de la CUP gerundenses proponían nombres para las candidaturas, su nombre se había pronunciado. Me consta que aquella circunstancia le halagaba, por la estima que le tenía también a ese otro proyecto político.

En 2015 recibió en Bruselas a una delegación del PEN International, la asociación global de escritores, con los que entregó al Presidente del Parlamento Europeo (Martin Schulz) una declaración favorable a los derechos de los refugiados en Europa. Con esa actividad, Terricabras ligaba indefectiblemente el movimiento soberanista catalán con una de las organizaciones más prestigiosas en defensa de la libertad de expresión. Una visión a largo plazo a destacar.

De Josep-Maria aprendimos que el compromiso no tenía nada que ver con seguir un argumentario de partido. Su trayectoria coherente en defensa de causas justas así lo demuestra. La lengua le preocupaba, pero también el futuro de la Unión Europea. Y evidentemente, la independencia de Catalunya.

Pude compartir casi tres años, codo con codo, con el Terricabras político, que a la vez ejercía de filósofo e intelectual. Siempre aprovechaba para hacer suyo el principal objetivo de la filosofía de Wittgenstein, “mostrarle a la mosca la salida de dentro de la campana atrapamoscas”.

Gracias, Terri.

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